"Un e-book jamás llegará al nivel de romanticismo que tiene el papel"

Ángel Esteban. Escritor

El profesor de la UGR realiza en su último libro, 'El escritor en su paraíso', un recorrido por las vidas de famosos novelistas que fueron bibliotecarios. Vargas Llosa escribe el prólogo.

Ángel Esteban es doctor en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Granada
Ángel Esteban es doctor en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Granada
Antonio Cervera Granada

10 de septiembre 2014 - 05:00

No hay mejor almacén de conocimiento que una biblioteca. Libros, historias, cuentos y demás maravillas nacidas del poder de la imaginación en conjunción con una mano adecuada para la escritura pueblan las estanterías de estos santuarios de la cultura. Stephen King, Lewis Carroll, Gloria Fuertes o Borges son mundialmente conocidos en su faceta de escritores, pero poca gente sabe que, antes de convertirse en aclamados autores, fueron también bibliotecarios. Ellos son sólo una pequeña parte de tantos y tantos literatos que han pasado horas de trabajo y lectura en bibliotecas por un motivo u otro. El escritor en su paraíso de Ángel Esteban desvela la relación con las estanterías de treinta reconocidos escritores que, en algún momento de su vida, ejercieron de bibliotecarios, realizando un viaje por sus vidas, consagradas enteramente a las letras y su difusión.

-¿Cómo surgió la idea de explorar la faceta de bibliotecario de famosos escritores?

-Yo ya había publicado en la revista Mi biblioteca una serie de estampas acerca de pequeñas anécdotas de escritores que habían sido bibliotecarios. De ahí, sólo hizo falta plantearse un proyecto más grande, y nació el libro. Aun así, mi interés por este mundo no es nuevo. Yo siempre he sido un hombre de biblioteca, ya que mis estudios me han obligado a estar continuamente en contacto con estos lugares. Recuerdo haberme sentido maravillado por la Biblioteca de la Universidad de Illinois, que tenía más libros cuando la visité que la Biblioteca Española. También he visitado las colecciones personales de diferentes escritores para un libro que elaboré hace diez años. Me encantó, por ejemplo, la de Vargas Llosa, que trasladaba sus libros por el mundo a cada vivienda nueva para no separarse de ellos.

-Hablando de Vargas Llosa, ¿cómo se siente al tener un prólogo de un premio Nobel?

-Para mí es una suerte y todo un honor contar con su colaboración, y soy consciente de que su nombre es un respaldo para mi libro. Él es un enamorado de las bibliotecas. Toda su vida ha trabajado continuamente como bibliotecario, además de dedicarse a escribir. Sabía que el tema le iba a encantar y cuando se lo propuse no dudó en decirme que contara con su apoyo.

-Nos encontramos ante un tema que puede ser denso ¿Es un libro para todo tipo de públicos?

-Absolutamente. Ante todo, es un libro divulgativo y está escrito en clave narrativa. El público general puede disfrutarlo. Aunque haya habido un trabajo de investigación y documentación grande, es un libro de anécdotas de biografías interesantes. Los capítulos son cortos y pueden leerse de forma independiente, como quien escoge un cuento de un recopilatorio de los hermanos Grimm (presentes, por cierto, en uno de los capítulos). Describo el trabajo de estos escritores-bibliotecarios y me pregunto cómo influyó en su literatura, si es que lo hizo, analizando también qué significaba para ellos su trabajo.

-Entre las treinta historias que componen su libro habrá muchos tipos de bibliotecarios. ¿Tantos como personalidades?

