El síndrome de Moisés
Javier Arenas trabajó denodadamente por que Mariano Rajoy gobernarse en España, al que afianzó en 2008 · Paradójicamente las políticas salidas de La Moncloa le impiden pisar su tierra prometida: gobernar la Junta
El libro del Deuteronomio, el sexto del Antiguo Testamento, culmina relatando cómo Moisés subió desde los llanos de Moab al monte Neob, desde donde Yavé le mostró la tierra que había jurado dar a Abraham, Isaac y Jacob. Las escrituras añaden que Dios le dijo a Moisés: "A tu descendencia se la daré".
El pasaje bíblico que relata la muerte del profeta que guió a su pueblo en un largo peregrinar por el desierto del Sinaí y que terminó en la tierra prometida, pero que como la propia deidad le había revelado él nunca pisaría, dibuja el síndrome que vive Javier Arenas, el presidente del PP andaluz, desde que en la tarde del domingo pasado las encuestas israelitas -precisamente- confirmaban que los sondeos preelectorales diferían mucho de lo que los votantes contestaban al salir de los colegios electorales tras ejercer el derecho al sufragio.
Desde media tarde quienes tienen acceso a esos datos sabían que algo distinto podría ocurrir a lo previsto: un resultado tan increíble, tan apartado de lo que por unanimidad habían aventurado las encuestas, que se dudaba de él. Pero el recuento de los votos demostró desde el principio que, lejos de lo que había ocurrido el 20 de noviembre, el PP no iba a ganar arrasando, sino todo lo contrario.
Pero esta historia de paralelismos con Moisés viene de largo. Javier Arenas es uno de los políticos más influyentes de España y ha jugado un papel fundamental en los éxitos electorales que su partido, el PP, ha tenido en democracia.
Vicepresidente del Gobierno cuando en 2004 la pésima gestión del atentado del 11-M desbarató la posibilidad de que Mariano Rajoy fuese el presidente del Gobierno -probablemente con una mayoría relativa-, Arenas decidió, de acuerdo con la nueva dirección, volver a ocupar la presidencia del PP-A, haciéndolo coincidir con el papel que siempre ha desempeñado desde los inicios de la década de los noventa: el liderazgo de la derecha andaluza. De hecho los años que estuvo en Madrid -primero como ministro, después como secretario general y finalmente de nuevo en el Ejecutivo- nunca dejó de guiar a los suyos por el desierto de la oposición en la que llevan 30 años, incluso cuando formalmente Teófila Martínez presidía el partido.
Pero en su vuelta a Andalucía Arenas nunca dejó de ser un hombre crucial para la dirección del PP de Mariano Rajoy, elegido presidente orgánico por primera vez tras la derrota de 2004 y con el influjo de que había perdido en circunstancias extremas.
Ese papel se hizo aún más relevante a partir de que Rajoy perdió por segunda vez el asalto a La Moncloa. La derrota electoral a manos de un José Luis Rodríguez Zapatero, que negó una y otra vez la crisis económica que ya se cernía sobre el planeta, animó a los sectores más duros del PP, con Esperanza Aguirre como máxima expresión, a tratar de relevarle.
Arenas jugó en aquel congreso de Valencia un papel primordial, junto a Francisco Camps, afianzando el liderazgo de Rajoy para que tuviese otra oportunidad que las urnas decretaron que fuese la definitiva para ser -al tercer intento, como Felipe González y José María Aznar- el jefe del Ejecutivo español.
En esos años Arenas ha sido probablemente el dirigente más influyente en el entorno de Mariano Rajoy. No ha habido política en el seno del PP que no contase con su criterio y con su decidida acción.
De hecho se comprometió con Rajoy hasta lograr que Andalucía fuese un puntal para garantizar la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados, con casi dos millones de gaviotas en las urnas como rédito a su esfuerzo. (Incluso el millón y medio largo del domingo pasado habría bastado para ese objetivo).
Pero el diseño del PP y sus asesores de lograr el hito doble de gobernar también y por primera vez en Andalucía se truncó desde el momento que en que José Antonio Griñán decidió separar las elecciones y los destinos de Rajoy y Arenas.
La arriesgada apuesta del socialista de jugárselo todo a una carta -tan alabada hoy como denostada hubiera sido de perder el Gobierno, así es la política- hizo que paradójicamente el esfuerzo de Arenas por lograr que el PP sea hoy el primer partido de España se volviese en su contra.
Aunque el PSOE de Griñán haya logrado superar el 39% de los votos, el número absoluto de sufragios es menor que el de noviembre a Alfredo Pérez Rubalcaba. Dicho de otro modo: Griñán no convenció a nadie más para que le votase en estos meses.
Lo que convierte a Arenas en un moderno Moisés de la política andaluza es que casi 415.000 votantes de Rajoy hace cuatro meses se han desencantado por las subidas de impuestos realizadas contra la promesa electoral de no aumentar la presión fiscal y el recorte de derechos laborales y han pasado a ser abstencionistas. Esa pérdida de casi uno de cada cuatro votantes del 20-N y el fuerte ascenso de IU, que sí mantuvo su cuerpo electoral, han terminado por dejarle a cinco escaños de la mayoría absoluta, por impedirle como a Moisés pisar su propia tierra prometida: gobernar la Junta de Andalucía.
Arenas dijo ayer ante los suyos que seguirá trabajando por Andalucía en las Cinco Llagas. Tiene ante sí la tarea de ser el líder de la oposición al tiempo que el más votado, algo inédito en la región.
Pero seguramente su principal mandato en esta legislatura -ante el improbable caso de que fuese investido en algún momento- será emular de nuevo a Moisés y ungir al Josué del PP andaluz, un nuevo líder que intente, quién sabe sin con éxito, convertir al centro-derecha en Gobierno en Andalucía.
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