Desafío al silencio y al olvido
Los asesinos fracasaron en su intento de silenciar la voz más universal de las letras españolas, después de Cervantes
Terminaba el pasado año la referencia que hacía al habitual recuerdo que desde hace un cuarto de siglo se le rinde en Alfacar a la fecha del asesinato de Federico García Lorca, y con él, a miles de ciudadanos con estas palabras que creo oportuno repetir en el 75 aniversario de aquella barbarie cainita: " No dejemos de recordar cada año que gentes viles y crueles asesinaron al poeta más grande que ha dado las letras españolas, después de Cervantes, y a millares de seres humanos en muchos lugares de Granada, y de España, por no ser del agrado de los monstruos ávidos de sangre, bajo el manto del odio, la envidia y la intolerancia."
Pero hoy, en recuerdo también a los homenajes rendidos en Alfacar, quisiera añadir que, hasta en esto fracasaron los criminales. Porque si lo que importa e importaba en un poeta era su voz, más que su propia vida, que para sus asesinos carecía de importancia, como todas las que inmolaron, en un festín de sangre, hoy podemos decir que 75 años después suena más poderosa, desafiante, conmovedora y universal. Hay dos cosas esenciales, no sólo en las dictaduras, sino también en los localismos: silenciar las voces y olvidar a las personas que hayan podido significar algo o que, sencillamente, se hayan desmarcado de la mediocridad o la vulgaridad. Lorca ha desafiado ambas barreras. La primera, como he dicho antes, y la segunda, la del olvido de los suyos -quizá la más enraizada entre nosotros- con idéntica intensidad. No sólo se recuerda cada año su muerte, sino su nacimiento en Fuente Vaqueros, en el ya universal 5 a las 5, el primer grito público en demanda de libertad, sino en toda la fecunda actividad desarrollada en su casa museo, que inició y mantuvo con talento Juan de Loxa, con hermanamientos con figuras de su tiempo -Jorge Guillén, Manuel Ángeles Ortiz, Fernando de los Ríos, Alberti, Miguel Hernández y un largo etcétera- e importantes exposiciones y actividades diversas que han mantenido vivo el espíritu y el significado del poeta desde que la Casa-Museo fue inaugurada el 29 de julio de 1986. Como ocurre con la Huerta de San Vicente y sus múltiples actos, de la mano de Laura García-Lorca. Y como ocurrirá con el Centro de la Romanilla que albergará todo el legado lorquiano, cuando, al fin, se resuelvan las dificultades de financiación que han aplazado el final del proyecto que estaba previsto inaugurar en 2008.
Pues ni una cosa ni otra -silencios y olvidos- han logrado aquellas bestias con Federico García Lorca, ni con Miguel Hernández, Antonio Machado, Cernuda y tantos y tantos que murieron en cárceles o en el exilio. Quizá tuvieron la suerte de que ya eran reconocidos en el momento de su asesinato, de su prisión o de su éxodo. Pero esas dos pasiones de silenciar y olvidar -a ser posible con la muerte, si las circunstancias lo permiten- fracasaron rotundamente, para vergüenza de aquellos carniceros y de quienes lo respaldaban. Sí, es verdad, que logró la dictadura imponer años de silencio, pero ni siquiera duraron lo que duró el dictador, porque ya antes el clamor de sus voces era tan fuerte, tan poderoso y tan universal que hasta la censura férrea tuvo que ceder y la publicación de sus obras invadieron las librerías legales, aunque ya antes buscábamos sus obras -y la de muchos otros autores prohibidos- en establecimientos de 'tapadillo', como el que había en la calle Puentezuelas, que nos tenían en contacto con lo que se publicaba en editoriales iberoamericanas.
La resistencia del mito
Lo que no hemos podido a estas alturas es esclarecer toda la verdad y sólo la verdad de aquellos siniestros días, pese al esfuerzo de tantos estudiosos como Gerald Brenan, en 1949, Claude Couffon, en 1951, Marcelle Auclair (1968) y, naturalmente, entre los extranjeros, Agustín Penón y, sobre todo, la gran labor de Ian Gibson, que recogió parte de los archivos de Penón y realizó una profunda investigación sobre los momentos del asesinato, sus circunstancias y sus personajes. Además habrá que incluir los trabajos de Vilá Reyes, Molina Fajardo, Eduardo Castro, Gabriel Pozo y tantos otros, incluidos familiares de los Rosales. Por no saber desconocemos hasta el lugar exacto donde se encuentran los restos de Federico y de los que con él fueron fusilados aquella madrugada. Sin embargo, estén más cerca o más lejos del parque que con el nombre del poeta se inauguró en 1986 en Alfacar, cerca del barranco de Viznar, y de la Fuente de las lágrimas, Aynadamar -de la que hemos escuchado una emocionante ópera este pasado Festival- el símbolo no se perderá. Porque, más cerca o más lejos, estarán los restos, pero por encima, estará la memoria. La del poeta y la de miles de restos humanos que más importante que removerlos, será ponerles nombres y apellidos, porque si ellos no dejaron la herencia de Lorca, sí dejaron la de su memoria y, de paso, la de sus verdugos.
