Los demonios de la violencia

Al igual que en 'Última noche en Granada', en 'Almería 66' hay un retrato del desquiciamiento hodierno y sus expresiones más brutales, y una tenaz denuncia de un sistema que encumbra al ciudadano pudiente

José Abad

16 de junio 2011 - 05:00

Algo más de un año después de Última noche en Granada, nuestro paisano Francisco Ortiz ha publicado su segundo libro, Almería 66, que cabría entender como un complemento del anterior, pues ahonda, ¡y cómo!, en los temas y anatemas allí planteados. Al igual que en Última noche en Granada, hay un retrato sin afeites del desquiciamiento hodierno y sus expresiones más brutales, y una tenaz denuncia de un sistema que encumbra (y encubre) al ciudadano pudiente, mientras empuja fuera de la cuneta a quienes tuvieron la impertinencia de haber nacido abajo, sin prácticamente pasado, sin ningún futuro. Almería 66 es un libro duro, irremediablemente. No podía ser de otro modo. Basta abrir cualquier periódico para darse cuenta de que el medio centenar de relatos reunidos en este volumen hilan un tapiz, fiel y certero, sobre lo que pasa, aquí y ahora, en nuestras ciudades.

En su estupendo ensayo Una historia de la violencia (Paidós, 2010), Robert Muchembled hablaba de una doble concepción de ésta en Occidente; la violencia sería legítima cuando se la apropian las instituciones, "como los Estados cuando deciden la guerra o las Iglesias cuando decretan persecuciones contra los herejes", e ilegítima "cuando se ejerce individualmente, violando las leyes y la moral". A Francisco Ortiz le interesan la segunda y los actores en liza, los verdugos y su s víctimas. En general, se dice, las víctimas de toda acción violenta se parecen: son cuerpos ultrajados, ofendidos, vacíos. Se olvida, sin embargo, que también los violentos se asemejan: son cuerpos poseídos por un demonio atroz. Ortiz se atreve a indagar en el alma de éstos (o en lo que diantres tengamos en el lugar del alma) en busca del porqué de tanta cólera. La cuestión es delicada: la violencia no surge siempre del odio o el desprecio. Hoy como ayer, la gente responde con bofetadas a las bofetadas; nada de poner la otra mejilla. Hoy como ayer, se derrama sangre en respuesta al derramamiento de sangre; la consigna del ojo por ojo sigue vigente. Y sin embargo esto no agota el tema.

La violencia es un problema complejo. Tenemos una palabra, una misma acción, incluso unas mismas consecuencias, pero no unas mismas causas. Hay quien mata por matar o golpea por golpear, pero hay quien lo hace para detener un golpe o no morir. En Almería 66, a veces, la herida la produce una herida anterior que nadie quiso sanar. Hay insatisfacciones que se transforman en rencor, y rencor transformado en rabia, y rabia que sólo se calma a través de una acción extrema. La violencia está enquistada en nuestro código genético. El hombre es agresivo por naturaleza, dicen, y la alimaña espera agazapada dentro, dispuesta a saltar sobre la presa a la primera ocasión. Pero tampoco esto agota la cuestión. Además de un problema social, la violencia es uno cultural. En Almería 66 hay hombres que asesinan a sus mujeres con ensañamiento, amparados por una mentalidad que ha gozado del beneplácito general durante siglos y que, lamentablemente, no será erradicada a corto o medio plazo.

Los relatos responden a un formato fijo: son piezas no muy extensas, sostenidas en la voz o la mirada de un único personaje. Francisco Ortiz maneja la narración en primera persona con maestría, cambiando el tono, el timbre, los recursos narrativos, según cambian los personajes. En Almería 66, por ejemplo, escuchamos la declaración del desempleado que se desahogó en uno de esos predicadores que tocan el timbre un domingo por la mañana y te proponen la salvación del alma (o lo que puñetas tengamos en donde una vez estuvo el alma) a cambio de media hora de tu tiempo. Escuchamos la voz del joven, ahora enchironado, que tuvo que decidir quién quedaba en pie, si la madre maltratada o el padre maltratador; y la voz del policía al que el trabajo se la suda y nada más piensa en escaquearse; y la voz del mendigo que ha escapado por los pelos (por no ser negro) de una jauría neonazi; y la voz del psicópata tras el rastro de su próximo trofeo. Son voces poseídas por los demonios de la violencia que, a su vez, transforman en demonio al poseso, entiéndase esto como metáfora.

Almería 66 revalida los aciertos de Última noche en Granada. En Francisco Ortiz tenemos a un narrador con las ideas muy claras, de prosa contundente y eficaz, ni complacida ni complaciente, como debe ser.

Francisco Ortiz. Instituto de Estudios Almerienses Almería, 2011.

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