Matilde Cantos, la granadina que rompió moldes
Antonio Lara Ramos recupera la historia de la intelectual, una defensora de la libertad y un referente en la emancipación de la mujer
Se implicó activamente en la política española del siglo pasado, lo que la llevó de los cargos públicos de la República al exilio, y después a la lucha antifranquista en la clandestinidad. Matilde Cantos Fernández (1898-1987), defensora incansable de los derechos de las mujeres, fue una rompedora de los moldes tradicionales y una contestataria de los privilegios reservados a los hombres. Su historia, rescatada por Antonio Lara Ramos en forma de biografía, es un modelo fascinante para las nuevas generaciones.
"La conocí porque era prima hermana de la abuela de mi mujer y se produjo entre nosotros cierta química. Yo era muy jovencito (estamos hablando de los años setenta), estudiaba Historia y entablamos una relación de complicidad". Así explica el autor de Matilde Cantos, el compromiso social, publicado por el Instituto Andaluz de la Mujer, su primer contacto con la granadina. La magia llegó hasta tal punto que, al cabo de unos años, Matilde le propuso que escribiera sus memorias en forma de epistolario: de Doña Nadie a Don Nadie. Y es que Matilde, que tenía ya 83 años, "no se consideraba nadie relevante", de modo que "hizo tantas cosas en su vida porque pensaba que era su obligación como ser humano".
Lara se queda con "su clarividencia", con la capacidad para analizar y entender que tuvo en momentos como la Transición, su forma de comprender -sin un ápice de rencor ni de ánimo de revancha- los problemas que había en la sociedad y que tenían que ver con la situación política y el papel que jugaron los que regresaron del exilio, como fue su caso. Y también se queda con su firme defensa de los derechos de las mujeres. "Desde que era adolescente defendió la emancipación de la mujer. De hecho, a pesar de lo constreñido de la sociedad granadina de su tiempo, no quería casarse con su novio, de modo que le propuso irse a vivir juntos", explica el autor del libro.
Finalmente se casó, pero en sus pocos años de matrimonio sufrió el "desgarro" de la pérdida de dos hijos, lo que "le hizo dar un vuelco". Fue entonces cuando se planteó "sacar fuera todo lo que llevaba dentro" y "desarrollar sus inquietudes intelectuales". De este modo, le propone al marido una separación. Entonces, en 1928, se marcha a Madrid. "En ese momento era una chica, hija única de una familia acomodada de la burguesía granadina que tenía propiedades para vivir como quisiera. Pero le dijo a su padre que quería ganarse su sustento y trabajar para sentirse útil para ella misma y la sociedad".
Ya en Madrid, Matilde trabajó como funcionaria de prisiones; de hecho pertenece a la primera promoción que existió en España. Colaboró así con Victoria Kent, que era la directora general, y se formó en el Instituto de Estudios Penales, dirigido por Luis Jiménez de Asúa. También ingresó en el PSOE, donde tuvo una actividad notoria a lo largo de la II República.
Despliega así en la capital las facetas que tienen que ver con su papel como trabajadora social y militante política. Incluso ya iniciada la Guerra Civil, Matilde colaboró con los milicianos de la cultura: "Alberti y Miguel Hernández la llamaron para que participara en actividades". Apoyó a las tropas del frente lo largo de la guerra, si bien en ocasiones sufrió los mismos avatares que el Gobierno, con traslados a Valencia y Barcelona.
En 1938 fue nombrada directora general de prisiones y directora del Instituto de Estudios Penales y, ya finalizada la guerra, cruzó la frontera francesa con destino al exilio. Allí se abría otra etapa esencial de su vida. Tras estar dos años en varias ciudades de Francia, y, una vez que se produjo la invasión de las tropas alemanas, pasó 30 en México a pesar de que Neruda, que era embajador de Chile, le ofreció irse a ese país. "Ella decía que cuando cruzó la frontera sintió un desgarro tan fuerte como había sentido cuando perdió a sus hijos. Cuando ve que deja su patria atrás se le cayó el mundo", asegura Lara.
En noviembre de 1941, Matilde llega al puerto de Veracruz "sin nada", "para empezar a abrir un nuevo camino que no fue nada fácil". No en vano, "no tuvo ayuda por parte de las organizaciones de refugiados españoles ni por sus compañeros, que en cierto modo la marginaron". De hecho "cuando pidió una máquina de escribir para redactar artículos para la prensa y ganarse así la vida le dijeron que sería mejor que pidiera una máquina de coser". Pero Matilde consiguió escribir para la prensa, publicando sus artículos en la revista Población, de corte social, y Confidencias , dirigida a las mujeres, con lo que "podemos considerla pionera en los estudios de mujer y de género". A su vez, la granadina fue contratada por la secretaría de gobernación de México como trabajadora social. "Ahí empieza a desplegar su acervo personal y su experiencia en el ámbito de las cárceles mexicanas y con los sectores marginados". Pertenecía entonces a la AMA, la Agrupación de Mujeres Antifascistas, que ayudaba a los presos políticos españoles y, además, cofundó junto a otros andaluces el Centro Andaluz de México. También creó el Club Mariana Pineda.
Pero Matilde tenía una profunda herida; una pena que tenía que ver su padre. Según indica Lara, "los problemas de salud hicieron que no pudiera llevárselo con él y, cuando murió en 1955, las autoridades del gobierno de Franco no le dejaron ir a visitar su tumba y resolver la herencia patrimonial". No sólo no lo consiguió, sino que cuando regresó a España en 1968 no tenía patrimonio alguno.
A partir de ese momento, estando jubilada y siendo anciana, se plantea regresar. Tras presentar solicitudes, todas ellas denegadas por tener causas abiertas, lo consigue en 1969 y hasta 1987 vivió en Granada. Así, "después de estar 30 años fuera regresó a la ciudad a la que hizo honor allí donde pudo".
Tenía 70 años pero no cesó en su actividad social, política e intelectual. Se movió en las esferas de la clandestinidad y tuvo una vida activa, formando parte de asociaciones para poder encauzar su compromiso político con la democracia y la autonomía andaluza. A Matilde le ofrecieron ir en las listas para el Congreso y el Senado, como a otros exiliados. Pero rechazó toda propuesta "porque era el tiempo de los jóvenes".
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