Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
La tribuna
EL desgaste de las palabras conforma un vocabulario, con el que normalmente nos expresamos, que excluye nuestra naturaleza mítico-lógica. Es difícil describir con esta herramienta una experiencia que rompe el discurso al uso. Túnez es ahora el país más joven del Mediterráneo, en tiempo y en actitud. Nos están ofreciendo, regalando a todo el mundo, un impagable ejercicio de franqueza. Es decir una demostración de claridad (eso es la franqueza), de ir de frente, de un cara a cara.
Tanto temor y tanta rabia no ha provocado otra cosa que el desprendimiento, en vida, de decenas de años de dolor y represión. Todo el país es una gran asamblea en la que hablan y hablan. Se expresan, discuten. Es una reflexión pública sobre cómo es y debe ser el futuro que ellos mismos han iniciado. No es fácil. No se lo estamos poniendo fácil… Mientras que nuestro ex ministro Moratinos, en el pasado noviembre, abrazaba al dictador Ben Ali y reconocía mejoras en el país (qué visión la suya), una mujer, mayor, campesina, aparecía en la televisión asestando varios golpes con su bolso a un policía que le impedía manifestarse. Todo el mundo lo vio en Túnez.
El 17 de diciembre, el joven Mohamed Bouazzi se quemaba en público. Murió. Ambos sucesos prendieron la mecha. Todos se sintieron avergonzados de sí mismos. La franqueza, la claridad con la que actuaron una mujer (harta ya de obstáculos) y un joven (humillado hasta la anulación) fue suficiente. Todo comenzó en el interior, en poblaciones medias, pobres. Los sindicalistas sostienen y organizan. Los jóvenes se movilizan. Grupos de juristas (activos y valientes) apoyan desde el primer día. Profesores (los de secundaria) llevan años alimentando una conciencia crítica.
Mujeres, muchas mujeres, hartas de ser utilizadas por un régimen que muestra sus supuestos avances con sus rostros de modernidad en vallas publicitarias. Hartas de no existir ni para unos ni para otros… Y llegan a la capital, la última en incorporarse. Y acampan. Y provocan que los universitarios, las élites intelectuales críticas, las pocas asociaciones independientes y muchos jóvenes y muchas mujeres se sumen. Ocupan la ciudad. Ocupan la razón. Deciden adueñarse del presente. Ben Ali sale por patas. Deja órdenes de crear desconcierto y desorden. Su policía cumple esas órdenes. Dispara. Saquea.
No es suficiente. La franqueza de la propuesta de cambio es tan clara que impide la marcha atrás. No hay marcha atrás. Ahora el discurso del poder es otro. Dicen que hay vacío de poder. ¿Quién sufre vacío de poder?, ¿los que lo han perdido?, ¿los que temen perderlo? El sábado se intentó el desalojo de los acampados en la Cashbah. Son el alma del movimiento, pero no responden a ninguno de los grupos de poder (del antiguo régimen ni de los nuevos por llegar).
El movimiento que ha cambiado Túnez, dando un ejemplo a todo el mundo, no sólo a los países arabo-musulmanes, es básicamente un movimiento independiente. Los partidos (legales y legalizados) son extremadamente débiles, incapaces de controlar y carentes de legitimación y confianza. El islamismo político existe, como existe el público que observa las manifestaciones. Sólo observa. No se opone. No apoya. La red esta creada, es muy frágil por su propia fragmentación y fuerte como una roca porque dispone de la razón y pasión que han dado pie al cambio.
¿Qué y quiénes faltan?: nosotros. Las democracias que hemos vendido la democracia como el mejor de los sistemas. Ahora somos y actuamos como el islamismo político. Estamos observando a ver qué pasa. Durante años hemos asumido y consentido como inevitable la dictadura. Sólo hemos intervenido para que frenen el islamismo político. Para que frenen la población migrante. Y para hacer negocio, ¡cómo no!
La democracia era algo ajeno a nuestros intereses porque hemos construido el axioma de que la diferencia cultural es tan evidente (sic) que se convierte en un factor de clara incompatibilidad. Esto en lenguaje claro se le denomina estigmatización. Y ahora qué hacemos. El pueblo de Túnez lleva en sus pancartas y en su corazón la aspiración de Democracia, Libertad, Igualdad, Laicidad. Como nosotros. Como ellos. Nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores sólo ha realizado una declaración pública: que los españoles no viajemos a Túnez.
Estoy en Túnez, soy de Túnez.
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