La fusión fría
Fecha: viernes, 12 de noviembre. Lugar: Teatro Isabel la Católica. Aforo: 500 personas.
Algunas calvas en el tupido patio de butacas del Isabel la Católica ya ofrecían alguna pista acerca de las reservas con que el respetable iba a recibir una de las apuestas más arriesgadas de la trigésimo primera edición del Festival de Jazz de Granada, la de la música dispersa y experimental, para muchos hasta indigesta, del trompetista Nils Petter Molvaer. Desde que hace ya muchos años, el jazz dejara de ser una música permeable a las innovaciones para entrar a formar parte de las músicas sacralizadas y admitidas por el sector más inmovilista de los melómanos, las salidas de los cauces marcados, y más si se hacen de una manera tan poco complaciente como la que planteó el noruego la noche del viernes, se perciben de manera sospechosa y si acaso se aceptan es a regañadientes. Ya durante el concierto inaugural, Wayne Shorter tampoco se lo puso fácil a la afición, aunque su impecable hoja de servicios bloqueó cualquier atisbo de rebelión ante su audacia. Pero Molvaer, con menos nombre, fue aún más lejos. Si Shorter se decantó por una música de corte incidental y paisajístico, la del trío noruego fue un auténtico viaje a las profundidades de un iceberg. Y la nave que nos condujo a esos recónditos y helados parajes estaba formada por una batería, un guitarrista con varios amplificadores y otros cachivaches destinados a deconstruir el sonido natural de su instrumento y una trompeta minimalista, de movimientos ralentizados y una premeditada escasez de notas. Tan lejos del cliché electrónico como del jazz tradicional, este músico se adentra en los territorios desconocidos donde lo lleva su investigación sónica, creando novedosas atmósferas. Los ávidos asistentes que aguantaron su embestida, y que fueron mayoría, en honor a la verdad, ovacionaron su actuación y el noruego respondió con una breve concesión interpretando el Nature boy del ineludible Miles Davis.
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