Publicar o no existir, un dilema de la Ciencia
En la Historia de la Ciencia hay diversos casos en que una gran idea se genera por dos personas independientemente
En nuestra anterior entrega de Ciencia Abierta, quince días atrás, celebramos dos importantes efemérides y fue por ello que Granada Hoy publicó dos páginas en días consecutivos; el 24 de noviembre recordando la publicación del Origen de Darwin y el 25 de noviembre para conmemorar el centenario de la teoría de la relatividad general de Einstein. Hubiera sido algo abusivo publicar una tercera entrega el 26 de noviembre para recordar que hacía 150 años que se publicaba todo un clásico, a saber, Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll. Texto lleno de juegos, simbolismos y referencias matemáticas y científicas. Citémoslo aquí para que nuestros amigos los matemáticos no se nos enfaden.
Este encadenamiento de fechas nada tiene que ver con conjunciones planetarias o cosas del estilo que tanto le agradan a los pseudocientíficos pero nos sirve como excusa fluvial, ya saben el río que pasa por Valladolid, para introducir la cuestión que le planteamos esta semana.
El conocimiento científico debe ser publicitado, dado a conocer a la 'Academia', es decir a la comunidad científica. En el caso de Darwin ya vimos que sus ideas sobre la evolución de los seres orgánicos rondaban por su cabeza desde años atrás pero no estaban publicadas y solo la carta de Wallace le decidió finalmente a publicarlas. ¿Cuánto tiempo más hubieran estado no impresas sino fuera por el acicate de la originalidad que le llegó por el pequeño manuscrito de Wallace?
En la Historia de la Ciencia hay diversos casos en que una gran idea o una explicación a un problema se generan por dos personas independientemente. En el caso de Darwin y Wallace la solución de a quién otorgar la primacía fue aceptada por el propio Wallace sin crear controversia. No fue el caso de otras disputas como las que se crearon entre Newton y cualquier otro científico de la época que osara disputarle algo, pero esa es otra cuestión que dejamos para otras fechas. En el caso de que se den conflictos, hay que publicar, hay que ser conocido por la Academia.
Esa es la gran cuestión, publicar y que te conozcan. Llegados a estas fechas de fin de año la mayoría de los 'académicos', es decir de la comunidad científica, al menos en Andalucía y España, estamos rellenando papeles (o escribiendo en plataformas digitales) para justificar nuestro rendimiento investigador en el presente año. Todos aquellos que completan los datos en el SICA ya saben a lo que nos referimos. Todos los investigadores que solicitan proyectos, que suelen cumplir por estas fechas, también. Todos los que piden al Ministerio que se les evalúe su actividad investigadora para obtener un sexenio de investigación están ahora en ese momento crítico. ¿Y qué he publicado yo este año? Desde septiembre, digamos, es el momento en que consultamos nerviosos el correo electrónico esperando que el editor de la revista Journal of… (completen ustedes con su especialidad) nos diga que su trabajo/paper/work/ensayo ha sido aceptado y que se publicará próximamente en el siguiente número. Y, albricias, ya hemos publicado este año, o si es para el primer número del año siguiente, bueno ya podemos estar más serenos.
Hagamos el inciso aclaratorio de que, por desgracia para todos los contribuyentes y para vergüenza de la 'academia', hay un cierto porcentaje de 'investigadores universitarios' que no se preocupan por estas minucias. Es decir que no publican porque viven cómodamente como funcionarios y les importa un bledo publicar o no publicar. Son los acérrimos del 'que inventen otros', pero no gastemos más espacio en ellos, al menos hoy y en estas fechas tan fraternales que se acercan.
También hemos de reconocer que lo de publicar tiene sus sesgos y problemas dentro de la comunidad científica, que como toda comunidad humana tiene sus defectillos. Hablemos de ellos para comprobar que lo de publicar o no publicar, lo de existir o no existir, no es tan objetivo como podría parecer en la actividad científica. Lo decimos para que les quede claro que la Ciencia es humana y tiene, digamos, sus manías.
Pongamos dos ejemplos. Primero uno relativamente reciente: la burocratización estúpida de muchos de los requisitos para publicar. Que si el manuscrito enviado no puede tener más de tantos caracteres, que si el tipo de letra tiene que ser este, que si la bibliografía debe cumplir la normativa ABBA de la sociedad finlandesa, que si el resumen no puede tener más de ochenta sílabas, que las palabras clave tienen que ser bonitas y acústicamente resonantes, etc. Les resultará extraño pero les aseguramos que algunas plataformas electrónicas de revistas rechazan automáticamente los manuscritos si no se cumplen cuestiones meramente formales. Es cierto que no se puede tolerar que los manuscritos lleguen de cualquier manera; pero las condiciones de edición, en algunos casos, parecen diseñadas para disuadir a los investigadores más que para animarles a publicar. Un caso muy citado de manuscrito que se envió en condiciones algo deplorables, y que hoy sería rechazado sin paliativos por defectos de forma, fue el texto donde John Forbes Nash desarrollaba sus geniales ideas sobre juegos no cooperativos y que posteriormente le llevaron a conseguir el Nobel de Economía (recuerden la película Una mente maravillosa, que guapo Russell Crowe).
El segundo ejemplo de las humanas manías de la Ciencia es todo un clásico de la sociología de la ciencia y que fue teorizado por Robert King Merton. Nos referimos al llamado 'efecto Mateo'. Tras este enigmático nombre se encuentra el más que conocido hecho de que el dinero llama al dinero, es decir la fama a la fama, o el prestigio al prestigio; es decir que si ya te han concedido un proyecto de investigación es más fácil que te den otro o si ya has publicado previamente es más fácil que sigas publicando. Esta regla no escrita que condiciona las instituciones y relaciones sociales de la comunidad científica, reflejo una vez más de que la Ciencia es una actividad muy humana, trata de compensarse por un sistema de revisión de los trabajos que asegura en lo posible el anonimato de los manuscritos y de quien los revisa y evalúa. Los trabajos de Merton, en la más pura línea del funcionalismo americano, fueron una llamada de atención para los científicos que se creían vivir en la burbuja aséptica y objetiva del principio de no autoridad, es decir que todo trabajo científico debe valorarse de forma independiente al estatus de su autor. ¿Se imaginan tal principio en otros ámbitos de la acción social? Aclaremos, para terminar, que el nombre de 'efecto Mateo' procede del texto bíblico en que se narra la parábola de los talentos (evangelio de Mateo, capítulo 25, versículos 14 a 30). Allí se dice que: "al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará". Hemos de preguntarnos por qué Merton eligió al evangelista Mateo puesto que también Marcos y Lucas lo recogen en sus textos. Propongan hipótesis.
A pesar de todos los tics humanos de la ciencia, ya saben: publiquen y publicarán, publiquen y existirán. Puede que Darwin lo expresara como "publicar o perecer".
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