La vecina rebelde de FAlla
La hija mayor de los Fregenal cosía en el taller del Realejo para las mujeres de buena familia de Granada, entre ellas la hermana del compositor gaditano que luego, en 1936, trató en vano de salvarla de la muerte
Rosario Fregenal ha quedado en las crónicas de un tiempo tenebroso e impune en la historia de Granada como La Fregenala. ¿Por generala? No sabemos por qué, son esas cosas de nuestra tierra, como el mote de Angustias García Sánchez, otra mujer comprometida de aquella época, conocida por La Bolchevique. Recordemos el caso de La Zapatera.
Rosario nació el 18 de febrero de 1891 en la calle Plegadero Bajo, del barrio del Realejo, que pertenecía a la Parroquia de San Cecilio. Su padre, Manuel Fregenal era zapatero remendón. La madre, Ángeles Piñar, formaba parte del humilde negocio; su lugar estaba en la máquina de coser, reparando los duros contrafuertes del calzado. Cuando enfermó la sustituyó su hija Rosario, la mayor de los siete hijos que tuvieron. No asistió a la escuela, pues era la encargada de cuidar a sus hermanos. Aprendió sola a escribir y a leer para poder cartearse con su novio. Su padre era republicano; en la Casa del Pueblo conoció a don Fernando de los Ríos. Algunas veces llegaba al portal de la zapatería de Manuel y se sentaba, formando parte del ágora abierta, donde los clientes y amigos del barrio hacían tertulia en torno al obrero concienciado, capaz de crear un ambiente participativo, con opiniones no siempre concordantes, lo que daba lugar a enjundiosas discusiones.
Rosario Fregenal enfermó muy joven del corazón. En aquellos tiempos era un mal del que se tenían pocos conocimientos. Ante el temor de peligro de muerte, el médico le prohibió casarse. Como no debía hacer esfuerzos, tuvo que dejar de coser a máquina en el taller del padre. Mujer emprendedora, se hizo modista; su arte y buen gusto la convirtieron en una destacada profesional a la que acudían señoras de la buena sociedad. María del Carmen, la hermana del don Manuel de Falla, fue una de sus primeras clientas. Vivían en el carmen de la Antequeruela Alta. La cercanía de sus casas acrecentó una buena amistad entre aquellas gentes grandes y sencillas. A lo que no renunció Rosario fue a su activismo y compromiso en el sindicato de la aguja, del que se había nutrido en el taller de su padre. Desde que aprendió a leer, la lectura le dio otra dimensión a su vida y especial enriquecimiento a su oratoria. Como vocal del partido republicano, había tomado parte en algunas elecciones. Por problemas de salud, en las del Frente Popular (las del 26 de febrero de 1932), declinó estar en una mesa electoral. Sin embargo, quiso asistir como observadora. Según testimonio personal de Rosario Suárez Fregenal, el colegio estaba instalado en el Callejón del Niño del Royo, colindante con el Hotel Palace, muy cerca del Carmen de los Catalanes, que por entonces era de la familia García Valdecasas. Rosario Fregenal reconoció que en una de las mesas formaba parte un menor de edad, requisito por el cual podía ser anulada la votación, y, asistida por la legalidad, lo puso en conocimiento de la persona responsable. Tras el enfrentamiento entre los partidarios del joven y los que exigían la legalidad se creó una situación tensa. Al final, comprobados sus años, abandonó su puesto en la mesa, pero los encubridores no estaban dispuestos a que la intromisión quedara impune.
Al parecer, Rosario Fregenal quedó sentenciada aquel día, pues los adversarios fueron los que la denunciaron, detuvieron, la encarcelaron hasta culminar el último acto en Víznar.
Dos semanas más tarde, en un gran mitin presidido por Fernando de los Ríos, al terminar el acto y sin previo acuerdo, González Peña y Villoslada se unieron al delirante entusiasmo de los asistentes y formaron a la salida una manifestación que siguió por la Gran Vía. A la cabeza iban los presidentes del acto. En las fotos de la prensa se ve, junto a ellos, a mujeres con banderas. Una de ellas era Rosario. La presencia de aquellas abanderadas tendría el final de Mariana de Pineda.
El alzamiento militar en Granada, en julio de 1936, fue un paseo para los fascistas. Salvo en el Albaicín, en la ciudad no hubo apenas resistencia. A las 48 horas eran dueños de vidas y haciendas. Sistemáticamente se detuvieron a las autoridades civiles y militares y siguieron las denuncias, las detenciones, breves estancias en la cárcel y al paredón o la cuneta, sin distinción de clases. El ambiente de terror reinó en una ciudad acobardada, contados dieron la cara por deudos o amigos.
Rosario Fregenal fue detenida de inmediato, por sólo un día, pero no se hizo ilusiones. Cuando llegó a su casa, con los ojos llenos de espanto de visiones terroríficas, intuyó que no estaría mucho tiempo entre los suyos. Los compañeros también sabían del peligro que corría su vida. Así que le propusieron pasarla una noche a la zona republicana. En un principio parece que aceptó la idea, pero cuando estuvo el plan preparado, rechazó la huida ante el temor que las represalias recayesen sobre sus hermanos.
