El monumento del IV Centenario
La escultura en honor a Colón e Isabel la Católica, costeado por el Estado, fue el único logro importante que se consiguió para Granada durante los fastos de la efeméride
EL 2 de noviembre de 1892, por la tarde noche y entre llamas, fue inaugurado por el pueblo de Granada el monumento conmemorativo más importante que se ha realizado nunca para la ciudad. Se trata del erigido en honor a Colón e Isabel la Católica que se instaló primitivamente en el arranque del Paseo del Salón y que hoy se yergue en la Plaza de Isabel la Católica, presidiendo el arranque de la Gran Vía. Este monumento, costeado por el Estado, fue el único logro importante que se consiguió para Granada durante los fastos del Centenario, pues poco a poco todos los actos se fueron desplazando hacia Andalucía occidental y ni tan siquiera la venida de los reyes se produjo para la inauguración.
Es menos conocido que este grupo escultórico estuvo a punto de no ser el monumento que conmemorara el IV Centenario del descubrimiento de América, porque los titubeos gubernamentales no daban esperanzas al consistorio granadino de que el encargo se produjera en las condiciones pactadas; esto es, un monumento de grandes proporciones, de un gran artista de la época y que reflejara la toma de Granada y las Capitulaciones de Santa Fe, pues Granada podía enarbolar ambas celebraciones en el mismo año.
El caso es que el Gobierno encargó a la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, la convocatoria de un concurso para elegir el proyecto, que sería financiado con 200.000 pesetas, para su erección en Granada. La Academia así lo hizo y para el 26 de noviembre de 1890 anunciaba que: Los modelos y proyectos presentados al concurso abierto por la Comisión organizadora del Cuarto Centenario del descubrimiento de América para la erección de un monumento escultórico en Granada y un arco de triunfo en Barcelona se hallarán expuestos al público en las salas de esta Real Academia, con la intención de otorgar el galardón. Entre los presentados estaba Mariano Benlliure que desde su estudio de Roma comenzaba a tener una reputada fama internacional, pero la Academia decidió declarar desierto el premio, por no ver calidad suficiente, y convocó un nuevo concurso el 12 de abril de 1891, con la variante de que se convocaba para la realización de una obra sobre Isabel la Católica, únicamente.
Este nuevo concurso no pudo declarase desierto, simplemente porque no se presentó ningún artista, como protesta por no haberse fallado con claridad el anterior y, además, la escultura que se encargaba no era lo solicitado por el Ayuntamiento de Granada y la comisión del Centenario, por lo que el alcalde Manuel Tejeiro exigió al Gobierno de Cánovas que le dieran el dinero destinado al premio y que fuera Granada desde donde se eligiera el artista y el proyecto a realizar.
Por aquellas fechas, un escultor catalán, Justo de Gandarias, había presentado un proyecto -que podríamos tachar de delirante- a la Sociedad Ibero-americana, que lo condecoró nombrando una comisión de su seno, con el encargo de proponer los medios oportunos para la construcción de tan grandioso monumento.
Afortunadamente, Antonio Cánovas, presidente del Gobierno, tomó las riendas del asunto y encargó por su cuenta -es decir, sin concursos ni comisiones- a Mariano Benlliure, el proyecto que hoy todos conocemos. Por supuesto, la evolución de los trabajos se siguió con gran entusiasmo desde Granada y los corresponsales en Roma informaban regularmente de los avances del trabajo y, sobre todo, de la calidad artística que tenía; con lo que la ciudad de Granada anhelaba la llegada del 12 de octubre de 1892, para tener dicho monumento en sus calles.
El desarrollo de los sucesos ocurridos para su inauguración sería tema de varias páginas y aquí no vamos a entrar más que con el comentario de cabecera. Lo que sí vamos a ver, con un poco de detenimiento, es la naturaleza del proyecto de Justo de Gandarias que el Ayuntamiento pretendía realizar, con un optimismo increíble, pues con las 200.000 pesetas del Gobierno no había ni para poner los cimientos y la Granada de 1892 no estaba, ni mucho menos, en condiciones de soportar tan ingente gasto.
El 22 de abril de 1892, se publicaba en La Ilustración española y americana, un grabado del proyecto y una nota que describía sus proporciones y decoración. Se trataba de una especie de arco de triunfo tripartito -y no de una escultura- o lo que es lo igual, un edificio en sí mismo. La nota de la época dice: Es un arco de tres rompimientos, de los estilos hispanoárabe, renacimiento y azteca, coronado por un friso de estatuas que representan los personajes más importantes de la conquista de Granada y el descubrimiento de América… La fábrica del monumento es de piedra, teniendo el arco central la altura de 30 metros por 15 de ancho y los arcos laterales 15 metros de alto por 7,50 de ancho; las estatuas del friso, de 4 metros de altura, así como los bajos relieves que miden 4 por 10 respectivamente: el grupo de remate es de bronce y tiene 7 metros de altura, midiendo 5 metros la estatua del Genio.
La pregunta es obligada: ¿Dónde y cómo podría Granada haber hecho un monumento de más de 50 metros de altura y su proporcional ancho? No lo sabemos y probablemente no lo sabremos nunca, pero aquello fue un exceso de megalomanía que trasladado a nuestros días nos recuerda la obsesión por hacer proliferar estatuas, sin ton ni son, en cualquier hueco de las calles granadinas que, por cierto, en algunas ocasiones se modelan sin mucha idea de la proporción del espacio donde van a ser ubicadas.
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