El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Siempre que he viajado a Marruecos, salvo alguna rara ocasión, he entrado por Tánger, posiblemente la ciudad más occidentalizada de aquel país por razón de su reciente historia. Puerta de África, se precipita su antigua medina, de medieval concepto urbano, sobre un oceánico azul del que luego toman el color algunas de sus fachadas, contrastando así, decididamente, con los inconmensurables blancos que dan al viejo barrio moro un aspecto familiar para los que hasta allí nos acercamos, provenientes de ciudades como esta de Granada, en la que otro barrio, también dédalo medieval, se lanza sobre el valle del Darro y sobre la vega verde, que se abre ubérrima en derredor y mira, no exento de altivez, no al Atlántico infinito, pero sí a la palaciega ciudadela y míticos jardines que coronan la colina de la Sabica y la blanca peina de Sierra Nevada.
Aquel barrio tangerino, asimismo de siglos y de culturas bien cargado, se presenta ante el visitante en su natural esplendor diario, en el quehacer de los viejos oficios que aquí, en nuestra Granada, ya hace que se perdieron. Y el aire de sus calles impregnado de olores antiguos a leñas y a carbones sobre los que bullen, aún, ollas de barro con deliciosos y especiados guisos. Todo ello provoca que, de manera humilde y sencilla -sin ser objeto de planes oficiales de recuperación bien anunciados en gran cartelería- la vieja medina africana se mantenga "presentable", con paredes de fachadas y muretes bien enjalbegados y en general casas, que aún son habitación de muchas familias y que, periódicamente, son objeto de obras propias para su mantenimiento por parte de quienes las habitan. Al mismo tiempo, las partes constructivas de carácter público se desmoronan solas, al paso silencioso de los siglos, sin que sean necesarios energúmenos de turno que las vayan deteriorando con saña y sin miramiento y cubriendo de colorines impertinentes o grafiados con grosera palabrería, a diferencia de lo que sí sucede en nuestro mítico Albaicín que, casi vacío, por las difíciles condiciones de vida allí existentes, ofrece algunas de sus casas al robo y al expolio fácil, en el cómplice silencio de sus, cada vez más, desérticas calles y a una ruina, en definitiva, sin que por parte de ninguna autoridad haya misericordia -no ya formación, conocimiento, inquietud o cultura, que es mucho pedir en muchos casos- para que se preocupen del necesario mantenimiento, limpieza y cuidado de este barrio nuestro que, al igual que la Alhambra, es -al menos en el papel- Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Viene todo esto al caso de un amplio comentario que hace unas semanas me hacía mi buen amigo Miguel Campos, nieto, hijo, y él mismo guía oficial de Turismo y hombre de gran prestigio en ese ambiente y actividad de la que viven -directa o indirectamente- buena parte de los habitantes de Granada. Se me quejaba Miguel del deplorable estado en que se encuentra el conocido Arco de las Pesas, antigua Puerta Nueva o Bib Cieda, que comunica la placeta de Las Minas y Callejón de San Cecilio, con la Plaza Larga, uno de los corazones del antiguo Albaicín. Los paramentos de aquella puerta y sus galerías interiores llevan meses -si no años- completamente cubiertos de pintadas groseras que hacen aparecer a nuestras autoridades como impresentables en sociedad, al ser directos responsables de su limpieza y mantenimiento. Pues solamente eso denuncio. Para que se sepa. ¿O no?
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