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Rafael Sánchez Saus
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Lo han perdido todo. Para María José, Fernando y sus tres hijos, la familia de Las Gabias amenazada con ser desalojada de su casa tras dejar de pagar el último cuarto de la deuda que mantenía con una caja de ahorros, ha empezado la cuenta atrás que abre la puerta de la calle. La letra pequeña pero matona del contrato, esa ínfima e infame literatura pensada para que no se lea, ha permitido a la entidad financiera aumentar la deuda en 39.000 euros por intereses de demora y comprar después en subasta pública la casa por 115.000 euros, 50.000 por debajo de su valor de tasación. Ahora, según el portavoz de Stop Desahucios, Antonio Marruecos, los banqueros pretenden vender la propiedad por el doble, por 250.000 euros. Sabíamos que el dinero es un nómada sin corazón, que los negocios y la filantropía rara vez se compadecen, pero cebarse de tal forma a costa del infortunio ajeno y ganar infinitamente más de lo que correspondería si la familia hubiera completado el pago del préstamo con sus intereses correspondientes sólo es posible en un sistema enfermo de avaricia, en una sociedad donde la mayoría de sus miembros se desinteresan absolutamente por la suerte ajena. Se mire como se mire, nos encontramos ante un abuso por lo legal permitido por los poderes públicos, siempre tan prestos a correr en ayuda del vencedor y que tan eficientes se mostraron a la hora de rescatar a las cajas con el dinero de todos, también con el de esta desgraciada familia de Las Gabias.
El desahucio no se ha producido aún gracias a un recurso judicial de última hora y al apoyo de cientos de activistas sociales, en su mayoría jóvenes, que han acudido a prestar ayuda y amistad a la familia "como la sangre acude a la herida", sin que nadie los llame. Chavales que no lucen corbata ni forman parte del todogranada ni llenan con sus nombres las páginas de los periódicos ni reciben premios o medallas institucionales. Chavales que podrían espetarle "¿Qué es mi alma al lado de vuestro trajes?" a muchos hombres de orden, de esos que se propinan golpes de pecho en las bancadas de las iglesias pese a no tener más Dios que el dinero. Héroes anónimos. Arcángeles de la solidaridad, como los más veteranos de Stop Desahucios, dispuestos a socorrer y regalar a los otros su tiempo. Y el tiempo es la vida.
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