El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
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Alos treinta años de aprobarse la Ley del Divorcio, impulsada por un gobierno de UCD, han dejado de sonar las trompetas del Apocalipsis con el -mal- augurado fin de la familia en España. Se han divorciado un millón doscientos mil matrimonios, sí, pero la institución familiar no ha quedado destruida. Sólo que ha cambiado y ha adoptado formas nuevas.
Al matrimonio eclesiástico de toda la vida le han salido unos cuantos competidores, y alguno ha tenido un éxito arrollador. El más exitoso ha sido el matrimonio civil, que hace tres décadas suponía menos del 6% del total y ahora es mayoritario. Desde 2009 exactamente, cuando se registraron en todo el país 97.000 bodas civiles y 80.000 por la Iglesia. Aunque no tanto, también han aumentado significativamente las uniones de hecho, sin papeles de por medio, a las que se acogen una de cada cinco parejas heterosexuales. Y uno de cada tres bebés nace ya en hogares de parejas no casadas o madres solteras.
Ítem más. Nuevas unidades familiares han hecho su aparición, y sin ninguna vocación de ser un brote efímero. Tal es el caso de los matrimonios entre personas del mismo sexo, reconocidos como tales por ley impulsada por el primer Zapatero, en 2005, aunque sobre ellos pesa el recurso planteado por el Partido Popular ante el Tribunal Constitucional. La diversidad de unidades familiares se completa, por ahora, con los hogares monoparentales (existen más de medio millón, procedentes de procesos de divorcio, pero también de mujeres sin parejas y con hijos adoptados o biológicos) y las familias reconstituidas por personas separadas que se unen con nuevas parejas, aportando cada una los hijos de su unión anterior.
Hay que decir que este de la familia ha sido uno de los cambios más espectaculares protagonizados por la sociedad española. Frente a la familia tradicional perfectamente jerarquizada -no hace falta decir en quién residía la autoridad incontestable- y el matrimonio indisoluble, han alcanzado plena legitimidad social otras unidades familiares basadas en una relación más igualitaria entre los cónyuges y la posibilidad de ruptura de las uniones fallidas, así como una tipología plural de familias a la medida de la situación, mentalidad y forma de vida de sus integrantes. De alguna manera ahora se pueden construir familias más en función de los afectos y las idiosincrasias que de la costumbre. Ya no se puede hablar de la familia de toda la vida. Porque la vida ya no es como era.
Por lo demás, a nadie se le obliga a divorciarse, ni a casarse con alguien del mismo sexo, ni a tener hijos en solitario ni a celebrar su boda en el juzgado y no en la iglesia. Es lo bueno de la libertad.
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