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LOS cristianos que están siendo aniquilados en Siria e Irak de cincuenta en cincuenta no están teniendo la suerte de ser entendidos por el progresismo de zejas y kufiyas, al menos con la misma vehemencia que sí tienen los palestinos que están siendo interpuestos entre judíos y árabes. Ni siquiera están mereciendo la mirada literaria de artículos u otros aportes escritos de repulsa de la banda del progreso. Por Hollywood no han oído a Bardem, tampoco a Pé, decir nada. Ni una pancarta suya hemos visto.
Además de estar siendo masacrados, de manera inmisericorde, con el afilado cuchillo de rasurar barbas de talibanes, o con el Kalashnikov repleto de balas vendidas por Occidente, los cristianos de Irak no tienen la atención del mundo que tendrían en caso de ser humildes musulmanes los invadidos y ajusticiados por judíos de escaso corazón y mucha sed de venganza.
El Islam acongoja más que un humilde Papa vestido de blanco. Más que la nobleza del mensaje cristiano, y más que la fe puesta en la paz del mundo. Esos discursos del Papa Francisco, dichos sin cuchillo en la mano derecha ni alfanje mordido entre barbas de algunos meses, ni tampoco sangre alguna de por medio, sino con la blancura que viste y predica su religión (y la mía), no es de temer para ellos. Sí lo es el movimiento fanático de quienes utilizan la maniobra de creación de un estado islámico para hacer una limpieza de los infieles que creen en otra fe. Hay quien se envalentona contra el débil, contra quien se sabe que no va a responder con balas ni bombas, pero pierde la fuerza cuando de repudiar al asesino vil se trate si éste es islamista.
Los principios se vuelven pétreos o moldeables según convenga, aunque la sangre asesinada, en nombre de los mismos, huela igual de putrefacta y sea igual de injusta. No hay sangre que provenga de crimen alguno que tenga varios colores.
Los asesinatos son inhumanos sea cual sea a quien se ejecute. Tanto si el autor es un talibán con barba larga y pensamiento medieval, como si es un judío autóctono con la última tecnología adosada a su armamento de combate. Ni aunque fuera un infiltrado repleto de turbantes y harapos de negro espesor. La muerte violenta no es el fin, sino el fracaso de su fe, el alegato desesperado de su falta de argumentos para convencer al mundo de su propuesta. Impotentes, utilizan el terror retransmitido para desangrar nuestra paciencia y provocar el conflicto. Y los cristianos de Siria e Irak son los rehenes perfectos para su imposición. Y esa vergonzosa quietud occidental les hace crecerse. Mientras, nosotros callamos, ellos cortan cabezas. Algo habrá que hacer, ¿no? Y usted que lo lea.
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