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Carlos Colón
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La columna
A pesar del origen clásico que todo el mundo le reivindica, no dejo de sospechar que los carnavales esconden sus raíces en una parte de la tierra tan oscura y profunda que, por no tener, no tiene ni tiempo conocido, sino más bien una oscura lejanía en la que la gente no acostumbraba aún a ir de acá para allá y nadie había llegado a ningún sitio más allá del suyo propio. Por eso, para viajar a donde nunca se había estado, se inventó el carnaval y también, por eso, sospecho que el carnaval estaba antes que las saturnales y que las bacanales y que todas esas historias que cuentan los que, por inventar, lo inventan todo sobre la marcha y sin desgarro alguno.
Esa es también la razón de que el carnaval aquí sea así y allá, de otra manera y en nada se parezcan el Sambódromo de Río, las Drag queen de las Palmas, las máscaras de Venecia o una chirigota de Cádiz, por no hablar de los peliqueiros de Castro o del Boteriro de Viana do Bolo en Ourense que esos sí que son raros y llenos de misterio.
Pero es que el carnaval es raro y misterioso sea donde sea y por eso no termino tampoco de creerme a los que lo explican con la cosa del pecado y de la reacción natural de lujuria y desenfreno con que las carnestolendas preparan la llegada de la triste cuaresma.
Lo que sí parece que coincide en todos es que se altera el orden de las cosas y el disfraz muestra, lo contrario de lo que es o, alternativamente y según se mire, lo que realmente es y el resto del año queda oculto en la máscara de lo cotidiano y es que del Carnaval nadie se salva, aunque eso sí, tengan unos un poquito más de guasa y otros, los pobres, no tengan ni gracia ni compás y den más pena que otra cosa con su disfraz.
Yo no sé si la fiesta de carnaval que organizó el otro día el Partido Popular con todos sus chicos firmando un manifiesto contra la corrupción, pretendía ser graciosa o era sólo por hacer una cosa más rara que lo de los peliqueiros de Castro, pero la verdad es que ver a Camps firmando ese papel era más raro que gracioso cuando ya son cuatro las comunidades gobernadas por el PP por las que se extiende la trama. Madrid, Galicia, León y la misma Valencia y eso sin contar los desfiles de Murcia o el último lío del concejal de urbanismo de Málaga que eso sí que es una chirigota.
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