"A cada poema le pido fidelidad al que soy en ese momento"

rafael espejo. poeta

El escritor prosigue su trayectoria con una obra en la que destaca la importancia del silencio en la poesía y que ayer recibió el premio El Ojo Crítico

Rafael Espejo, en los jardines Juan Carlos I.
Rafael Espejo, en los jardines Juan Carlos I.
Alfredo Asensi

14 de noviembre 2015 - 05:00

Después de Círculo vicioso (1996), El vino de los amantes (2001) y Nos han dejado solos (2009), Rafael Espejo, un autor con fuertes vínculos con Granada, publica, en la editorial Pre-Textos Hierba en los tejados, libro c on el que ayer se alzó con el premio El Ojo Crítico de Poesía 2015 que concede RNE.

-¿Qué papel ocupa el misterio en su poesía?

-Supongo que el misterio ocupa en mi poesía el mismo espacio que en mi vida, porque no sé diferenciar lo que veo de lo que imagino. Quiero decir: me parece tan real una montaña como los pensamientos o las emociones que me cruzan cuando miro esa montaña, que deja entonces de ser estrictamente una montaña. En esto no soy nada original, ya lo hacían los primeros hombres: fabular sobre un mundo que se habían encontrado y del que no sabían prácticamente nada: por qué sangra una herida, de dónde vienen los sueños, qué es la luna, cómo es que no se cae, etc. En ese sentido, no hemos cambiado demasiado. Aún nos queda mucho por explicar. Y mientras siga habiendo preguntas sin respuesta, seguirá siendo posible, y diría que necesario, el misterio, que otros llaman fe.

-¿Y la memoria?

-De eso voy justo, sí. Tengo una memoria tan fallona que casi vivo al día, como un lagarto. Yo suplo esa tara mía escribiendo. A cada poema le pido fidelidad al que soy en el momento en que lo escribo. Le pido que me retrate, que sea capaz de contener una burbuja de tiempo. Que con el paso de los años pueda volver al estado anímico o sentimental en el que estuve cuando asocié un paisaje desértico a mi madre comiendo turrón, por ejemplo. Y eso es mejor que la memoria, como la magdalena de Proust.

-Se observa en sus poemas una voluntad de trazar pasarelas entre lo cotidiano y lo trascendente...

-Bueno, es que bien mirado lo cotidiano no es menos trascendente que lo extraordinario, si no el 95% de nuestra vida sería paja. Y no: vivir es uno de los hechos más raros que conozco. Aunque más que de voluntad creo que se trata de carácter. Es lo que decía antes, no sé distinguir entre lo que veo y lo que imagino. Van juntos, son lo mismo. Como un poema está hecho de palabras, pero también de silencios. Y es al lector a quien corresponde completar esos silencios, trazar esas pasarelas entre lo que se dice y lo que no se dice.

-¿Cómo ha evolucionado su voz poética?

-De una manera natural, supongo. No soy el mismo que cuando tenía 20 años, tengo otros hábitos, no hablo igual. Y seguro que si llego a los 80 seré muy diferente del que soy ahora. Quizá me guste la lechuga entonces. Lo que digo es que una persona hecha es una persona estática, y lo estático permanece idéntico a sí mismo siempre. Ya seré estático cuando me muera. Basta echar un ojo alrededor (las plantas, los animales, los mares, el cielo, etc.) para entender que el mundo cambia de postura a cada rato, que la vida es cambio constante. Y a mí me encanta vivir.

-¿Le interesa más la poesía en su dimensión reflexiva o en la contemplativa?

-Me he aburrido un poco de la poesía moral, de los poemas que invitan no tanto a pensar como a adscribirte a un dogma, por bienintencionado que sea. Como lector, prefiero la experiencia emocional a la intelectual. Prefiero una experiencia sobria y desnuda a una moraleja envuelta en papel de regalo. Aunque, de todos modos, lo reflexivo y lo contemplativo no son extremos opuestos, hay poetas que piensan y admiran a la vez. Esos son los que prefiero, claro.

-¿Cómo ve la escena poética actual en España?

-Necesariamente confusa, somos tantos españoles... Es algo que también ocurre en la música, en la pintura, en la literatura en general. La democracia ha puesto el arte al alcance de todos. Y un detalle más importante aún: ha abierto la ventana de España, que olía a cerrado. Ya no sólo nos influyen Garcilaso, Espronceda o los del 27, sino que con el boom de las traducciones el catálogo se ha abierto a autores estadounidenses, polacos, rusos, etc. Y si uno es lo que lee, hoy día cada poeta puede escoger libremente su propia tradición, su modelo. Creo que eso es lo que ocurre ahora en España: excepto casos flagrantes, es imposible decir quién es hijo de quién. Por eso los críticos no se ponen de acuerdo, y cada cual tiene sus elegidos. Con el paso del tiempo podremos entender qué está pasando.

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