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Entiendes la gran fiesta en Miami. Las celebraciones, la alegría, las risas, los gritos, el entusiasmo, los bailes, el ruido, los desfiles rumberos en la calle Ocho y en el restaurante Versailles. Y claro, el odio, las maldiciones, los epítetos, las descalificaciones y las malas palabras. Se entiende mejor lo que pasa en Miami si giras la cabeza y miras al otro lado, a La Habana, ciudad anti-gemela de Miami, donde el luto oficial y obligatorio ha prohibido la música y el ron y se han suspendido los conciertos y todo asomo de mínima fiesta durante nueve días. La Habana, ciudad donde solo hay loas pomposas y donde los cubanos lloran desconsoladamente en la televisión, hacen colas enormes para despedirse de una foto y discuten si resulta adecuado, en las actuales circunstancias, darse o no los buenos días (¿cómo pueden estos días ser buenos para alguien?). Un pueblo al que no han dejado ver el cadáver, al que no le han dicho exactamente de qué murió el que murió, y al que tampoco permiten acercarse a las cenizas sagradas.
Piensas que si La Habana es el teatro del yo totalitario de la isla, ese yo zombi que nada pregunta y nunca duda, Miami es el refugio del inconsciente cubano, un inconsciente, más que reprimido, repudiado, hostigado y expulsado. Un inconsciente que tiene que salir y manifestarse en otra parte, y que lo hace sin límites, desbordado.
Entiendes la fiesta, sin duda. La fiesta del inconsciente libre, desbordado y solitario. Pero han pasado sesenta años y sientes, no puedes evitar sentir, ese cansancio de la historia del que habla Gustavo Pérez Firmat. Extremo cansancio del yo totalitario, pero también del inconsciente desbordado y solo. Y aunque no vivas, ni quieras vivir, en el país del primero, tampoco puedes vivir en la tierra del segundo. Así que tomas tu copa de champagne con una alegría sosegada, con un poco de mesura. Y piensas en qué decir. Y te das cuenta de que lo mejor son esas frases cortas, brevísimas, minimalistas, de alivio, de suspiro casi; esas frases leves de alegría. Preferiblemente, con el sujeto ya omitido, es decir, ya empezado a olvidar. Como esas mini-oraciones que algunos ya han escrito. Algo así como el titular de Diario de Cuba: "Ya murió". O, acaso, como ese graffiti de El Sexto, donde el sujeto que no está se convierte, con levísima ironía, prácticamente en un contrarrevolucionario; ese delicado, casi inocente: "Se fue".
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