Nunca te sueltes | Crítica
No te sueltes cuando el mal acecha
Junto a la novela y el cine, el cómic es una de las grandes formas narrativas de la actualidad. Su condición de arte popular o su naturaleza 'dual' (dibujo y palabra), no obstante, lo relegaron durante decenios al rango de mero pasatiempo o de simple sucedáneo del Séptimo Arte (de hecho, hubo quien lo bautizó como 'El cine de los pobres'). Por suerte, en el salto de centuria, desde los arrabales del siglo XX hasta los terraplenes del XXI, la situación parece estar normalizándose y las condenas de los inquisidores son cada vez más raras y la quema de cómics, a Dios gracias, inexistentes (pero haberlas, las ha habido). Ha sido una historia larga y trabajosa que, hasta hitos tales como la concesión del premio Pulitzer a Maus de Art Spiegelman, había obligado al medio a batallar por un poquito de consideración, en un centenar de frentes distintos, un día tras otro. A dicha normalización ha contribuido un término 'sospechoso', la novela gráfica, "el último (hasta ahora) de los varios intentos hechos por el cómic de asaltar la fortaleza de la respetabilidad cultural", según las certeras palabras de Juan Antonio Ramírez.
Personalmente creo que la expresión 'narración gráfica' cumpliría con creces el objetivo de definir esta práctica sin incurrir en maniobras excluyentes; en los anchos brazos de la narración caben las historias largas y las historietas, las tiras cómicas y las viñetas (recuérdese: "Una simple caricatura puede ser también narrativa, ya que exige para completarse que imaginemos un 'momento posterior a la acción', David Carrier dixit); cabrían incluso las tendencias más experimentales, pictóricas y poéticas. No obstante, la etiqueta está tan arraigada -se la escuchamos a gente que jamás ha leído una- que urgía poner un poco de orden en la mesa revuelta de la crítica y a ello se ha volcado Santiago García en un brillantísimo ensayo titulado precisamente La novela gráfica (Astiberri Ediciones). Lo que hace el autor es subirse a la máquina del tiempo, retroceder hasta los orígenes del cómic -a las obras satíricas de Rodolphe Töpffer de principios del XIX-, para recorrer de nuevo ese camino largo y trabajoso que decíamos con un objetivo preciso: señalar las semejanzas y discrepancias entre lo que antaño dio el cómic adulto en sus empeños más ambiciosos y lo que la novela gráfica está ofreciendo hogaño.
Los volúmenes recopilatorios de historietas han existido desde la segunda mitad del siglo XIX, y desde la primera mitad del siglo XX, estas recopilaciones han incluido esas tiras de prensa o series que elaboraban relatos de largo aliento basados en aquel entrañable, también enojoso, "Continuará"… Así pues, si el formato libro no es definitorio de la novela gráfica, ¿qué brinda ésta? ¿Una historia autónoma? ¿Temas o contenidos para adultos? ¿Un mayor realismo? ¿Mayor exigencia artística? Nada de esto. Para cada uno de los interrogantes previos, pueden citarse (y Santiago García cita oportunamente) un sinfín de precedentes. Entonces, ¿qué? En vez de un género, la novela gráfica sería expresión del nuevo status de la narración gráfica, libre por fin de la dictadura de la serialidad y del estigma del escapismo; puede zanjarse por fin las deudas del cómic con el folletín o el serial cinematográfico, decisivos una vez, y desprenderse del sambenito de 'cosa de niños'; las historias tendrán la extensión dramática que necesiten y la gravedad que consideren oportuna. La fórmula 'novela gráfica' ha dignificado el tebeo entre sus detractores: no debiera suceder como ocurrió con Maus que, tal fue el impacto, cierta élite cultural lo defendió argumentando que "no era exactamente un cómic" [sic].
La novela gráfica sería, al mismo tiempo, un ardid que permitiría a ciertos artistas hallar cobijo bajo el techo de la 'literatura' desposando uno de sus géneros estrella, la novela. Sin embargo, al imponer una jerarquía, el producto tendría algo de equívoco. Mortadelo y Filemón (simples personajes de historietas infantiles) pasarían a ser mercancía menor respecto a los personajes de Persépolis, por ejemplo, aunque en el caso de Francisco Ibáñez hablemos de un grandísimo artista gráfico, de un prodigio de inventiva, de un arsenal inagotable de recursos expresivos, y en el de Marjane Satrapi de una autora que ha sabido encauzar debidamente unas limitadas dotes artísticas. La pregunta que queda en el aire es: ¿La novela gráfica es importante por el simple hecho de tocar temas 'importantes'? Habría mucho que matizar (y Santiago García lo hace). Ese viaje suyo desde el ayer a nuestros días, a través de una historia larga y trabajosa, sí, pero apasionante, arroja bastante luz a los rincones en sombras. La novela gráfica, ni siquiera hace falta decirlo a estas alturas, hará bien tanto a neófitos como a iniciados.
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