Ignacio Martínez

Camacho

Hoja de ruta

30 de octubre 2010 - 01:00

LA última foto de Marcelino Camacho, diez días antes de morir, se la hizo con Nicolás Redondo, su viejo rival en la lucha por la hegemonía sindical en la transición. Los veteranos sindicalistas acabaron siendo muy buenos amigos y camaradas, a pesar de haber protagonizado momentos de mucha tensión. El más famoso, un debate en la televisión tras las primeras elecciones sindicales, de 1977, en el que Redondo le dijo aquello de "¡mientes, Marcelino, y tú lo sabes!" que ha pasado a la posteridad.

Tuve ocasión en la mañana de ayer en RNE de recordarle esa anécdota al dirigente ugetista y se sintió muy incómodo. Sin embargo, tiene una moraleja ejemplar, una lección para los dirigentes políticos y sociales de la España de hoy. Y también para el público en general. Por encima de las discrepancias y la disidencia está el respeto y la consideración a quienes no piensan como uno. Eso puede cimentar hasta entrañables amistades, con rivales como éstos que llevaron sus diferencias al Congreso de los diputados, en los escaños del PCE y el PSOE. No había intervención de Camacho en la legislatura constituyente que no estuviera replicada por Redondo. Si uno preguntaba por Intelhorce, el otro lo hacía por Seat. Nadie quería rezagarse en aquel festival democrático, en el que el apasionamiento de algunos debates daba la falsa impresión de diferencias irreconciliables, según relata Amalia Sánchez Sampedro en Pendientes de la noticia.

Camacho es uno de los grandes protagonistas de la transición, y su chaleco de punto, tejido a mano por su esposa Josefina, uno de los iconos de la época. Lana gris, cuello vuelto, cremallera al centro. Marcelino se hizo famoso en 1973, a raíz de la abultada condena del Proceso 1.001, en el que diez dirigentes de Comisiones Obreras fueron condenados por el Tribunal de Orden Público de la Dictadura a 162 años de cárcel, entre ellos Camacho a 20 años.

Tenía 57 años cuando murió Franco e inspiraba un respeto reverencial, con su halo de dirigente obrero, de clandestino, de exiliado, de preso político. Su convincente oratoria tenía algo de eclesial, quizá como eco de su primer maestro, que era sacerdote y le quiso meter en el seminario. Aparentaba ser un hombre de hierro, pero sus compañeros destacaban la sensibilidad de su trato. Era directo. Cuando en 2008 el jefe de la CEOE José María Cuevas participó en el homenaje que le organizó Comisiones, por su 90 cumpleaños, destacó la habilidad de Camacho para decir al principio de cualquier intervención o entrevista lo importante, lo que quería decir, y confesó que aconsejaba a los dirigentes empresariales que le imitaran.

Nicolás Redondo estaba ayer profundamente triste. Como cuando alguien pierde a uno de su familia. Éste es el sentimiento general, por la muerte de uno de los padres de la democracia española actual.

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