No voy a repetir lo tantas veces dicho sobre aquella denuncia criminal de Ruiz Alonso, redactada -como cuenta en su libro Lorca. El último paseo, Gabriel Pozo- en la redacción de Ideal, ni quién dio la orden determinante para el crimen, ni quienes fueron los ejecutores materiales. La multitud de libros y testimonios nos permite revivir aquellos siniestros días y aquellos instantes dramáticos, el que cada 17 ó 18 de agosto se recuerdan en este parque de Alfacar, alrededor del monolito levantado en 1986 en memoria del poeta y de todos los asesinados en aquella cruel represión.
Federico es mío
Es justo que así se haga. En estos actos se ha repetido que los pueblos que olvidan su historia están propensos a repetir sus errores, o se han escuchado palabras de Antonio Machado cuando escribió aquello de que "dirigir al mundo sólo lo dirigen la cultura y la inteligencia, y tanto la una como la otra no puede ser un privilegio de casta". Lo que sí es verdad es que nadie tiene derecho a apropiarse de estas figuras universales ni sacarle provecho a su símbolo. Son patrimonio de la Humanidad y, por lo tanto, unen más que separan. A los pueblos y a sus propios conciudadanos. Todos tienen derecho a participar y el deber de honrarles como merecen. En Granada, muy especialmente, donde se perpetró el crimen y el de tantos otros, es una obligación que las distintas administraciones y colectivos lo apoyen en todo momento. Como ha ocurrido hasta ahora donde en este paraje se han escuchado las voces de Imanol Arias, Paco Rabal, José Luis López Vázquez, José Sacristán, Luis García Montero o Blanca Portillo, entre infinidad de nombres, junto con la música basada en textos del poeta o del jazz, el flamenco o la de las canciones armonizadas por Federico.
No han faltado las representaciones políticas. En el 70 aniversario asistieron representantes del Gobierno y la Junta, el ex vicepresidente Alfonso Guerra, Ian Gibson y los directores de cine Miguel Hermoso y Emilio Ruiz Barrachina, poniendo la música el cantautor Armando Prada. Estaba invitado Marcos Ana, que estuvo encarcelado y condenado a muerte.
En el 72 aniversario Manuel Galiana leyó poemas inéditos del vasco Gabriel Celaya dedicados a Lorca, poemas descubiertos por el profesor de la Universidad Antonio Chicharro. Un año antes el acto, organizado por el patronato cultural Federico García Lorca, celebraba una fecha importante: la creación del Consorcio que daría vida al Centro de la Romanilla, que albergaría toda la documentación relacionada con el poeta. Seguramente cuando se trata de apropiarse de la figura de Federico es más fácil hacerlo desde la retórica, no exenta, desde luego de sinceridad, que desde la responsabilidad institucional.
Este año se cumple 75 años de aquel monstruoso crimen y de tantos otros. Ha tenido que improvisarse un homenaje que debería haber estado preparado con tiempo, por la redondez de la fecha. De cualquier forma, el rito continuará. Teatro para un Instante que dirige Miguel Serrano pondrá vida a Federico en el recuerdo de sus personajes salidos de la Tragicomedia de Don Cristóbal y la seña Rosita, Mariana Pineda, Romancero gitano o Diván de Tamarit. Flores en el monolito que recuerda al poeta y a los inmolados. Si todas las muertes provocadas por otros seres son absurdas e inmundas, la de Federico fue, además, un fracaso: fracaso humano y fracaso ideológico porque ni se ha podido apagar su voz ni se ha podido sepultarlo en las fosa común del silencio, en la que si yacen, por desgracia, miles de víctimas que todavía encuentran reticencias para comprender y enaltecer su recuerdo. Lo he dicho muchas veces: aquella tragedia no la superaremos mientras haya alguien que crea que es mejor el borrón y cuenta nueva que poner en el lugar que le corresponde a las víctimas y a los verdugos, sin afán de revanchismo ni odios que el tiempo ha ido borrando. Perder la memoria es lo peor que puede sucederle a los pueblos y a sus gentes. Tomemos ejemplo de lo que ha hecho Alemania para superar la tropelía del holocausto nazi, al fin y al cabo, una tropelía nacional como la española, salvando las distancias. Honrando a las víctimas y no ocultando la monstruosidad es como se cierran las heridas y se consigue el respeto de todos.
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