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La gran mayoría de los jóvenes disfrutan el fin de semana o las fiestas importantes con una práctica masiva, el botellón, extendido por todas las ciudades y que ha generado más de un problema a los vecinos que lo sufren y a los políticos que tienen que gestionarlo. Para los jóvenes es algo muy normal, una de las formas de divertirse hoy en día, de pasar un rato con los amigos y de ahorrar algunos euros evitando consumiciones en los establecimientos. En cambio, para los adultos y buena parte de la sociedad es una forma de diversión incomprensible, criticada y hasta rechazada. Los vecinos que lo sufren no lo quieren a su lado por perturbar su descanso y los políticos (como el caso de Granada) solucionan la papeleta prohibiendo el consumo de alcohol en las calles y reservando un espacio concreto para la práctica del mismo: el botellódromo.
Pero, ¿qué lleva a los jóvenes a apasionarse tanto por el botellón? ¿Qué les lleva a beber a niveles preocupantes pese a los conocidos perjuicios del alcohol sobre la salud? Eso es lo que quieren saber un grupo de investigadores que desde 2008 trabajan coordinados desde el Hospital Clínico San Cecilio de Granada dentro de un proyecto con subvención pública que pretende analizar el concepto del botellón desde la perspectiva del joven y en el que participa el hospital, Atención Primaria y el 061.
Concluida la primera fase del estudio, entre las conclusiones, a las que ha tenido acceso este periódico, resalta una por evidenciar el pensamiento de los jóvenes sobre una infraestructura polémica, el botellódromo. Según el estudio, "es un fracaso en la gestión de sus expectativas, una forma de quitarlos de en medio, de tenerlos rodeados de policías en un lugar configurado para este fin temporal". Porque mantienen un discurso crítico con los que no les entienden. Llegan a sentirse estigmatizados y "marginados" por la sociedad.
"Existe mucha literatura sobre los efectos del alcohol en el organismo y las más de sesenta enfermedades asociadas. Pero a pesar de ese conocimiento y las facilidades de acceso por internet no se han modificado las conductas de los jóvenes. Por eso queremos estudiar cómo conciben el riesgo, hasta dónde están dispuestos a llegar y qué se puede hacer para cambiar conductas", explica el jefe de Docencia e Investigación del Hospital Clínico, Manuel Amezcua.
En 2008 comenzaron con la primera parte del proyecto que se centró en observar la conducta de los jóvenes. Para eso hicieron un trabajo de campo infiltrando incluso a becarios en los botellones. "Había que conocer en detalle el fenómeno del botellón incluso desde los preparativos". También hicieron entrevistas a jóvenes con un perfil determinado para conocer lo que piensan y participaron los que consumen alcohol de forma moderada, los que beben más, los que no beben o los que antes de entrar en el botellódromo se van porque no les gusta el ambiente.
Las conclusiones son bastante jugosas y demuestran bien el pensamiento juvenil sobre el alcohol y el botellón. Mayoritariamente son jóvenes cercanos a la mayoría de edad.
"Nos encontramos con un mensaje muy curioso y es que los jóvenes viven en la cultura del presente. No entran en la dialéctica del futuro lejano. Su filosofía es el carpe diem pero con el pensamiento de que controlan en todo momento", explica el experto. De hecho, los jóvenes aseguran que "es un fenómeno que empieza y termina con la edad". Para ellos "beber no es emborracharse". De hecho, hacen especial hincapié en que ni son alcohólicos por ir a menudo a un botellón ni se van a convertir en ello. "Insisten en que no hay que confundir emborracharse con alcoholizarse".
Todo esto porque "no asocian el concepto de riesgo" del alcohol. No lo tienen incorporado a su vida presente. "Tienen conciencia clara de cuáles son los límites pero en el presente".
Sólo ven un aspecto preocupante en lo que hacen: "cuando ven a niños de 14 o 15 años haciendo botellón. Ahí si que reconocen que hay problema porque esas edades no son propias".
Pero también hay curiosidades en el discurso de los jóvenes. "Cuando hablan de los problemas que causa o puede causar nunca les pasa a ellos o a su grupo".
Otro punto curioso es el concepto del alcohol. "No saben por qué es tan criticado el fenómeno del botellón porque en la sociedad y en las familias cualquier celebración incluye tomar una copa, por lo que lo ven normal y no ven necesidad de justificarse", explica Amezcua.
Teniendo en cuenta estas conclusiones, los investigadores se han mostrado "preocupados" por la implicación del concepto educativo. Por eso se ha emprendido la segunda fase del proyecto, que busca analizar el grupo, la figura del líder y las estructuras educativas.
Esta segunda parte que acaba de comenzar va a contar también con la participación de cuatro colegios de la capital (el botellón no es igual ni está tan extendido en la ciudad como en los pueblos). Todo para "diseñar técnicas de intervención y obtener estrategias que se puedan probar y obtener resultados", concluye Amezcua.
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