En tránsito
Eduardo Jordá
Sobramos
palabra en el tiempo
NUESTRO Ayuntamiento cerró este verano con tanto ímpetu la puerta de la biblioteca Las Palomas del Zaidín que se olvidó de sacar a tiempo los dedos y posiblemente el pie y desde entonces anda desconcertado, sin saber cómo acallar la razonable protesta de los vecinos que no se resignan a perder la librería que los ha surtido de lecturas durante años. La verbena que ayer se montó frente a la biblioteca, con intervención policial y todo, marcará un antes y un después en la relación del Ayuntamiento con el barrio más populoso de Granada y calificará para los restos la impronta de la política municipal de Torres Hurtado y sus desacomplejados muchachos. Los agentes tuvieron que intervenir y apartar a la fuerza a los vecinos que, concentrados, se oponían a la retirada de los libros. Un concejal fue sacado en volandas y otros vecinos rozaron el ataque de nervios.
¿Cómo unos políticos tan hábiles para volver lo blanco negro en lo referente a la economía municipal o para silenciar con una faena de aliño a la oposición han acabado atrapados como novatos en el interior de una biblioteca? Supongo que el PP ignoraba en qué clase de fregado se metía cuando dio la orden de clausurar la biblioteca para convertir el edificio en sede de coros y danzas. El hábito del ordeno y mando termina por convetir las arbitrariedades en rutinas de gobierno. Y el Ayuntamiento de Torres Hurtado ahora está pagando justamente el precio de ese despotismo nada ilustrado.
Pero hay más. Aunque la clausura de la biblioteca del Zaidín es, en apariencia, una demostración de autoridad banal al lado de otras mucho más trascedentes es, sin embargo, representativa de ese modo cesarista con que el PP gobierna la ciudad: autarquía, ensimismamiento e intransigencia. La decisión se adoptó sin contar con los vecinos, a pesar de la honda trascendencia que tiene para los habitantes de una barriada la pérdida de su biblioteca. Y las razones dadas para desahuciar la biblioteca fueron y son incomprensibles y parecen más fruto del capricho y la arbitrariedad de los concejales que de una resolución juiciosa (aunque equivocada). El hecho de que el sacrificio se ha llevado por delante un biblioteca, y no un mercado o un parque, supone un serio agravante. Es la cultura en su expresión más popular y pedagógica la que sale malparada. Es la afición a la lectura, las ansias de conocimiento y el uso de un espacio común para la ilustración y el estudio lo que ha pulverizado el Ayuntamiento.
Mientras las concejalías correspondientes se dedican a fomentar la beatería en la tele municipal, a organizar coros de zarzuelas o a estrenar la comedia del dramaturgo del partido, la buena gente del Zaidín se resiste en la plaza para que los guardias no desmonten su biblioteca. ¡Qué contraste!
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