Isabel Clara 'La señorita del abanico'

La hija del pintor Manuel Ángeles Ortiz y ahijada de Lorca, dejó publicadas sus memorias en la edición titulada 'A la sombra de un olivo' Isabel rememora sus vivencias junto a personajes como Pablo Picasso y Pablo Neruda

Isabel Clara 'La señorita del abanico'
Isabel Clara 'La señorita del abanico'

ISABEL Clara Ángeles Alarcón, la hija del artista Manuel Ángeles Ortiz y ahijada de García Lorca, falleció el pasado jueves en Barcelona. No se ha ido del todo, sus vivencias, testimonio, relato de un largo exilio y memorias las reunió en A la sombra de un olivo, un libro no venal que editó en 2006 la Fundación Universidad Rey Juan Carlos, y que fue distribuido entre los alumnos de un curso del citado centro universitario. Isabel Clara, a la que Lorca le dedicara el poema Canción china en Europa, más conocido por Paco Ibáñez como La señorita del abanico, rememora sus vivencias y recuerdos de personajes relacionados con su padre como Pablo Ruiz Picasso, Pablo Neruda, Ismael González de la Serna, y por supuesto de su padrino Federico. Isabel Clara remitió un ejemplar de su memoria de papel al titular de ALT + GRA, que ahora la recuerda y ofrece un resumen de los aspectos más destacados. La vida de esta mujer hija del pintor Manuel Ángeles Ortiz y de la joven gitana Francisca Alarcón Cortés constituye una especie de fresco de lo más notable del arte contemporáneo español en el exilio. Una vida novelesca a la sombra de los personajes amigos de su padre y de su marido, el brigadista David Davidov.

Sus primeros recuerdos infantiles tienen el rostro de Federico García Lorca, quien fuera su padrino, el amigo de la infancia de Manuel Ángeles. Isabel Clara, que debe su nombre al retrato de la reina existente en el Museo del Prado, nace en Madrid el 18 de noviembre de 1920. "García Lorca se tomó muy en serio su papel de padrino. Al parecer, escuchó con mucha atención lo que el cura le decía sobre las obligaciones que tenía conmigo", escribía la ahijada del poeta. En 1922 falleció en plena juventud la madre de Isabel Clara y su padre decidió dejarla con su abuela en Granada. Fue una relación difícil la de su padre, un personaje del 'cogollo' granadino, con una bellísima mujer de raza gitana, lo que en la época fue visto con todo tipo de prejuicios, una relación amorosa que tuvo que defenderse de la sociedad pequeño burguesa granadina, "la peor del mundo", según García Lorca.

Manuel Ángeles Ortiz se vio inmerso en una profunda tristeza a la muerte de Francisca y fue Manuel de Falla quien le aconsejó que se marchara a París. «A su partida le dio tres cartas de presentación, una para Picasso, otra para la familia Viñes, cuyo hijo Hernando, sobrino del músico Ricardo Viñes, era también pintor y la última carta fue para el escultor Godelski», rememora Isabel. La niña se queda con Isabel Ortiz Gallardo, su abuela, quien era muy amiga de doña Vicenta Lorca, la madre del poeta. Fueron en esos años en los que García Lorca desempeñara con mayor intensidad su papel de padrino. "Cuando estaba en Granada venía todos los días a verme, incluso venía a buscarme a los jardines de la Alhambra donde mi nodriza me dejaba jugar. Bajábamos cogidos de la mano y cantando canciones la Cuesta Gomérez. Me contaba cuentos que él inventaba y que me hacían mucha gracia, pues a veces hasta me los explicaba con gestos, y si tenía tiempo se quedaba conmigo en casa para asistir a mi cena".

La ausencia de Granada se extendía demasiado en el tiempo y cuando Isabel tenía alrededor de seis años la abuela decidió vender la gran casa granadina e instalarse en París, en la calle Gager Gabillot, en el barrio de Montparnasse. Picasso fue el primer amigo de Manuel Ángeles que conoció en París. "Su amistad con mi padre ha sido muy grande, tenía 14 años más que Manolo, le trataba como a un hermano y su protección se extendía muy pronto a mí", cuenta Isabel Clara. "Ellos se llevaban admirablemente bien. Manolo cantaba muy bien flamenco y a Picasso le gustaba oírlo. Tenían los mismos gustos, como las corridas de toros a las que asistían muchas veces juntos", añade Ángeles Alarcón. Isabel era una niña más en la casa de un Picasso casado entonces con la rusa Olga Khokhlova, y compartía juegos con Pablito. "Jugábamos a la oca y a las cartas... En alguna ocasión Picasso se unía a nosotros pero terminábamos peleándonos con él, porque era un tramposo risueño", recuerda Isabel Clara.

