Alejandro V. García

Cloacas y cavernas

Palabra en el tiempo

11 de noviembre 2010 - 01:00

DE la política, y menos de la presidencia de Gobierno, es imposible salir con la conciencia limpia. La relación cotidiana con el mando, el hedor de las alcantarillas, los secretos de Estado, el ejercicio desproporcionado del juicio (una veces como mazo, otras como bisturí), más los errores propios y los ajenos, convierten al antiguo estadista en una bomba ambulante. Dos ex presidentes, sin ninguna relación ni afinidad entre sí, uno de España, otro de Estados Unidos, han hecho ulular con sus confidencias las alarmas de la ética. Felipe González, con sus dudas sobre la legitimidad política de volar con explosivos la cúpula de ETA en Francia; Bush con su defensa de la tortura como método eficacísimo para prevenir el terrorismo.

Basta levantar la piel del poder para que aparezcan los demonios que sostienen y garantizan la solidez del Estado. No es ningún secreto. Los ciudadanos, en el contrato social, hemos confiado con todas sus consecuencias a los estadistas el monopolio de la violencia. Hemos aceptado que los gobiernos se doten de inmensos aparatos policiales y de todo ese amplio y oscuro espectro de recursos represivos que culebrean por las sentinas del poder. La violencia legítima tiene la misión de erradicar y prevenir cualquier violencia bastarda. Por ejemplo, la terrorista. Pero ¿dónde establecer los límites de la violencia del Estado? Se dirá que en las leyes. Pero ¿quién controla que la guerra sucia no supere ciertos límites de decencia? ¡El propio poder, naturalmente! Y aquí empieza el problema.

Felipe González dejó la presidencia del Gobierno acosado por las sospechas del terrorismo de Estado; Bush se fue perseguido por las consecuencias de una guerra injusta y por haber convertido la tortura en una herramienta cotidiana. González aún no sabe si actuó correctamente cuando desechó el uso del terror; Bush no tiene dudas sobre las ventajas políticas de la violación sistemática de los derechos humanos. Ambas reflexiones son muy inquietantes en el plano estrictamente moral. González jamás se podrá lavar la mancha de los GAL.

Ahora dejemos las cloacas y pasemos a las cavernas. El aprovechamiento político de las palabras de González para fines electorales que está haciendo el PP y sus palmeros es espurio. Uno lee ciertos periódicos y tiene la impresión de haber viajado en el tiempo. Es una actitud tramposa, anacrónica y demagógica. Difícilmente los mamporreros del sindicato del crimen pueden dar lecciones de claridad. Difícilmente un partido sobre el que pesa la complicidad de preparar una guerra, la de Iraq, basada en argumentos imaginarios y dolosos (ahí están los 100.000 documentos de WikiLeaks) puede dar lecciones de legitimidad y respeto a los derechos colectivos.

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