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Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Presenté ayer un libro de mi amigo malagueño Ángel Alcalá del que se me ha quedado el título pegado a los sesos y no hay manera de que se me vaya. La alquimia en la Alhambra es el primoroso nombre de este volumen editado por Almuzara en el que Ángel se acerca a ese lado mistérico, sólo accesible para los iniciados, al que muchos nos asomamos con curiosidad de neófitos pero en el que sólo si te dejas llevar por sabios del tema (Luis Roger lo es, además de doctor en pedagogía que también presentó el libro ayer en el Cuarto Real de Santo de Santo Domingo).
Con gente así de leída y sabida me siento a gusto en las entrañas de lo oculto. Más aún si son buenas personas, que lo son, tanto Ángel como Luis, con quienes te quedas con la boca abierta mientras les escuchas hablar de Hermes Trimesgisto, de Fulcanelli, de la interpretación cabalística de cada rincón de la Alhambra o de, por bajar al suelo, lo mal que están las cosas todavía en este final de la crisis.
La Alhambra era el tema del día y a ello nos dedicamos con el amor que le profesamos todos. Porque la magia de aquel espacio tiene su porqué en su dimensión sobrepuesta a la parte física del recinto. Hay todo un imaginario que es tan hermoso como lo que de tangible y artístico está allí encerrado. Y hay que conocerlo. Y de mano de especialistas como Ángel Alcalá, como Luis Roger o como Antonio Enrique, que fue profeta hace décadas con su libro enciclopédico Tratado de la Alhambra hermética que, pasados los años, es ya complemento indispensable de cualquier visita que pretenda algo más que darse un paseo y zamparse un bocadillo.
Esa alquimia, o capacidad de transformación, condensada en un libro bien podría trasladarse a otros ámbitos del monumento más allá del conocimiento sesudo. Por ser prácticos. Por ejemplo, a ese camino ya emprendido de revertir el proceso mercantilista adonde habían encaminado el tema hacia un territorio más cultural y rescatado para la ciudad y el disfrute y el conocimiento abierto y creativo.
Pero por una vez no nos pondremos protestones y seremos más alquímicos con los humores, que hay que transformar tanto cabreo en algo más de alegría para salir adelante y ver futuro. Porque hay que ser más alquimistas y menos cenizos, aunque sea en Granada, o quizás por eso mismo.
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