Ignacio Martínez

Los condones salvan vidas

Hoja de ruta

ES posible que entre 2315 y 2368 haya un Papa que admita que los preservativos son una buena cosa. Pero faltan de tres a tres siglos y medio para que eso ocurra. De momento, los periodistas que acompañan a Benedicto XVI en su actual viaje por África llegaron el martes a la capital de Camerún, con un titular brindado por el Papa nada más despegar el avión de Roma: "Los preservativos aumentan los problemas del sida". Su teoría es que los condones ayudan a difundir una enfermedad incurable que padecen 36 millones de personas en el mundo. La frase pretendía dar la vuelta al mundo. Y vive Dios que lo ha hecho. Con escaso éxito de crítica y público. Gobiernos europeos de todo signo han criticado duramente al Papa. El ex primer ministro francés Juppé lo llama "autista"; la ministra belga de Salud, "retrógrado", y el Gobierno alemán "irresponsable".

De hecho Joseph Ratzinger es un sabio teólogo y la más alta autoridad de la Iglesia Católica, uno de cuyos dogmas es que el Papa es infalible cuando se pronuncia sobre cuestiones de fe y moral. Es curioso que este dogma se adoptó en 1870, coincidiendo con la pérdida del último baluarte romano de los antiguos estados pontificios. Menos poder terrenal, más poder espiritual. De la definición de infalibilidad se desprende que cuando el Pontífice habla de otras cosas puede errar como cualquier mortal. Es el caso que nos ocupa. El sabio teólogo e infalible hombre de Dios, hay que suponer que es un lego en el conocimiento científico o práctico de los preservativos.

Es un pronunciamiento peligroso. Ocho de cada diez muertos por sida en el mundo ocurren en África, donde está de visita Benedicto XVI. En ese continente las mujeres son sistemáticamente violadas por hombres que se desentienden de contagiarles la enfermedad, de dejarlas embarazadas o de los hijos que puedan alumbrar. La condena del preservativo no va a parar los abusos, sino que agravará sus consecuencias. "Los condones salvan vidas", dicen dos ministros alemanes. El control de la natalidad en determinadas áreas del planeta sería esencial para millones de pobres del mundo. Cargarles de hijos es condenarles al atraso y la miseria.

En este campo, la jerarquía eclesiástica sigue una tradición de resistencia a la ciencia y el progreso. A Galileo Galiei lo condenó la Inquisición en 1633 por sostener la herética teoría de que la Tierra giraba sobre sí misma y alrededor del sol. Fue condenado a cadena perpetua, conmutada por el Papa Urbano VIII. Hubo que esperar a 1939 para que Pío XII calificara al antiguo hereje como "el más audaz héroe de la investigación". Y todavía pasó medio siglo hasta que Juan Pablo II pidiese perdón en 1992 por el error del siglo XVII. Esperamos que no haya que esperar tres siglos para que la Iglesia ayude a proteger la vida de los más desfavorecidos con métodos baratos y útiles.

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