José Carlos Del Toro

Educación

El Observatorio

23 de abril 2013 - 01:00

DE tanto en tanto aparecen lamentos en la prensa acerca de la situación de la educación en nuestro país. No quiero decir la totalidad, pero sí la inmensa mayoría de ellos son un alegato en favor de las llamadas humanidades supuestamente maltratadas en favor de las ciencias y las matemáticas merced a una supuesta visión utilitarista y tecnocrática imperante en nuestra sociedad. Tras admitir la certeza del diagnóstico -el maltrato curricular de esas disciplinas- discrepo absolutamente de la explicación de su origen -el fortalecimiento de las ciencias-. El aprendizaje de las ciencias ha sufrido el mismo menoscabo en el decurso de las múltiples invenciones del modelo educativo que ha experimentado nuestro país que, en realidad, ha sido entregado a una visión igualitarista ignorante. Han tratado a las sucesivas generaciones como si fueran cada vez más necias, confundiendo igualdad de oportunidades (exigible) con igualdad de capacidades (inexistente). Quiero decir además que las humanidades no tienen la exclusividad de lo relacionado con el espíritu y lo supuestamente más elevado en el ser humano. La ciencia y la tecnología tienen un origen tan elevado y espiritual como aquéllas y, además, no están hechas por extraterrestres sino por seres humanos con las mismas capacidades, las mismas carencias, las mismas aspiraciones y los mismos deseos que los de los humanistas. Conviene además recordar a esos ilustrados columnistas que técnica y tecnología son parientes etimológicas en primer grado de las artes. La mera contraposición de los dos conjuntos de disciplinas es, sin duda, miope y cortoplacista, amén de promotora de una ruptura necia de lo que debe ser único: la cultura. Lejos de verse excluyentes las unas de las otras más bien habría que verlas complementarias: aún recuerdo cómo el latín me ayudaba no sólo a comprender la sintaxis castellana, sino que servía como eje de mi estructura racional científica; cada día compruebo cómo ese espíritu racional, heredado de la matemática y la física, me sostiene intelectualmente tanto para entender una obra literaria como para desmantelar las falacias con que me inundan a diario políticos y periodistas. Igual que ya no se estudia el latín, resulta difícil encontrar alguien que entienda la relación estrecha entre el teorema de Pitágoras y el fundamental de la trigonometría. Créanme que si estos columnistas siquiera sospecharan esta última relación y su utilidad para entender el mundo que nos rodea, expresarían un pesar y una nostalgia aún más devastadores.

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