Erika Martínez

El perro de Mellado

manías

19 de abril 2011 - 01:00

HAY libros que huelen a rancio, como esas casonas del centro que llevan meses sin ventilar. Y libros que dejan pasar el aire en cada página. Hace poco leí un libro que es un abanico: El perro que comía silencio, de la violinista y narradora Isabel Mellado. Si llevan una temporada renqueando, lean. Como colores que despiertan del lienzo, los personajes de este libro sacan la cabeza y nos soplan las manías del malestar.

El perro que comía silencio es un chucho de tres cabezas, un doméstico Cancerbero. La primera se llama "Mi primera muerte" y es una cabeza con cierta inclinación irónica por el romanticismo pero siempre consagrada a las delicias de la soledad. La segunda cabeza es "La música y el resto", donde se reúnen los cuentos de temática explícitamente musical, aunque lo sonoro se abre paso en la sintaxis, el léxico y la sonoridad de todo el libro. Finalmente "Huesos" es el nombre de la tercera y magistral cabeza de nuestro perro, una cabeza llena de aforismos. Las tres partes hablan por separado pero también entre sí, cosa que hace posible que un libro tan polifónico como éste sea al mismo tiempo coherente en su amor por la dispersión. Mientras lo leía pensaba en el esos frigoríficos llenos de pequeños recipientes con restos de la semana que te seducen al mismo tiempo el estómago y la curiosidad.

Antes de la salvífica irrupción de los precongelados, decía el refranero que a los hombres se los enamora por el estómago. Cualquiera diría que a los lectores también. Este libro, sin embargo, tiene un estómago de lo más traicionero. Un estómago del que salen tuberías que conectan con los ojos, con la nariz, con las manos y, sobre todo, con el oído. Allí dentro, la sinestesia no es un procedimiento retórico, sino toda una forma de pensamiento y de vida: un punto de vista que agita el mundo en su coctelera y nos lo devuelve fresco, rejuvenecido. Este libro es un espacio aéreo que sobrevuelan los aviones de papel que Mellado lanza desde el mundo de lo espiritual al mundo de lo sensible. Pero no se asusten, que por algo se lo recomiendo: El perro que comía silencio tiene además mucha gracia. Y la tiene en muchos sentidos. La gracia cae sobre él como un don y, además, lo convierte en un libro divertido. Un libro que rebosa inteligencia y desenfado. Que tiene instinto para los grandes temas pero que, cuando los mira de frente, se mata de la risa. El humor es la forma que tiene El perro de afrontar la vida. Un humor descarado, irreverente, surreal y satírico. Un humor que torpedea lo trascendente y nos devuelve la vida más viva.

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