Lobras y Tímar, un paraje de cuento a los pies de la Sierra
La granada del siglo XXI

A casi cien kilómetros de la capital granadina, en la ladera sur de Sierra Nevada, se encuentra uno de los municipios más pequeños de la provincia, con menos de 170 habitantes y dos núcleos de población, Lobras y Tímar, siendo el primero el que ostenta la capitalidad, al que se une la Cortijada de Los Morones, en la que habitan once familias.
La localidad, catalogada como Bien de Interés Cultural, se enclava en un entorno privilegiado, rodeado de paisajes impresionantes, se mire desde donde se mire y con la naturaleza como protagonista absoluto de una vida tranquila que mantiene casi intactas las tradiciones alpujarreñas, en parte por el aislamiento que este pueblo sufrió durante mucho tiempo, debido al difícil acceso. De hecho la carretera de acceso a Tímar no se construyó hasta 1974.
Desde sus campos hasta sus calles en Lobras se respira tranquilidad, una paz ya casi desaparecida en muchos puntos, un silencio al que ya la gente no está acostumbrada, una sencillez que resulta sorprendente a la par que agradable. El sonido del agua se oye y los vecinos son casi una familia, en la que todos se conocen y se ayudan entre ellos. Son pocos y para muchos este pueblo situado entre montañas puede parecer el 'fin del mundo' o un lugar ideal sólo para un fin de semana, sin embargo para ellos es el mejor lugar del mundo y no lo cambiarían por ningún otro. "Quizás para la gente joven aquí no hay mucho que hacer para divertirse, pero es nuestro sitio y aquí a ninguno nos falta de nada", comenta un vecino del pueblo, sentado a la sombra de un árbol en el camino que conduce a Lobras y que charla junto con otros amigos, mientras degustan las uvas que ellos mismos han cultivado. Pero incluso para algunos jóvenes este enclave alpujarreño es el lugar ideal para vivir, una decena de ellos continúan afincados en sus tierras, lo que resulta esperanzador para su futuro.
El campo es para los pocos vecinos de esta localidad su principal medio de vida, la almendra, la vid, el olivo o los higos, son algunos de los productos que se crían en estos campos alpujarreños. Los comercios son escasos, pero los necesarios, ya que son pocos los habitantes y cada lugar se adapta a sus características.
La distribución de las calles y la arquitectura de los edificios es tradicionalmente alpujarreña, el blanco predomina en sus vías estrechas y empinadas, en un lugar que resulta ideal para perderse, para escapar de todo lo demás, para disfrutar del silencio. Y de hecho el turismo rural se ha convertido en una de sus principales actividades, sus habitantes se han acostumbrado a recibir visitantes con un carácter acogedor y amable.
Los viajeros no sólo podrán disfrutar de las impresionantes vistas o de su arquitectura, sino que también podrán practicar senderismo a través de alguna de las rutas que lo atraviesan como la ya mencionada GR-7 o el GR-142, además de numerosos caminos rurales y senderos.
Pero no obstante y aun conservando todo aquello que hace de esta pequeña localidad un espacio que merece la pena visitar, el municipio se adapta también a los nuevos tiempos, a los cambios de necesidades y a las demandas de los vecinos, tratando de dar mejores servicios.
El principal problema de un pueblo casi de cuento es, como ocurre en casi todos aquellos con estas características, que la mayoría de los jóvenes 'huyen' de tanta tranquilidad, de tanta naturaleza. El problema demográfico global del envejecimiento de la población toma aquí una dimensión distinta, la de un municipio que para sobrevivir tiene que enfrentarse cara a cara con este fenómeno, tratando de ofrecer alternativas para no terminar convirtiéndose en un bello paraje fantasma. En ese camino trabajan su Ayuntamiento y sus vecinos, para continuar viendo sus viviendas habitadas como ha sido hasta ahora, y sus calles la vida tranquila pero activa de los que allí residen.
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