Milena Rodríguez Gutiérrez

El ciudadano ilustre

Mar adentro

Un Nobel no basta para sacar de la barbarie a los que están en ella. Por muy ilustre y honesto que sea

22 de febrero 2017 - 02:32

El título de esta columna es el del espléndido filme argentino, dirigido por Mariano Cohn y Gastón Duprat, galardonado recientemente con el Goya a la Mejor película iberoamericana; cinta que aún no ha sido estrenada en Granada (¿lo será algún día?). Una película que un granadino amante del buen cine solo tuvo oportunidad de ver en el envidiable cine Albéniz, ubicado en pleno casco histórico de Málaga, con versión original y varias películas de estreno fuera del circuito comercial; hecho impensable en Granada.

El ciudadano ilustre, además de homenaje a Borges (el argentino universal al que no le concedieron el Nobel por razones, sabemos, políticas), supone, en cierto modo, una actualización de ese viejo tema que insiste en Argentina (y en Latinoamérica, ¿y en España?), que tan bien retrató Sarmiento en Facundo: el choque entre civilización y barbarie, llevado al ámbito de la literatura a través de una comedia de humor negro.

El protagonista (magnífico el actor Oscar Martínez) es un escritor argentino que vive en Barcelona y acaba de recibir el Premio Nobel y que vuelve de visita a su pueblo, Salas, en la Argentina profunda, donde acaban de nombrarlo Ciudadano Ilustre. En su vuelta, termina comprobando, fehacientemente, por qué se fue de allí cuarenta años antes y por qué no había querido regresar. Se parece un poco a Granada esa Salas profunda, donde mandan los caciques, las apariencias, el mal gusto, los favores, la ignorancia y el ferviente deseo de tener un Premio Nobel propio, para colocarlo como quien pone un búcaro de adorno en su vida. (Ponga un Nobel en su casa, siempre que el Nobel esté dispuesto a hacer todo lo que diga el dueño de la casa).

El "ciudadano ilustre" termina pateado en su pueblo, que parece todavía enredado en la misma barbarie de cuarenta años atrás. Al contrario que la civilizada y culta Europa, Salas es incapaz de comprender (o tolerar) las contradicciones, vanidades, neurosis, y los principios, del gran escritor, que se marcha de allí con la frente marchita.

Un Nobel no basta para sacar de la barbarie a los que están en ella. Por muy ilustre y honesto que sea. Al contrario, la barbarie lo alcanzará a él, si tiene la mala fortuna de encontrarse demasiado cerca. La película nos deja el consuelo de ese joven escritor, inocente empleado de hotel, ajeno a la barbarie que lo rodea, e inmerso, tanto como su ilustre compatriota, en la literatura, en lo mejor de ella.

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