La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
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OTRA vez, después de mucho tiempo, Cataluña vuelve a ser una comunidad innovadora en materia legislativa, y su Parlamento, el espejo en que han de mirarse los otros para ponerse al día y ordenar jurídicamente los nuevos conflictos sociales.
Ya no se trata de asumir -cortar y pegar, en algunos casos- las leyes catalanas sobre el marco estatutario, las competencias y las finanzas. Ahora lo que puede servir de guía es la ley que el Parlamento catalán va a aprobar dentro de unas semanas para regular el divorcio y sus consecuencias.
Cuando esa ley entre en vigor los jueces estarán obligados a establecer la custodia compartida de los hijos en caso de divorcio como norma habitual y a separar las cuestiones afectivas de las patrimoniales al decidir sobre las rupturas. Eso cambiará radicalmente, para mejor, la situación que viven hasta ahora los separados y divorciados españoles: en el 97% de los divorcios la custodia se concede a la madre, dentro de un lote en el que se mezclan elementos tan heterogéneos como la patria potestad, el domicilio familiar y la pensión. Y es que el Código Civil considera excepcional la custodia compartida y exige para otorgarla el informe favorable del fiscal.
Estas normas obedecen a una concepción que no sé muy bien si es obsesivamente machista o hipócritamente feminista: la idea de que, cuando hay divorcio, la culpa ha de ser necesariamente del hombre, al que se priva de la custodia de los hijos y se le expulsa del hogar, con la consecuencia lógica de aportar al mantenimiento de la prole. Pero cada divorcio es un mundo y las responsabilidades en su gestación suelen estar más bien repartidas. En muchos no tiene por qué haber culpables.
Pocas situaciones aparecen en la España de hoy más teñidas de desigualdad y discriminación que éstas. Y sin motivos digamos "técnicos", porque el principal bien a proteger por el poder judicial y por la sociedad en un divorcio debería ser el interés de los hijos, su estabilidad emocional y su felicidad, y todos los psicólogos y educadores coinciden en que lo que más atenta contra estos objetivos deseables no es el desamor entre los padres, sino la ausencia total de alguno de ellos -generalmente, el padre, ya digo- , que de pronto desaparece de sus vidas. El interés de un niño nunca puede estar en verse amputado afectivamente a una edad en la que ni siquiera comprende los motivos.
Será una buena cosa que la ley catalana fomentando la custodia compartida sea aprobada y que otras comunidades, si no el Congreso, la copien y la implanten. Por el interés de los hijos de la ruptura, por la convivencia y por la igualdad entre los sexos, que es un camino de ida y vuelta: vale para padres y para madres.
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