
Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
No queremos reyes
El Observatorio
POR más que rebusco en el diccionario, en los diccionarios, no consigo ver ese concepto moral del honor, tan español por su intangibilidad, asociado a algo que no sean personas. Por eso, cuando estos últimos días estos politicastros de medio pelo nos aturden haciendo referencia al honor de su partido, entro en la perplejidad más absoluta, casi en parada cardiorrespiratoria: no se de qué me hablan. ¿Será ignorancia lo que les lleva a utilizar ese término? Me digo que no, que no puede ser: la mayoría de ellos son "de letras" o, por lo menos, se les supone un cierto grado de educación que impediría tamaña equivocación.
¿Será, por el contrario que, en un alarde de retórica, están personificando esas beatíficas organizaciones suyas tratando a la vez de enaltecer el castellano? No puedo responderme sino en negativo por la mera constatación empírica de la altura de los debates parlamentarios. Desde finales del siglo XIX, las cotas de la elocuencia política sólo han llegado en escasas ocasiones a la categoría del "Al alba, con fuerte viento de levante..." con que nos regalaron la noticia de ese motivo de orgullo patrio tan pírrico como el de Perejil.
¿Qué será, pues? ¿Por qué insisten unos y otros en la honorabilidad de su partido como si con ellos no fuera personalmente esta película? ¿Por qué no mencionan directamente el nombre de quien los acusa con sus anotaciones, una persona física, bien física y bien tangible, no como el honor, sino que se sienten ofendidos y mancillados por anónimas campañas (los malvados medios de comunicación) que sacan a la luz las pruebas de dicha acusación? ¿Qué persiguen sus señorías? ¿Será acaso que su gallarda postura los lleva a escudarse en el anonimato del grupo, de la masa? ¿Será que con ello quieren esparcir sus responsabilidades entre la siempre fácilmente inflamable comunidad gregaria? ¿Por qué en esta piel de toro nadie dimite cuando se ve envuelto, aun sólo en su entorno, por asuntos turbios o cuando su partido, tan democrático él, le hace comulgar con ruedas de molino? ¿Es tal la fascinación y la dependencia generadas por el poder? Ante esta situación, es normal que la ciudadanía se encuentre hastiada de políticos ignorantes, iletrados y cobardes, pero más aún de un sistema de partidos y un sistema electoral que favorecen el medro de estos y que impiden las mínimas salubridad y transparencia que un Estado que se dice democrático debería poseer para sentirse decente.
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