La Rayuela
Lola Quero
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Por montera
HE tratado de alejarme de la polémica desatada sobre las palabras que con ligereza vertió el alcalde de Valladolid hacia la ministra Leire Pajín. Aquello de: "cuya carita y morritos me provocan siempre pensar en lo mismo", además de que casi le condenan a la muerte política, han reavivado el recuerdo de opiniones vertidas por algunos ministros hacia otras, políticas e incluso periodistas. Hemos vuelto a ver a Aznar metiéndole el bolígrafo en el escote a una periodista cuando consideró que su pregunta le era incómoda. Cuando Alfonso Guerra llamó con retintín "señorita Trini" a Trinidad Jiménez. Elvira Rodríguez aguantó con dignidad el insulto de un político socialista que le soltó que era "voluminosa". Podríamos continuar con otras de Manuel Fraga y muchas más, vengan del partido que vengan. Convertir en diminutivo un nombre propio es insultante. No es lo mismo decir Cristina que "Cristinita", ya que infantiliza a la persona, más cuando es una autoridad. Es despectivo y degradante en cualquier caso.
Estas conductas son más frecuentes entre los hombres que entre las mujeres. Es como si cada vez que dejan de utilizar el diminutivo nos dieran la bendición de su tributo. Al menos en discursos políticos públicos no recuerdo, ni imagino, a Soraya Sáenz de Santamaría, Elena Salgado, María Teresa Fernández de la Vega, Dolores de Cospedal, la ex ministra Ana Pastor y tantas otras más, meter un bolígrafo en la bragueta de un periodista, reducir el nombre propio de un ministro, aludir a operaciones estéticas, barrigas, trajes, calvicies o ironizar con el donjuanismo de algún político.
La cuestión es ¿por qué? ¿Por qué al hombre le salta la palabra humillante y no a la mujer? ¿Porque quizá lo digan tan frecuente en privado que padecen incontinencia en público? ¿O bien porque la mujer a lo largo de su historia en su trabajo por ganar el respeto social es víctima de un papel inferior? A la mujer le molesta que le falten al respeto, por lo que no le gusta usar chanzas. En general, la mujer en la política suele ser más seria, rigurosa, evita el compadreo que en los varones resulta simpático y en boca de ellas una frivolidad que les pasa una factura diferente. Como observación, algunos ministros suelen intercalar en sus discursos sus aficiones, pero no así las mujeres. ¿La mujer teme perder el respeto logrado cosido con hilvanes en algunas mentes? Ni me lo imagino, ni lo hacen las mujeres, sean del partido que sean.
No es cuestión de feminismo, no. Puede que evitar, en público, el insulto, las gracietas, palabras burdas o groseras pasen facturas diferentes y que se deba a que se tema perder el respeto logrado durante años con una sola palabra. O sencillamente, que son más educadas, ya que hacer alusiones físicas o personales ni se les pasa por la cabeza.
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