En 1933 Manuel Ángeles obtuvo en Barcelona una plaza como profesor de Dibujo a través del Ministerio de Instrucción Pública. La familia regresó a España e Isabel tuvo la oportunidad de asistir a los estrenos lorquianos de Bodas de sangre y de Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores. En la presentación del drama rural, la ahijada de Lorca tenía trece años. "Mi abuela no quería que asistiese a pesar de haber sido invitada, pues consideraba que era una obra un poco osada para mí, pero Federico vino en mi ayuda diciéndole: 'Doña Isabel, si Isabel comprende la obra es señal de que entiende que hay un problema social y si no la comprende no hay porqué preocuparse", señala. Al final, la dejaron ir. Se habían vendido todas las localidades y Federico ordenó un "estreno con las puertas abiertas".

La última vez que Isabel vio en vida a García Lorca fue en Barcelona, en la presentación de Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores. Su ahijada recuerda cómo le pidió a la gran Margarita Xirgu que ofreciera una función gratuita para las floristas de las Ramblas, quienes se acercaban a Federico a ponerle flores en el ojal o en el bolsillo de la chaqueta cuando lo veían pasar.

"Mientras Federico estuvo en la Ciudad Condal, yo al terminar las clases en el Instituto Maragall, salía corriendo al teatro a buscarlo. No todos los días podíamos volver juntos, pero en general subíamos caminando por las Ramblas, eso nos recordaba cuando yo era pequeña y bajábamos la Cuesta Gomérez y me contaba cuentos. Pero ahora no, ahora me hablaba de Estados Unidos, de Argentina, de Cuba..."

El 20 de agosto de 1936, Isabel acababa de recoger los papeles para inscribirse en la Facultad de Medicina de Barcelona. "De pronto oí un vendedor de periódicos gritar: 'Han asesinado al poeta Federico García Lorca'. La sangre se me heló en las venas. Me quedé unos instantes paralizada, los ruidos de la ciudad me llegaban como por un filtro y mi corazón empezó a latir como enloquecido. Han pasado muchos años pero nunca he podido olvidar ni la calle en la que estaba ni el pregón de ese vendedor de periódicos".

La guerra estaba perdida y decidieron huir a Francia. Isabel y su abuela fueron retenidas en la estación de Cerbère, a la espera del tren que las llevara a un campo de refugiados. Pero fueron salvadas por Picasso y gracias a la ayuda de un policía francés. El gendarme le preguntó a Isabel si tenía algún amigo que pudiera recibirla en Francia, a quien le contestó: "Pablo Picasso".

Disponían de un inservible dinero republicano, así que fue el policía quien le prestó unos francos para enviar dos telegramas, uno a Picasso y otro a Francisco García Lorca, quien era cónsul de la República en Bruselas. "Dos horas más tarde recibía mil francos de Picasso, lo que en esa época representaba mucho dinero", narra Isabel. Pero como española no podía adquirir billetes de tren en Francia y el policía envió a un amigo para que los comprara. Así se salvaron de los campos de concentración y llegaron a París. Se alojaron en la casa de Ismael de la Serna, el otro pintor granadino de la Escuela de París. "Telefoneé inmediatamente a Picasso quien vino enseguida a vernos. No encontraba palabras suficientemente fuertes para agradecerle. Me hizo callar y nos tranquilizó sobre mi padre, el cual se encontraba en el campo de Saint Cypren. Lo había localizado y, gracias a sus relaciones, iba a poder sacarlo rápidamente de ahí".

"Pocos días después, Picasso envió a Marcel, su chófer que yo conocía desde pequeña, a buscarme a casa. A llegar a la rue de la Boetie, me encontré con mi padre que me esperaba. Había adelgazado terriblemente y su cara estaba muy pálida -había estado enfermo, cosa que Picasso nos había escondido para no alarmarnos- pero eso no era nada al lado de la felicidad de volvernos a encontrar sanos y salvos". "Mi padre había obtenido los papeles de identidad gracias a Picasso, el cual era amigo del ministro del Interior", recuerda la ahijada de Federico.

