Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Palabra en el tiempo
EL temido "circo mediático" del que recelaban los herederos de García Lorca una vez que comenzara la excavación de la fosa de Alfacar ha quedado reducido, como era previsible, a un "circo judicial". Eso sí, muy entretenido. El fiscal Javier Zaragoza, antiguo amigo personal de Baltasar Garzón y más tarde adversario declarado, ha conseguido paralizar las excavaciones de las fosas de fusilados en la Guerra Civil autorizadas por el magistrado en las últimas semanas, entre ellas la más emblemática de Alfacar, lugar al que ya habían concurrido numerosos medios informativos a tantear el terreno. Para que la especulación no se agote, la decisión de la Sala de lo Penal ha sido adoptada mientras Garzón convalecía de una enfermedad y su puesto lo ocupaba Santiago Pedraz, magistrado de la cuerda de nuestro juez estrella que, unas horas antes, había garantizado la intimidad de la exhumación y autorizado a los herederos del poeta a supervisar las labores de búsqueda.
Pero lo mejor de este singular espectáculo judicial aún no ha llegado. La paralización de las excavaciones ordenada ayer es un adelanto de la previsible anulación de todos los pasos dados por Garzón para investigar los crímenes contra la humanidad de la dictadura. Esperemos que entonces Garzón se haya restablecido y diga... ¿Qué puede decir Garzón?
Lo lamentable es que por debajo de semejante circo están los familiares de las víctimas y, más en el fondo, la historia misma que tiene una consistencia más resistente que los huesos. Se tiende a olvidar, en efecto, que la memoria histórica, más allá de la legitimidad de la investigación de Garzón y de los episodios judiciales más bien grotescos, subsiste en el recuerdo de los familias y en el de millones de personas que, por encima de las providencias o la virtualidad de la ley de Amnistía, no pueden olvidar. Lo impide la honra y, en palabras de Garcilaso, el "dolorido sentir". Es curioso. Mientras el circo judicial consume sus etapas, los herederos del otro lado prosiguen con una discreción encomiable su recuento de mártires y, sobre todo, la tergiversación de la historia.
Contaba ayer nuestro periódico la visita que el arzobispo de Granada y el obispo de Almería han girado, en compañía de otros sacerdotes, a homenajear a unos religiosos fusilados durante la guerra en Turón, una aldea situada en un punto remoto entre las dos provincias andaluzas. Vale. Pero los más tremendo es que ese afán incontenible de la Iglesia por recaudar mártires se acompañe de falseamientos descarados de la verdad. ¿Alguien cree que en Turón hubo un "campo de exterminio"? ¿Saben los prelados qué es un campo de exterminio? ¿Han rezado por los 12.500 muertos que se cobró la represión en Granada?
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