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La tribuna
LA universidad no es una formación profesional de tercer grado, ni el estudiante un cliente. Esta razonable aseveración parece que no es muy compartida por los responsables de la reforma universitaria, conocida como proceso Bolonia. Nadie puede decir que haya habido un debate en la universidad española en torno a esta reforma. ¿Cómo podemos formar ciudadanos críticos, en vez de siervos, si en la universidad somos incapaces de plantear o forzar una deliberación en torno a nuestro propio futuro? Pero hay algo peor aún: se impone una transformación que pretende ser una enmienda a la totalidad de un modelo universitario que ha formado también a buenos trabajadores e investigadores. Desde algunas instancias gubernativas y empresariales se descalifica global e irresponsablemente a la universidad española. Se la tacha a la ligera de muchas cosas que, se supone, no se dan en el resto de entes que componen la sociedad… ¿O sí?
Ver las cosas desde un punto de vista tan extremo es tan ridículo y acomplejado como decir que el modelo universitario no requiere reformas ni cambios. Se suele aludir a clasificaciones internacionales de universidades realizadas por organismos privados para justificar lo mal que está todo. Pues bien, entre las primeras cincuenta sólo hay una de la UE. No se entiende, por tanto, que adaptarnos a Europa conlleve una mejora en la clasificación. Quizá deberíamos adaptarnos a México, porque entre las 50 primeras hay una del citado país y además pública.
Pero las consecuencias de Bolonia ya están aquí. Una de ellas, consiste en la brillante idea de concebir al alumno -y posible estudiante- como cliente. Si el alumno es nuestro cliente, el cliente siempre tiene la razón y en vez de en un aula estamos en la sección de precocinados de El Corte Inglés. Hace unos días, leía que los alumnos que se examinan de selectividad tienen la posibilidad de revisar el examen hasta tres veces. El articulista señalaba que parecía que el propio modelo desconfiara de los profesores de secundaria que garantizan la validez del mismo. En la universidad vamos camino de imitar el portentoso ejemplo de la enseñanza secundaria, en la que se ha anulado la autoridad del profesor. Ya contamos con comisiones, defensores, delegados, etc. a los que los alumnos pueden recurrir, usando y abusando de mecanismos que garantizan los derechos del estudiante en casos excepcionales en que el profesor actúa de manera inapropiada. Una vez nos apuntamos a la teoría del pendulazo. De un contexto en el que el profesor hacía lo que quería sin control alguno pasamos al polo opuesto sin solución de continuidad. ¿Veremos nuestras universidades convertirse en institutos de secundaria bis, donde los alumnos golpean a los profesores?
Las reformas deberían ir por otro camino. Lo primero sería cuidar el acceso a la universidad. Elevar el nivel de exigencia en secundaria, mejorando las condiciones de los profesionales que enseñan en los institutos. Otro elemento que contribuiría sería realizar pruebas selectivas en las universidades que posibiliten el acceso de las personas con nivel y con vocación. Eso requiere algo más que una mera igualdad de oportunidades. El Estado debe velar por preservar las mismas posibilidades para todos, especialmente para los estudiantes de clase baja y media desde el principio de su formación educativa. Se habla mucho de EEUU y sus exitosas universidades, pero allí las universidades importantes seleccionan mucho a su alumnado. Bolonia no se preocupa de eso.
Otro elemento a tener en cuenta es la exigencia. Me temo que con los nuevos grados se rebaja el nivel respecto a las fenecidas licenciaturas, hasta el punto de que incluso un ministro/a-Ikea o asimilado puede aprobar. El grado se concibe como una formación generalista con el que dotar de mano de obra barata y dócil al sacrosanto mercado capitalista, al que todo se debe adaptar. La universidad se transmuta así en una especie de academia obsesionada con responder a las necesidades del empresariado, sin importar si es innovador y responsable o no.
Parte del empresariado azuza insistentemente esta reforma. Mientras, España es uno de los países de la UE que menos trabajo especializado crea y donde el salario entre universitarios y no universitarios es más similar. ¿De verdad que las organizaciones empresariales se creen lo que dicen? La reforma debiera encaminarse a profundizar en la investigación en las universidades españolas. La investigación aplicada y básica son los instrumentos decisivos para ser los primeros. Como un alumno me apuntaba hace poco, habría que crear grupos de investigación mixtos entre profesores y los mejores alumnos de los últimos cursos, con el fin de formar estudiantes con iniciativa y que pudieran aprovechar las conexiones internacionales de nuestros grupos de investigación y laboratorios. En mi universidad hay grupos y laboratorios que nada tienen que envidiar a los de cualquier centro superior del mundo; hagámosle, por tanto, más fácil su tarea.
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