José Carlos Del Toro

Gente guapa

El Observatorio

HEMOS crecido con un montón de mitos culturales en los que la belleza, de raíces siempre helenas, a menudo se relacionaba con su origen divino. Historias en las que Zeus yacía con otra diosa para el nacimiento de Afrodita, con la hija de unos titanes para procrear a Apolo, con una reina mortal para traer al mundo a Hércules, o incluso adoptaba formas animales para seducir la hermosura de mortales como Leda o Europa. El dios judeocristiano no era tan promiscuo como el griego pero en él, sin embargo, hemos de encontrar también el origen de toda belleza puesto que hizo al hombre a su imagen y semejanza (su parte más bella debían de ser sus costillas...). El caso es que por los dioses y sin ellos, la especie humana deambula -entre otros- por el derrotero que proporcionan los cánones de apariencia externa. El color de la piel o del cabello, la forma de la cara, la altura o la esbeltez del talle, unos ojos zarcos, glaucos o luminosamente negros, la blancura de unos dientes tras la carnosidad de los labios, la tersura de unos pechos o la rotundidad viril de unos hombros son, entre muchos, parámetros con los que cotidianamente juzgamos a nuestros congéneres en un acto de entrega plenamente sensorial a nuestra naturaleza. Pero, además, no solo deseamos ser guapos sino parecerlo y nos envolvemos (o deliberadamente no) en ropas y afeites que disimulen y realcen lo que de natural poseemos.

Ha sido mi cuarta visita a Suecia y he vuelto a constatarlo. En ninguna otra parte he visto semejante concentración de personas excepcionalmente bellas como allí. Es verdaderamente impresionante. Por supuesto que hay gente normal e incluso fea -a mi juicio, claro está-. Es la densidad de mujeres extraordinariamente guapas y elegantes (y hombres también, he de reconocerlo) por cada cien mil habitantes la que es destacadísima en ese rincón del globo. Mi estupefacción fue mayúscula la primera vez, pero no ha cesado en las otras tres visitas. A veces me ha hecho sonreír pensando que el paradigma del despertar sexual español de los sesenta y setenta, "las suecas", no sólo tenía que ver con la apertura cultural y de costumbres que nos venía de países menos dependientes de la caspa y la carcundia, sino que se debía también en parte a la fisonomía singular de las escandinavas. Créanme que si las españolas hubieran tenido las mismas oportunidades que los españolitos de la época, los suecos habrían compartido el mito. Ambos venían del país de la gente guapa. Si creyera en dioses, diría que Odín se esmeró especialmente.

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