En tránsito
Eduardo Jordá
Linternas de calabaza
PAQUI está entre los 800.000 niños que sufren en su entorno la violencia de género. Ella, en su más temprana infancia, ha vivido un verdadero calvario. Un día del pasado mes de octubre, su padre asesinó a su madre. Ocurrió en Alhama de Granada. La víctima se llamaba Fatiha. Era una mujer discreta y trabajadora y tenía tres hijos a su cargo. Paqui es uno de ellos.
La pequeña tiene amigos y amigas. Juega, ríe y llora, como cualquier niña de cinco años, pero no es como las demás. No tiene madre; tampoco padre. Su vida se vio truncada, maleada y destrozada porque su padre no entendió la decisión de su madre de separarse. No entendió que Fatiha era libre. No entendió que nadie tiene derecho sobre nadie. No entendió la clave de la convivencia, que es el respeto a las decisiones del otro.
La madre de Paqui nunca denunció maltrato. Lo llevó en silencio, el mejor cómplice del agresor. ¿De qué le sirvió? De nada. Por eso, tenemos que poner todos los medios para que las víctimas no callen. Aquí no vale la indulgencia. No. La denuncia puede constituir la línea que separa la vida de la muerte.Y la sociedad que calla, o que encubre, también es responsable. No hay que dejar ningún resquicio para la impunidad del agresor.
A Paqui ya no la lleva su madre al colegio. Su historia, que para mí es muy cercana, es como la de otras pequeñas que han perdido a su madre por la violencia machista. Este año, 63 mujeres han sido asesinadas a manos de sus maridos en España. En muchos casos, como en el de Fatiha, no había denuncias ni sospechas de que su ex pareja pudiera ser un maltratador. Pero las apariencias engañan, porque a veces el maltrato se esconde detrás de la cara más cortés y más educada.
¿Cuándo entenderemos, hombres y mujeres, que hay que desterrar la violencia machista y el modelo social que la ampara? Es tarea y responsabilidad de todos trabajar desde la unidad para cerrar esta auténtica herida social.
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