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La tribuna
EN las últimas semanas se ha reavivado el debate acerca de la relación entre la Iglesia y la sociedad civil. El debate (vid. M. Soler, Granada Hoy 25-11-2010; A. V. García, Granada Hoy, 27-11-2010) tiene dos aspectos: las relaciones Iglesia-Estado, y la discriminación entre el conocimiento y lo que no lo es.
El laicismo defiende la separación de la Iglesia y el Estado como una posición de respeto: a los católicos, dándoles su espacio, y a los no-católicos, no obligándolos a transitar por los caminos que las Iglesias establecen para sus fieles. En un Estado de Derecho los credos y normas de conducta propios de confesiones particulares no pueden convertirse en la inspiración del funcionamiento de las instituciones. Este principio vale tanto para aplicación de la ley coránica en las repúblicas islámicas como para la pretensión de tutela moral de la Iglesia Católica hacia el Estado. La participación del rector de la Universidad en un acto de beatificación puso de manifiesto la confusión entre ámbitos y supuso un abuso de representatividad.
El asunto de qué constituye conocimiento y qué es mera opinión plantea cuestiones diferentes aunque también ligadas al uso del dinero público y a la función social de la Universidad. Los profesores de la Universidad pública tienen la responsabilidad de producir conocimiento, de difundirlo entre sus pares, de hacerlo llegar a la sociedad y de trasmitirlo a las generaciones futuras. Entre sus obligaciones está la de proporcionar criterios que permitan distinguir el conocimiento de lo que no lo es. Es esta distinción la que nos ha permitido progresar en la comprensión y el dominio del mundo que nos rodea. La calidad de vida que el avance del conocimiento nos proporciona no se limita al ámbito de las ciencias de la naturaleza, sino que se produce también en el ámbito de las humanidades. La Declaración Universal de los Derechos Humanos supuso un avance ético sin precedentes, como lo son la creciente sensibilización de la sociedad contra el maltrato a las mujeres, los niños o los animales, la extensión de los derechos civiles, etc. Los avances científicos, morales y sociales se han producido a lo largo de la historia ganando terreno al oscurantismo, al dogmatismo y a la ignorancia. Para avanzar, se requiere una actitud de genuino respeto por la verdad, y esto significa estar dispuesto a contrastar las posiciones propias y a modificarlas llegado el caso. Pero estar dispuesto a debatir, a comparar o a contrastar no implica tomar en consideración cualquier propuesta. Para entrar en el juego del saber, las posiciones en liza deben pasar ciertos filtros epistémicos. Las actividades que se realizan en el ámbito de la Universidad llevan por defecto el marchamo de la institución encargada de velar por el desarrollo del conocimiento. Es una enorme responsabilidad. Cuando la Universidad da cobijo a cursos en los que se valoran asuntos de fe por encima de teorías científicas, permitiendo por ejemplo que se presente el diseño inteligente como una alternativa a la teoría de la evolución, está haciendo dejación de sus funciones y mandando a la sociedad el falso mensaje de que todo vale. La teoría de la evolución es posiblemente la teoría más confirmada de la historia de la ciencia, y constituye en la actualidad el núcleo del paradigma vigente en biología y en otras disciplinas relacionadas. Esto no significa que no haya puntos controvertidos sobre los que los científicos mantienen un activo debate o que no podamos pensar que en el futuro pueda ser mejorada incluso de forma sustancial. El entramado conceptual y metodológico detrás de la teoría de la evolución es marcadamente diferente del que está detrás del diseño inteligente, y el tipo de exámenes a los que una y otro se han sometido son incomparables. Por eso, el diseño inteligente no puede plantearse como otra explicación plausible del origen del animal humano y de la multiplicidad de las formas de vida, con las mismas credenciales epistémicas que la teoría de la evolución. Y quien así lo plantee no exhibe su pluralismo sino su ignorancia.
La Universidad tiene la responsabilidad de trasmitir conocimiento y la obligación de no confundir a la sociedad dando su apoyo indiscriminadamente a cualquier posición sin las exigibles garantías. El pluralismo y el anti-dogmatismo, virtudes epistémicas altamente deseables, no pueden servir de excusa para actuaciones que, en el mejor de los casos, solo muestran falta de criterio. La sociedad debe exigir a la Universidad que cumpla sus funciones con eficacia y a sus responsables que tengan las ideas claras y el valor para ponerlas en práctica.
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