
Brindis al sol
Alberto González Troyano
Pensar en Europa
El Observatorio
SIEMPRE he dicho que mi condición de granadino voluntario me capacitaba más que a los naturales de la plaza para ensalzar las muchas bellezas que alberga esta ciudad embrujada, de mil rincones encantadores, de maravillosas luces y de no menos espectaculares y singulares sombras, con unos edificios que dan para escribir libros de más de ocho siglos de historia del arte. Me acuerdo que cuando convencía a mi mujer para trasladarnos, evocaba esa idílica primera etapa granadina mía durante mi época de estudiante. Ella, con su siempre lúcida racionalidad, me prevenía de lo que podía no ser más que sublimación de recuerdos ya antiguos y por tanto limados de toda arista incómoda.
He de decir que tanto ella como yo no cesamos de alegrarnos por nuestra decisión, después ya de quince años que vivimos en Granada. Sin embargo, hay algo de esta nueva etapa que no pude prever con la información de aquella primera: la malafollá. Mi ingenuidad adolescente de entonces la atribuía al mal gusto de algunos que "infundadamente" acusaban a los habitantes de esta maravillosa ciudad. (En aquellos tiempos sí sublimaba uno todo).
Como tantas otras cosas, el pasar de los años te enseña que, como le leí una vez a Antonio Gala, "un tópico no es más que una verdad que se repite mucho". Y así es, porque este tópico encierra mucho de verdad. Para los no iniciados en la vida granadina hay que decir que la malafollá representa un cierto esprit de vivre, un supuesto gracejo o sentido del humor especial de los naturales de esta vieja ciudad en el que se refleja un aire fatídico de la vida. Pero es que, escudados en ese pesimismo conformista granadino, numerosos lugareños llegan a mostrarse hoscos y zafios sin que uno llegue a entender por qué y, desde luego, sin que llegue a parecer gracioso o agradable. ¿Cómo es posible que en la cochera de mi casa, al encontrarme a un vecino, éste no me responda a mi saludo previo? ¿Por qué uno debe ser el primero en saludar al entrar en un comercio para no ser correspondido después? ¿Por qué no se puede reprender a un conciudadano cuando deliberadamente tira desperdicios al suelo sin recibir una retahíla de improperios? ¿Por qué no se respetan los lugares públicos como hospitales y se utiliza el teléfono a voz en grito? Hay tantas preguntas como estas que uno, en fin, llega a sospechar que más que malafollá, aquí abunda la mala educación. ¿Es eso cierto? ¿Es figuración mía? Como granadino voluntario también me creo capacitado para solicitar encarecidamente la colaboración de mis convecinos a fin de despejar mis dudas y erradicar esta sospecha.
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