La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
La tribuna
Ajuzgar por las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas los españoles seguimos siendo pesimistas sobre la situación y las perspectivas económicas. Esta actitud no es gratuita, pues no sólo convivimos con un elevado paro, observamos cómo siguen cerrando empresas, disminuyendo nuestro nivel de renta y sucediéndose los planes de ajuste en empresas y administraciones públicas, sino que las previsiones económicas no invitan al optimismo.
Las instituciones económicas internacionales (OCDE, FMI) y otros analistas vienen alertándonos las últimas semanas de que la recuperación de la economía mundial que venía produciéndose desde finales del pasado año se está debilitando. La banca internacional no consigue restablecer la normalidad crediticia, a pesar de las elevadas cantidades de dinero empleadas en su saneamiento, por la pervivencia de activos tóxicos en sus balances y el estancamiento de los depósitos. Además, acechan riesgos de proteccionismo por la larvada guerra de divisas, derivada de la resistencia de China a revaluar su moneda y de las posibles respuestas de otros grandes países interviniendo en el mercado de capitales para depreciar sus monedas, e incluso de la posibilidad de establecer tasas y aranceles a las importaciones chinas.
Como consecuencia de todo ello, las previsiones de crecimiento se reducen, por lo que la recuperación de la economía internacional será más lenta de lo que se preveía antes del verano. Las previsiones sobre la economía española son aún más sombrías: el año 2010 se cerrará con un crecimiento ligeramente negativo, mientras que la recuperación para el próximo año será más débil que la prevista por el Gobierno. La combinación de factores como el paro, el elevado endeudamiento, el inevitable ajuste fiscal, nuestras limitaciones competitivas y las restricciones crediticias, es un coctel que determina que la demanda agregada (el conjunto de gastos en consumo e inversión) no pueda tirar de la actividad económica y del empleo de forma significativa en los próximos meses.
Aunque el Gobierno trate de infundirnos ánimo anunciando una recuperación cercana y la oposición sugiera que saldríamos de la crisis si ellos gobernasen, la realidad es que no existe una fórmula mágica para una recuperación consistente en el corto plazo. Así las cosas, es comprensible que los ciudadanos caigan en la frustración, pero lo razonable en una sociedad madura es actuar con coherencia a partir de un diagnóstico realista. Y ese diagnóstico, además de informarnos de las restricciones del presente y de la necesidad ineludible de realizar ajustes para restaurar los equilibrios macroeconómicos básicos y recuperar capacidad competitiva, también nos informa de las potencialidades ciertas de una economía como la española, que es la duodécima potencia económica del mundo y que dispone de factores desarrollados en los últimos años (capital humano, infraestructuras, empresas competitivas, estabilidad social,...) sobre los que se puede asentar una recuperación consistente y sostenible en el medio plazo.
El Fondo Monetario Internacional ha debido de tener en cuenta estas potencialidades cuando en su último Informe Económico pronostica que España recuperará los niveles de riqueza previos a la crisis en 2013, y en el periodo 2008/2015 superará el crecimiento neto acumulado de países como Alemania, Francia, Holanda o Italia. Eso sí, siempre que se adopten las reformas en las que los analistas económicos vienen coincidiendo desde hace años: mercado de trabajo, pensiones, administraciones públicas, energía, educación,...
Siendo así las perspectivas, no conviene caer en la desesperanza, pues en la economía también influyen la confianza, sino que lo razonable es trabajar para poner las bases para que, cuando se vayan produciendo los ajustes imprescindibles, nuestra dotación de factores productivos haya mejorado. Poner las bases de un patrón de crecimiento más sostenible a medio plazo no es sólo responsabilidad de los gobiernos, sino una tarea inalcanzable sin el concurso de los ciudadanos y empresas. Éstas últimas no pueden esperar a que se supere la crisis para seguir produciendo lo mismo y de la misma forma, sino que en muchos casos les obligará a redefinir su producto, la tecnología, los mercados o el modelo de negocio, pues el escenario competitivo será diferente al anterior de la crisis.
Los ciudadanos, por su parte, tendrán que adoptar comportamientos económicos más responsables, mejorar su cualificación y no esperar que las administraciones públicas les solucionen todos sus problemas.
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