Un director en el Parnaso
Programa: Félix Mendelssohn-Bartholdy, Ein Sommernachtstraum , op. 61 (Sueño de una noche de verano. Selección); Franz Schubert, Sinfonía núm. 3 en Re mayor, D. 200 y Sinfonía núm. 4 en Do menor «Trágica», D. 417. Grupo: Freiburger Barokorchester. Director: Pablo Heras-Casado. Lugar: Palacio de Carlos V. Fecha: 4 de julio de 2012.
El director granadino Pablo Heras-Casado, cuya proyección internacional es ya incuestionable, vuelve a su tierra para dirigir a la Orquesta Barroca de Friburgo en uno de los conciertos más esperados del Festival. Un instrumento tan perfecto como es esta orquesta, puesto en manos de un director audaz y arriesgado como Pablo Heras resulta sumamente sugestivo para cualquier amante de la música.
En ocasiones, el crítico debe hacer un verdadero esfuerzo para no dejarse llevar por los sentimientos y tratar de volcar sus valoraciones con la mayor objetividad posible. Tal es el caso de un servidor cuando escribe sobre Pablo Heras, un músico de talla internacional cuya evolución he tenido el placer de poder contemplar desde una discreta distancia. El bagaje coral de sus inicios y su interés por la música contemporánea se han completado con un meticuloso estudio de la orquestación y la dirección a través de los grandes maestros europeos. Su valentía a la hora de dirigir programas poco habituales y su curiosidad por seguir ampliando sus horizontes le han configurado como un joven director inquieto y ambicioso en lo musical, pero a la vez concienzudo en su trabajo y seguro del camino que quiere seguir en su carrera.
Para su reencuentro con Granada y su Festival contó con la Freiburger Barokorchester como firme aliada, eligiendo un programa poco convencional, pues nos propuso una revisión historicista de dos grandes nombres del primer romanticismo: Franz Schubert y Félix Mendelssohn. A priori, podría antojarse fuera de lo habitual escoger tales compositores para una orquesta que se ha especializado en el barroco y el clasicismo. Pero Pablo Heras demostró que cuando se tiene un instrumento tan dúctil y capaz como esta orquesta, y un criterio bien asentado, los clichés y los prejuicios están fuera de lugar; no en vano, el sello Harmonia Mundi los ha fichado para grabar juntos el repertorio escuchado en el Palacio de Carlos V.
El concierto se abrió con una selección de la suite orquestal El sueño de una noche de verano de Felix Mendelssohn. En concreto, se escucharon el Scherzo inicial, el Intermezzo y el Nocturno. La comunicación de Pablo Heras con la orquesta fue increíblemente fluida y exacta, reaccionando ésta a cada pequeño estímulo por parte del director, siendo fieles a la articulación precisada por cada motivo y manteniendo continuamente la tensión. Así, el discurso desarrollado fue perfectamente comprensible y equilibrado.
El resto del programa se consagró al genio sinfónico de Franz Schubert, un compositor del primer romanticismo cuya obra está siendo objeto de revisión en estos momentos. Contemporáneo de también genial Beethoven, Schubert no lo tuvo fácil para ver su música sinfónica proyectada al gran público, pese a tratarse de un catálogo rico y de alta calidad sonora. En concreto, la tercera y cuarta sinfonías, obras de juventud, fueron con certeza interpretadas en conciertos de poca proyección con orquestas de dimensiones muy similares a la Orquesta Barroca de Friburgo. La revisión de su dialéctica temática con una densidad sonora descargada de grandes secciones de cuerdas y vientos a cuatro se presenta, pues, como una opción no sólo sugerente sino también tremendamente coherente.
La interpretación realizada de estas dos sinfonías no tiene tacha posible, pues puedo afirmar que ha sido, con diferencia, la ocasión en que mejor he comprendido el trabajo melódico del interesante mundo orquestal de Schubert. Ante los oídos del público asistente se presentó un mosaico de colores tímbricos, de motivos que iban respondiéndose con total naturalidad y precisión meridiana, y de armonías calibradas elegantemente, todo ello dentro de una rítmica bien definida y coherente con el conjunto. El resultado fue una interpretación de un gusto exquisito, que a juzgar por los rostros de los distintos intérpretes fue también de su agrado; director y orquesta transmitieron la sensación de estar disfrutando cada nota lanzada al aire, sin aparente dificulta pese a lo comprometido de la partitura, dejándose llevar por la música.
Analizando en detalle la interpretación, cabría destacar varios momentos dignos de entrar en el Parnaso de los grandes directores que Pablo Heras regaló a los asistentes. En la Sinfonía núm. 3 en Re mayor, tras la íntima y delicada introducción, se resolvió el allegro inicial con una transición rítmica digna de un Celebidache o de un Furtwangle. El presto vivace estuvo impregnado de una frescura rítmica y dinamismo similares al histórico registro de Böhm, pero con una concepción tímbrica digna del mejor Harnoncourt. Por su parte, en la Sinfonía núm. 4 en Do menor Trágica, llamó especial atención el rico trabajo expresivo desarrollado en el segundo movimiento, así como el carácter marcado del tercer movimiento menuetto: allegro vivace o la alegría y exuberancia del allegro final. Estos son sólo algunos elementos remarcables, dentro del altísimo nivel interpretativo que tuvieron ambas sinfonías en su conjunto.
Si hubiera que destacar una sola cualidad del concierto, ésta sería la taxativa claridad con la que fluyó el discurso musical en todo momento; esto es algo que no se consigue sólo contando con un buen instrumento como la Orquesta Barroca de Friburgo, sino que detrás del éxito figura siempre el concienzudo trabajo de una mente privilegiada. La magistral intuición y el profuso trabajo demostrados por Pablo Heras como director de un programa tan espectacular hacen que hoy, quien suscribe, le rinda un sentido homenaje, declarando estar ante una batuta sobradamente preparada que todavía tendrá mucho que decir en el panorama musical actual. Como no podía ser de otra forma, el Palacio de Carlos V se rindió incondicionalmente ante el alarde de musicalidad prolongando durante más de diez minutos su ovación en una velada granadina que, como el propio director manifestó, se convirtió en su particular "sueño de una noche de verano".
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