-Pues sí, pero aun así, a grandes rasgos, se ven cuatro grandes clases de escritores que han sido bibliotecarios. En primer lugar, están aquellos para los que antes es un placer que un trabajo. Es el caso de Borges o Vargas Llosa, que aman los libros, poseerlos y organizarlos. Otros, como los hermanos Grimm, se metieron a trabajar entre las estanterías para recopilar material que les sirviera en sus obras literarias. Nada de lo que escribieron era nuevo, todo vino de la tradición popular. En tercer lugar están aquellos que descubren la literatura en las bibliotecas. Es el caso del cubano Reynaldo Arenas, que llegó siendo pobre por casualidad a un puesto de bibliotecario y se encontró con las letras. Descubrió a los clásicos y llegó a elaborar una primera obra tan brillante como Celestino antes del alba. Por último, los hay que odian su trabajo, o que se meten en las bibliotecas porque no tienen un duro. A Marcel Proust lo mandaba su padre por obligación a trabajar en la Biblioteca Mazarina y él se escaqueaba siempre que podía, e incluso hacía mal su trabajo a propósito. Decía que el polvo de los libros le daba asma.

-Entre tantos escritores masculinos, ¿encontramos alguna bibliotecaria?

-Uno de los capítulos está dedicado a la grandísima Gloria Fuertes. Mientras trabajaba en la Biblioteca del Instituto Internacional de Madrid se dedicaba a ayudar a leer a los que acudían allí. Hacía un par de preguntas acerca de los gustos e intereses y recomendaba un libro. En definitiva, se preocupaba por sus lectores. Aunque haya más mujeres que hayan sido importantes y hayan desempeñado una labor en las bibliotecas, como María Moliner, la importancia del resto de autores me ha obligado a dejar tan sólo a Gloria Fuertes como única representante femenina.

-Se afirma que el conocimiento es poder. ¿Alguno de los escritores de su libro ha conseguido coquetear con el poder político y económico a la hora de desempeñar su labor de bibliotecario?

-Son varios los casos de escritores que han tenido poder cuando trabajaban en las bibliotecas. Es el caso de Goethe, que ejerció todo su poder político y social para llevar la Biblioteca de Weimar a un apogeo cultural impresionante, lleno de tertulias, lecturas y charlas de filósofos. El peruano Ricardo Palma recibió la misión de parte de su gobierno de reconstruir en 1879 la Biblioteca Nacional tras la guerra con Chile. Él usó todo su poder para buscar lo perdido, recomprarlo e incluso pedirlo a compañeros escritores. Esto le hizo ganarse el mote de 'el bibliotecario mendigo'. En el caso español, encontramos a Benito Arias Montano, que trabajaba para Felipe II. El rey le dijo: "Tú viajas pagado por la corona para comprar los mejores libros, sean a mano o de imprenta, y te los traes al Escorial". Y eso hizo, siendo tan ambicioso que llegó a querer competir en magnitud con la Biblioteca Vaticana. Ha habido escritores-bibliotecarios también que han usado su poder para censurar o promover su ideología, pero en mi caso sólo he cogido ejemplos de autores que trabajaron en favor de los libros, las bibliotecas y los lectores.

-Con la creciente digitalización, el concepto de biblioteca está condenado a, si no desaparecer, reinventarse. ¿Podría escribir un libro similar con escritores que hayan trabajado con e-books?

-Por supuesto que no. Un e-book jamás llegará al nivel de romanticismo que tiene el papel. Las historias que cuento se han forjado en bibliotecas llenas de estanterías con libros reales. Lo que permanece es lo real, y lo real es lo físico. No estoy en contra de que exista una realidad virtual, pero ésta puede desaparecer en cualquier momento y un libro de papel no. Vargas Llosa dice (en tono pesimista, por supuesto) que algún día se acabará el papel y las bibliotecas serán museos, como si visitáramos una catedral o unas termas romanas. Yo no comparto esta opinión. Debemos luchar porque el papel no desaparezca. Es compatible con lo digital, y en este aspecto la educación tiene mucho que decir. La editorial del libro (Periférica) apuesta mucho por este aspecto, cuidando al máximo la presentación. Sus libros son, en cierto modo, 'libros caros': papel bueno, tapa dura, diseño de la portada cuidado al máximo... Al final, tener un buen libro en la mano es un placer que acompaña a la experiencia de la lectura: el olor, el tacto, la vista... todo goza. Mi libro es un canto a la biblioteca, un homenaje a los libros y a la gente que tanto ha aprendido y disfrutado de ellos. El mensaje está claro: hay que leer libros en papel.

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