La ciudad y los días
Carlos Colón
El avestruz y los tres monos sabios
la columna
LA situación económica de nuestro país le puede acabar pasando lo que al naufragio del Costa Concordia; que si no fuera por las dimensiones del drama, comenzaría a parecer un sainete frívolo y ramplón en el que todo suena a chiste malo. Y es que en estos pocos días de gobierno, el PP ha conseguido convertir sus prometidas ideas para acabar con la crisis en un guión confuso que no se creen los espectadores ni los actores ni, mucho menos, el director de esta especie de teatro chino a la española en el que, en lugar de seguridad y confianza, reina la improvisación y el desconcierto a la hora de salir a escena y explicar lo que quieren o lo que pueden o lo que en realidad van a hacer. No me mal interpreten; no voy a decir que la culpa de la crisis es de Rajoy, aunque la usara para ganar las elecciones, como tampoco dije nunca que la culpa fuera de Zapatero, aunque la usara para perderlas. Lo que sí digo es que aquel "no sabemos qué hacer" está dando paso a un "nosotros tampoco, pero os vais a enterar" y el barullo se hace cada vez más evidente cuando De Guindos dice una cosa, Santamaría otra, Montoro la contraria y el Rajoy otra distinta a micro abierto. Aunque si he de serles sincero, esta triste confusión no me sorprende lo más mínimo, como no me sorprende nada tampoco, que el Gobierno en realidad a lo que se dedique por estas fechas con encomiable perseverancia y, acompañado a las maracas por la presidenta de Castilla la Mancha, sea a una suerte de impúdica verbena para ir animando las elecciones en Andalucía. De hecho, nunca un gobierno de la nación había prestado tanta atención antes a nuestra tierra si obviamos la devoción de González hacia Sevilla o el gasto compulsivo de Magdalena Álvarez en Málaga, aunque la cosa tenga sus matices, porque si viene a ser verdad que aquellos se dedicaron a traer cosas buenas a algunas partes de Andalucía, el actual gobierno en lugar de hacer sus deberes con esta tierra, que los tiene, se ha inaugurado con desplantes poco elegantes y con la altanería habitual con la que los chicos y las chicas de Las Rozas acostumbran a enseñarnos a los andaluces como se deben hacer las cosas, en lugar de enseñárselas a sus amiguitos de Valencia, Murcia o Baleares. Y es que aunque Montoro se haya dejado esos rizos tan flamencos en la nuca, que parece que se va a arrancar en cualquier momento y doña Soraya se pase el día en el AVE y se haya comprado ya el par de trajecitos para la feria, Andalucía sigue siendo un molesto grano en la nariz o en salva sea la parte para el PP. Eso sí, jurando y perjurando que nos quieren y lo hacen por nosotros y es que por muy educados y hospitalarios que seamos los andaluces, Lola Flores tenía razón cuando dijo aquello de "si me queréis, irse".
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