'Ainadamar', un conmovedor canto a la libertad

Mariana Pineda, personaje esencial en 'Ainadamar'.
Mariana Pineda, personaje esencial en 'Ainadamar'.
Juan José Ruiz Molinero

27 de junio 2011 - 05:00

Espectáculo: 'Ainadamar' (Fuente de las lágrimas), ópera de Osvaldo Golijov, dividida en tres imágenes, libreto de David Henry Hwang, traducido al castellano por Golijov. Intérpretes: Maria Hinojosa, soprano (Margarita Xirgu); Marina Pardo, mezzosoprano (Federico García Lorca); Carmen Romeo, soprano (Nuria); Alfredo Tejada, cantaor flamenco (Ruiz Alonso); Francisco Crespo, bajo (José Tripaldi); Pablo Martín Reyes, tenor (Torero); Pablo Gálvez, barítono (Maestro); Coro Ciudad de la Alhambra (Elena Peinado, directora); Compañía Antonio Gades (Stella Arauzo, directora); Adam del Monte y David Carmona, guitarras; Gonzalo Grau, cajón flamenco. Videoproyecciones: Julián de Tavira. Vestuario: María y Tolita Figueroa. Coreografía: Stella Arauxo. Escenografía e iluminación: Philippe Amand. Director de escena: Luis de Tavira. Conjunto orquestal: Orquesta Ciudad de Granada. Director musical: Corrado Rovaris. Lugar: Teatro del Generalife. Fecha: sábado 25 de junio de 2011. Aforo: lleno.

Como esperábamos, el estreno en España de la ópera Ainadamar, del compositor argentino Osvaldo Golijov -gracias a la colaboración del Festival Internacional de Santander, la Ópera de Oviedo y el Festival granadino- fue un acontecimiento que el público siguió en respetuoso silencio, con el corazón estremecido, en ese triángulo de amores, libertades pisoteadas por los enemigos implacables de ellas, que forman Mariana Pineda, Federico García Lorca y Margarita Xirgu que llevó la obra y los personajes de Federico por toda la América Hispana y que narra las desventuras de Mariana, a la que ella dio vida genial en el teatro, de Federico, que tras su vil asesinato en Granada, ella siguió manteniendo vivo en la escena, hasta su propia muerte, en Montevideo, cuando en la ópera de Golijov, el poeta la coge de la mano y se pierden en la eternidad, mientras resuenan por tercera vez la canción que entonaban en las calles granadinas cuando ejecutaron a la Pineda: "Qué día más triste en Graná que hasta a las piedras hacían llorar", en las emotivas voces del Coro de la Alhambra que dirije Elena Peinado.

Con todas las limitaciones que da un libreto de superficial contenido histórico -ni siquiera sabemos todavía dónde está enterrado el poeta y sus compañeros de martirio- y de alguna utilización perdonable de tópicos, la obra de Golijov emerge poderosa, cimentada en su original estructura musical, donde utiliza magistralmente todos los recursos de una orquesta, enriquecida, en momentos, con guitarras -sus solos de bordón sobreponiéndose al resto, subrayan el dramatismo de la escena, como ocurre en las últimas páginas-, flamenco, acentos sefardíes como si el autor, como dice, quisiera retornar a la Fuente de las lágrimas tantos llantos vertidos en ella de los que se ha nutrido su caudal al paso de los tiempos.

Música con el protagonismo natural de las voces, a veces en una simbiosis no sólo narrativa de la acción y la historia contada, sino envolviéndose en un clima directo de belleza, cuyos solos o dúos alcanzan momentos de auténtica emoción, como ocurre en la escena Desde mi ventana, donde la voz de Federico -en tono de contralto, aunque podría interpretarla un tenor, sin menoscabo de su intimismo- canta desde su ventana a la Mariana de la estatua, la que de niño baja de su pedestal para besarle en los labios y dormirlo pensando en su destino. O los dúos con Margarita, o cuando ésta proclama, como su heroína, Yo soy la libertad.

