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Vuelve la crisis para la Orquesta Ciudad de Granada, como otras veces ha ocurrido, basada en los problemas económicos que lastran a las empresas culturales que, por su propia base tienen que ser deficitarias, porque la cultura cuesta dinero y es obligación de las administraciones esforzarse para cumplir con sus fines sociales. La cultura, aunque no le parezca a muchos, es tan imprescindible como otras estructuras fundamentales -no sólo la sanidad, por supuesto, sino la educación, de la que forma parte esencial- y, por lo tanto, tiene que estar presentes en los presupuestos de ayuntamientos, autonomías, gobiernos centrales y entidades privadas.
Los que hemos luchado hace décadas por conseguir para Granada estos elementos básicos -el recuerdo de Falla, por ejemplo, pidiendo el museo de la casa de la Antequeruela, el Auditorio que lleva su nombre y, por supuesto, una orquesta que diera sentido al centro-, advertimos, en las ocasiones en que han peligrado estos logros, que una supuesta ciudad cultural no debe dejar morir lentamente a una orquesta que tanto costó lograr. Los que firmamos la carta que dirigió García Román al alcalde de Granada Antonio Jara, ampliamos aquella petición -que tuvo respuesta creando una sección de cámara-, solicitando que la manera de mantener un conjunto orquestal que la ciudad merecía era situando en el Auditorio la Orquesta Sinfónica de Andalucía, para justificar la descentralización cultural de una Comunidad Autónoma, cosa que no se ha producido. Sólo el Festival Internacional de Música y Danza -que cumplirá su 67 edición- ha permanecido como símbolo de proyección. La OCG, en su dimensión clásica, ha obtenido el reconocimiento nacional, sobre todo en la etapa de Josep Pons y ha sido, en estos 25 años, un puntal esencial en la vida musical de Granada, incluso de su Festival, en el que ha destacado, sobre todo, en su aportación en los ciclos de ópera.
Es verdad que, a veces, disensiones internas han afectado su unidad, pero los peligros de futuro han venido de los problemas económicos que también inciden en limitar su proyección a un peligroso ámbito local. Hay que exigir a las Administraciones responsabilidad y generosidad para no frustrar, una vez más, el devenir de una ciudad que aspira a ser capital cultural europea alguna vez.
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