La entrada en guerra de Francia dinamitó la vida de los Ángeles Ortiz en París. La opción fue el exilio a Hispanoamérica, y así lo hizo Manuel Ángeles, gracias a la ayuda del poeta chileno Pablo Neruda. "En esa época -en 1939- mi padre se veía mucho con Pablo Neruda. Las funciones de cónsul de Chile en Francia le permitían ocuparse de los intelectuales españoles, amenazados lo mismo que los judíos. Había escritores, poetas, músicos, filósofos y profesores, y su vida en Francia se había vuelto difícil con motivo de la persecución de la cual eran objeto por parte de los franquistas, lo que ponía a las autoridades francesas en un aprieto".

Neruda consiguió dos barcos para transportar a los refugiados españoles. El gobierno republicano compró el 'Winnipeg', que transformó en un buque de pasajeros con capacidad para unas 2.000 personas. Durante la travesía de este buque, los republicanos españoles se enteran del acuerdo entre Stalin y Hitler, lo que consideran una traición. "¿Cómo vivir de ahora en adelante sin fin y sin un ideal?", pregunta Isabel Clara. El segundo barco que consiguió Neruda, el 'Massillia', será en el que embarque Manuel Ángeles Ortiz para llegar a Chile.

Una de las vivencias más emocionantes y cargadas de incertidumbres de Isabel Clara fue su periplo desde París a Buenos Aires. En 1940 la pareja se encontraba en Sofía, la capital búlgara, en la que Isabel conoció a la familia de David. Les sorprende la alianza búlgara con los nazis, una amenaza para la familia judía Davidov. Deciden marchar al exilio en busca de refugio, pero las dificultades para obtener visado y atravesar una Europa ocupada por los nazis y sus aliados, les obligaron a emprender un larguísimo viaje. Decidieron llegar a Argentina vía la India, así que marcharon a Siria hasta Irán y embarcaron para la India y desde allí, al fin, un barco que los llevó a su destino final argentino.

Buenos Aires se convirtió en una de las capitales hispanoamericanas con más poetas españoles acogidos en el exilio. Isabel Clara fue testigo de la fiesta de todos aquellos intelectuales para celebrar el final de la Segunda Guerra Mundial y el aniversario de la defensa de Madrid. "María Teresa León tuvo la idea maravillosa de organizar una reunión poética, porque precisamente en ese momento, se encontraban, entre otros, en Argentina Pablo Neruda, Rafael Dieste, Rafael Alberti, Mújica Laínez, Araoz Alfaro, Arturo Serrano Plaja, Juan Ramón Jiménez, y González Tuñón. Ella había deseado que la colonia española no olvidase lo que había dejado allá y continuaba a luchar con el mismo ardor, para que España sea de nuevo libre". "El proverbio -añade- de lejos los ojos, lejos el corazón, no podía aplicarse a ninguno de nosotros. Llevábamos a España en lo más profundo de nuestro ser, sin duda un poco más serenamente que durante los años terribles, pero con una dolorosa nostalgia».

A través de los Alberti, Isabel conoció a Juan Ramón Jiménez, a quien Manuel Ángeles había tratado en Granada, cuando el onubense visitó a los García Lorca. Fue en la estancia argentina cuando Isabel Clara acudió a un recital de Paco Ibáñez. Nada más interpretar La señorita del abanico, según contaba Isabel, se levantó y dijo: "La señorita del abanico soy yo". Ibáñez se quedó extrañado e Isabel contó la historia, tras lo cual recibió una gran ovación. Posteriormente, el cantautor recibió a la ahijada de Lorca en su camerino, y aquel acto se convirtió en el comienzo de una gran amistad. El encuentro se reprodujo en uno de los homenajes al poeta granadino en Alfacar, en el que Ibáñez desplegó una bandera republicana en memoria de todos los asesinados.

Isabel, David y Manuel Ángeles regresaron a España una vez aventuró la democracia. Lo que más lamentaba era que aún no se hubiera hecho realidad el monumento de su padre a García Lorca. Manuel Ángeles falleció en París, pero quiso que sus restos reposaran en Granada, a la sombra de un olivo, y así está en el cementerio de San José en Granada. Los restos mortales de David Davidov reposan también bajo el mismo olivo. "Los dos hombres que marcaron mi vida con su sello, están reunidos ahí y mi lugar está guardado al lado de ellos, a fin de que no nos separemos nunca más cuando llegue el momento", concluyó en sus memorias Isabel. Y ahí descansará, a la sombra de un olivo.

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