En tránsito
Eduardo Jordá
Sobramos
mar adentro
CAER de un andamio, herirse con una herramienta cortante, inhalar un gas tóxico en un laboratorio, ser atropellado en medio de la carretera mientras se intenta organizar el tráfico, recibir encima de la cabeza un desprendimiento de tierra en una mina... Uno tiene la idea de que los accidentes laborales son siempre físicos, o muy gráficos, o contundentes. Uno tiene la idea de que hay trabajos peligrosos y trabajos inofensivos; trabajos en los que se expone la vida, o la salud, y trabajos donde no es posible que nada malo nos ocurra; trabajos, los segundos, que casi no hacen honor a su nombre, porque resultan muy poco trabajosos, y en los que nunca se corre el menor riesgo.
Pero uno descubre de pronto que las cosas no son tan simples. Que vivimos, sin darnos cuenta, llenos de prejuicios y que un trabajo aparentemente inofensivo y repleto de placeres puede no serlo tanto y que el peligro puede aparecer ahí, donde menos lo esperas. Una violinista de la Orquesta Ciudad de Granada ha presentado una demanda por un accidente de trabajo sufrido en 2009. Se trata de un accidente extraño, de esos que nunca se nos ocurriría imaginar, un accidente laboral digno de una película de humor o surrealista. La violinista ha sufrido un "trauma sonoro" causado por la voz de la soprano de su orquesta; una voz que, en los ensayos, parece que se proyectaba demasiado cerca de su oído. Desde entonces, hace ya dos años, la violinista no consigue tocar su instrumento ni puede, tampoco, permanecer en sitios ruidosos.
La música, el arte, el canto, pensaba uno, es una de esas actividades siempre ricas y beneficiosas, siempre enriquecedoras. Pero uno descubre, de pronto, que también esta idea, como casi todas, es relativa, y tópica. Lo cierto es que la música, a veces, puede causar el mismo daño que el ruido de una excavadora. Y que la mejor soprano del mundo cantando todo el día pegada a nuestro oído a lo largo de dos años, puede ocasionarnos el mismo nivel de daño auditivo que el que nos produciría vivir al lado de un parque de bomberos.
La violinista ha ganado el juicio. Los que en su día tenían que hacerlo, no realizaron las mediciones oportunas para que el espacio que la separaba de la soprano fuera mayor. Su accidente, sin embargo, no lo reconoce el Instituto de la Seguridad Social, una institución que, según parece, es tan poco rigurosa y tan prejuiciada como los simples mortales. Y opina, también, como muchos de nosotros, que la música y el arte no pueden, en ninguna circunstancia, producir más que bondades. ¡Qué injusticia!, ¿verdad?
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