Y llegó la segunda detención. Su hermana Pepa recordaba la fecha del 11 o 12 de setiembre. El piquete de hombres que entró a por ella se encontró con un frente de mujeres que trataban de proteger a su hija y hermana. La violencia física ejercida sobre la anciana madre acortó sus días. Rosario fue encarcelada en el Convento de San Gregorio, convertido en cárcel de mujeres.
En aquella Granada atemorizada pocos se atrevían a dar la cara por nadie. Hay que destacar a un hombre, físicamente pequeño, delgado, de apariencia sumamente frágil, que en aquel fatídico verano de 1936, humanamente, se agigantó hasta alcanzar la estatura de su dimensión musical, reconocido mundialmente. Era el maestro Manuel de Falla. Vivió enfrentado a las gentes que regentaban el poder usurpado al legítimo Gobierno de la República, en defensa de amigos y conocidos detenidos. Cuando tuvo noticia de que se habían llevado a Rosario Fregenal, acompañado por Enrique Gómez Arboleya, que entonces era su secretario, temeroso del proceder de los juicios sumarísimos y los fusilamientos, salió de su casa dispuesto a esclarecer la situación.
Por aquellos días el maestro había sufrido una operación y su cuerpo conservaba aún los vendajes. Se levantó de la cama y se dirigió al Gobierno Civil. Al exigir información de la detención de Rosario Fregenal, se enfrentó con los Jiménez de Parga. Su reprobación de la forma de proceder y el cinismo con que escucharon su protesta le hizo a Falla perder los estribos. El enfrentamiento fue tan violento que, a la salida, su indignación ante la desfachatez de aquellas gentes erigidas en suprema autoridad, le hizo exclamar al maestro Falla: "Si se descuida uno, también lo fusilan…". (Referencia de Luis Jiménez Pérez).
Pero don Manuel de Falla, no por estos enfrentamientos y vejaciones, dejó de interceder por las gentes que, de la noche a la mañana, sufrían represión y desaparecían. Como auténtico cristiano, se sentía implicado en la defensa de las personas abandonadas a una suerte arbitraria, ejercida por incontrolados elementos fascistas, con la aquiescencia de las gentes en el poder. El compositor era consciente que no solo exponía su libertad, sino su integridad. Conocido de todos fue el atrevimiento y la energía que desplegó en defensa de Federico García Lorca, como el maltrato que recibió, por lo que calificaban una intromisión.
El gran Hermenegildo Lanz, amigo y colaborador de Falla, necesitó también de la influencia del maestro. Aunque tuviese que violentar su espíritu para interceder por sus amigos, dejaba de lado sus escrúpulos. Para proteger a Lanz visitó a Alfonso García Valdecasas, ahora influyente personaje falangista, al que había tratado en El Rinconcillo, la tertulia de los jóvenes granadinos de los años veinte.
Salvador Vila, salmantino, rector de la Universidad de Granada, fue asesinado en Víznar el 23 de octubre de 1936, a los 32 años. De su ciudad natal, donde pasaba las vacaciones, junto a su mujer Gerda Leimdörfer, alemana judía, fueron extraditados a Granada y encarcelados. Gerda, acusada de espía, ante la sospecha de que una mujer dominase varios idiomas, habría corrido la misma suerte que su marido, para el cual, como en el caso de Lorca, la intervención de Falla resultó baldía. En cambio, la mediación del compositor pudo salvar a la joven Gerda, madre de un niño de dos años. A cambio de su vida, las autoridades le exigieron, como en tiempos de la Reconquista, abjurar de su religión y convertirse al catolicismo. Falla la persuadió de la urgente necesidad de aceptar la propuesta. Gerda, mediante el sacramento del bautismo, se transforma en María Angustias (Mercedes del Amo, en su esclarecedor y valiente libro Salvador Vila. El rector fusilado en Víznar).
Rosario Fregenal permaneció en el convento-cárcel de San Gregorio hasta que a su sobrina le devolvieron el cesto de la comida. El uno de noviembre la trasladan a Víznar y es fusilada junto a otras mujeres.
José Martín Recuerda, el año 1996, en su obra El carmen en Atlántida, le da vida a La Fregenala. A Rosario, especialmente, y a toda la familia del zapatero Manuel Fregenal, le hubiese gustado saber, que por la magia del teatro eterno, seguirá viviendo al lado de sus queridos amigos Manuel de Falla, que intentó salvarla, y su hermana María del Carmen, personajes centrales de la obra.
La Fregenala recibe la llegada de la república con alborozo, trasunto real de su proclamación en 1931. En la ficción a don Manuel le dice: "¡Qué alegría me da que diga usted eso. Todos los de la parroquia de San Cecilio, donde vivo, están contentísimos con la llegada de la República. También lo están los del Barranco del Abogao! ¡Qué alegría tan grande, ya entró la República! ¡Viva la República!".
En el transcurso de la obra, cuando don Manuel encuentra muerta a la Fregenala, se lamenta a su hermana: "En el portal de su casa. Quiero ir por ella. Voy por ella. La subiré entre mis brazos. Madre mía, que pena tiene que ser morir solico. Qué pena de Fregenala".
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