José Luis Delgado Granada

El pobre Miguel en la Capilla Real

ayer y hoy

Se llevaban fatal. Isabel recelaba de Fernando; su hija Juana, de su esposo Felipe y éste de su suegro. Y en medio de estas guerras está el nieto Miguel de la Paz Imposible que descansen en paz

29 de septiembre 2014 - 01:00

Si los féretros que guarda la cripta de la Capilla Real de Granada se abrieran algún día y pudieran los que allí descansan celebrar una reunión familiar, acabarían tirándose las cajas de plomo a la cabeza. ¡Menuda familia! No se podían ni ver. Ya los escultores de los mausoleos, Fancelli y Ordoñez, se encargaron de que cada uno mirara para su lado. Aunque en medio de todos había uno que ninguna culpa tenía, siendo que era el heredero legal de todos los reinos peninsulares, incluido Portugal: el pobre príncipe Miguel, allí arrinconado en cajita de plomo.

Recordemos quiénes reposan en la cripta: los Reyes Católicos en el centro, su hija Juana la Loca junto a Felipe el Hermoso, su marido. Y un pequeño féretro que guarda al príncipe Miguel de la Paz. Eso dicen.

Las relaciones entre Isabel y Fernando no estaban exentas de regañinas. Raro era el día en el que el mujeriego Fernando no enfadaba a su católica esposa Isabel, celosa tanto o más que su hija Juana. Las peleas de Juana la Loca con su esposo Felipe el Hermoso se oían desde Flandes a Toledo. Este tal Felipe era otro artista con las damas y los fundados celos de Juana fueron escandalosos. Acabó loca, claro. La engañó su padre, su esposo y hasta su hijo… La encierran en una corte extranjera, la separan de sus hijos, la vuelve a encerrar su propio hijo Carlos en Tordesillas… Así, cualquiera.

Cuando el hermoso Felipe se enteró de la muerte en Granada del niño Miguel, nieto de los Reyes Católicos, no le faltó nada más que organizar una fiesta. Vio enseguida cómo todos los reinos pasarían a su esposa Juana la Loca y luego a su hijo, el futuro Carlos V. Como así fue.

El desgraciado principito Miguel pudo haber cambiado toda la Historia de España de no ser por su prematura muerte en el año 1500 a los dos añitos de edad. Al haber quedado huérfano de su madre Margarita, hija de los Reyes Católicos, que murió de su parto, la abuela Isabel lo llevaba con ella de acá para allá siendo un bebé. Y esos vaivenes por aquellos tortuosos caminos pasaron factura.

Todos los reinos de la Península: Castilla, Aragón y Portugal, incluidos los nuevos descubrimientos americanos, recaerían en este nieto Miguel. Así lo habían proclamado las correspondientes Cortes peninsulares, cosa que no le hacía ninguna gracia a Felipe el Hermoso, padre de ese otro niño que sería Carlos V. Por eso cuando el ambicioso Felipe se enteró de la muerte de Miguel saltaba de alegría. Pero tampoco la tita Juana se echó a llorar. El cronista Lorenzo de Padilla dice esto al comunicar la muerte del heredero Miguel: "los archiduques [Felipe y Juana] se holgaron desta nueva". Y ahora van y los entierran juntos en la Capilla Real de Granada.

Conocidas son las tumultuosas relaciones de Isabel y Fernando en la intimidad. Las amantes del rey pululaban en la Corte y las peleas eran diarias. Relación de amor y odio que luego heredaron Juana la Loca y su desagradable marido Felipe el Hermoso, ambicioso archiduque borgoñón que no tenía ni idea del idioma castellano y que, con la muerte del pobre Miguelito, se vio enseguida rey consorte de todas las Españas cuando era un simple archiduque de Austria. Felipe no podía soportar a la celosa Juana, no le caía nada bien su suegro Fernando, y encima se alegra de la muerte de Miguel.

Bueno. Pues ahora todos estos reposan juntos en la cripta de la Capilla Real. Menos mal que están encerrados en cajas de plomo, porque si algún día se levantan se van a oír los gritos y peleas hasta en la Silla del Moro. Mientras tanto "descansen en paz" si es que pueden. Lo más curioso del caso es que, en medio de esa silenciosa guerra en la cripta, el que menos culpa tenía se llamaba precisamente Miguel de la Paz. ¡Ahí no hay quien viva! Aunque hoy lo recordamos en el día de su santo.

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