La colmena
Magdalena Trillo
Noah
Tiempos modernos
LA jerarquía católica se define políticamente y no parece motivo para que nadie se rasgue las vestiduras. Las creencias religiosas, que no están sujetas al veredicto de las urnas, se alejan en la sociedad urbana del culto público y se manifiestan en el compromiso personal cotidiano, lejos de lo que, en términos coloquiales, se conoce como "tufillo clerical". Si los consejos pastorales son desatendidos el 9 de marzo, no se debería decir que Azaña tenía razón pero se equivocó de fecha, ya que en estos comicios no está en juego la fe católica. Procede, sí, apagar un fuego que la sociedad no ha provocado y evitar un nuevo martirologio simbólico de una iglesia supuestamente perseguida.
El alineamiento tácito de la jerarquía con la expresión más conservadora de la derecha ocasiona dos problemas: los populares pierden en el plano político, ya que su opción se ve constreñida ante la opinión pública por el imperativo fundamentalista de los clérigos; y pierden también, en el plano religioso, los millones de creyentes que van a votar a los socialistas.
Parece llegada la hora de zanjar la eterna cuestión religiosa, con más de dos siglos de penitencia, desde que la sociedad española empezó a librarse de la esclavitud de un pensamiento único y la Ilustración iluminó las sombras oscurecidas por la Inquisición. Y es necesario el diálogo, no sobre la libertad de culto, amparada por la Constitución, sino para impedir que la pertinacia de la jerarquía y sus altavoces mediáticos reaviven un anticlericalismo extemporáneo. De momento, ya aparecen en la opinión pública voces que cuestionan la financiación estatal de la Iglesia católica.
Si el diálogo fracasa, tal vez se deba en parte a un problema de disonancia semántica. La jerarquía cultiva un verbo domado por la retórica clásica y los artilugios de la oratoria, muy alejado del habla de la calle, por lo que, para el ciudadano medio, el tono de la jerarquía, independientemente de lo que diga, resulta algo cargante, sibilino y afectado. Si no hubiese remedio, en democracia hay soluciones legítimas para resolver un problema endémico, que atañe a creyentes y no creyentes. En última instancia, una consulta popular sobre la voluntad contributiva de los españoles al sostenimiento de la Iglesia.
[Aclaración. Escribir sobre la cúpula episcopal, cuya política separo cuidadosamente del plano de las creencias, acentúa la cautela. Esa autolimitación de la libertad de expresión no existe cuando se habla de los mandatarios políticos, del mismo rey, de los militares o de los jueces... Parece latente aquí un rezumar de la historia que revela, por lo que ahora volvemos a escuchar, algunas claves de la España que se rompió en dos y que algunos creyeron poder salvarla silenciando de un plumazo a una de ellas.]
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