El maestro Juan Martínez que estaba allí
Juan Martínez existió
La cinta que, fuera de competición, sirvió para inaugurar el segundo Cines del Sur, es en fondo y forma una película occidental. Vale que si hablamos de Cines del Sur Australia no puede ser más meridional, pero es la visión cinematográfica de este australiano que trabaja en las zonas tribales de la frontera afgano-paquistaní la que, pese a los loables esfuerzos que realiza, no logra desprenderse de su mirada occidental.
En Son of a Lion lo que menos importa es la trama, ya vista mil veces, de un adolescente intentando liberarse del férreo apego a la tradición de su padre y su rigorismo que, sin ser estrictamente religioso -rechaza las enseñanzas de las madrassas-, sí se identifica con el fanatismo de los talibanes. De hecho, es en esa trillada contraposición de dos visiones de la vida donde la película flaquea, pero se vuelve poderosa cuando la mirada del director se disuelve, cuando deja hablar y actuar a los protagonistas. Entonces Son of a Lion se convierte en una película útil, pues nos presenta sin prejuicios cómo piensan, como miran y cómo sienten unas gentes que no tienen nada de siniestro. Hay humor e ironía, y brotan espontáneamente. Son impagables esos diálogos sobre qué hacer si tienes a Ben Laden en casa, hospedarlo o cobrar la recompensa, o sobre las teorías conspiratorias respecto al 11-M. Descubrimos en estas aisladas aldeas pastún la misma desinformación, el mismo maniqueísmo de los ciudadanos estadounidenses con todas sus cadenas de televisión por cable. Y nos admiramos de la naturalidad que escapa de un retrato que estilísticamente no es tan naturalista como sería deseable.
Pero no todos los méritos son atribuibles a los pastún. El director también pone lo suyo: una narración ágil, el empleo enfático del primer plano y sobre todo determinadas escenas tragicómicas, algunas de las cuales reinciden en las paradójicas similitudes entre el imperio y la periferia. La obsesión por las armas de fuego, los clientes que salen de las armerías para probar a tiros sus kalashnikov y la habilidad de los adolescentes para recoger los casquillos al vuelo, recuerdan inevitablemente a las situaciones esperpénticas que mostraba Michael Moore en Bowling for Columbine, y esos parecidos razonables tienen mucho morbo.
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