En realidad, la música -con muy pocas estridencias vanguardistas, un poco en la línea de otra de las obras del autor, La pasión según San Marcos- se funde admirablemente en todas las facetas: la de los solistas, la acción propiamente dicha, el cortejo de la ejecución de Mariana; la escena de la estación, las imágenes de los fusilamientos, la voz flamenca del nefasto Ruiz Alonso que esgrime la acusación que, junto con otros miembros de la Ceda, redactaron para justificar la detención y posterior asesinato del 'cabezón' y del 'maricón; los pasajes de la confesión, junto a sus compañeros, el 'maestro' y el 'torero', antes del fusilamiento bajo la luz de los faros del camión que transportaba a las víctimas -momento magistral desde el punto de vista escénico, en la que todos aparecen como falangistas de boinas rojas-; o la imagen última, que se inicia, como las demás, con la Balada de la canción de Mariana, continúa con la bellísima De mi fuente tú emerges , Tome su mano, Crepúsculo delirante, Doy mi sangre o la final Yo soy la libertad, las últimas palabras de Mariana que repite Margarita, mientras les espera a las dos con la mano tendida Federico, para finalizar la obra con una estampa flamenca, con la que el autor quiere sellar el acento andaluz, sobre todo visto más allá del Atlántico, que justifica el conmovedor homenaje del autor a tres símbolos españoles universales.

Un bellísimo canto a la libertad, con licencias diversas que queda envuelto en un espectáculo total, como tiene que ser toda ópera escenificada, donde destaca una original coreografía y escenografía, un inteligente juego de proyecciones , bajo la experta y talentosa -que diría un sudamericano- dirección de escena de Luis Tavira.

Y referencia especial, naturalmente, a las voces. Cálida, magistral en sus resortes, entre emocionados, íntimos y dramáticos, de María Hinojosa, como Margarita Xirgu; Marina Pardo, rubricando con su poderoso registro de mezzo, desde la candidez del niño que recuerda a Mariana -y que nunca dejó de serlo- al hombre que se enfrenta a una muerte que no podía comprender, como no la comprende nadie tantos años después de aquél nefasto agosto de 1936, si no fuese porque había, hubo y habrá gente despreciable capaces de bailar -en la escena- sobre su cadáver o vanagloriarse de haber participado en el asesinato de un poeta. Gente, sí, como Ruiz Alonso y sus secuaces, -en la potente voz flamenca de Alfredo Tejada-, aprovechando el levantamiento militar que dio origen a la terrible Guerra Civil. Y una alumna, Carmen Romeo, en Nuria, que se expresa sensible ante el mensaje de su maestra.

Hay un punto sobresaliente en la representación el día de su estreno, además de la magnífica actuación del Coro de la Alhambra, en las Baladas y otras canciones: la extraordinaria actuación de la Orquesta Ciudad de Granada, bajo la dirección de Corrado Rovaris. Como tantas veces he dicho en sus actuaciones musicales en las óperas programadas en el Festival -desde La flauta Mágica a Juana de Arco en la Hoguera- ha sido parte esencial del éxito, resaltando los valores de la partitura, acompañando cuando hay que hacerlo, envolviendo todo en un nivel de perfección y elocuencia. Sin esos altos valores musicales cualquier espectáculo operístico se derrumbaría.

Noche emocionante. El público, después de aplaudir intensamente a autor e integrantes, salió más silencioso que de costumbre, como si meditara o rememorara lo que acababa de ver y escuchar. Como si de sus corazones no se hubiese desprendido aún el sonido de la Fuente de las lágrimas, la de Aynadamar, con y griega, la de Granada, la que ha inspirado a Osvaldo Gilojov esta Ainadamar de sonidos e imágenes que tan cercanas nos suenan, aunque sea vista desde un prisma lejano, pero igualmente emocionado. Ya advertí que este estreno en España no dejaría indiferente a nadie.

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