Doña Rosita La soltera
El nudo sentimental de la obra lorquiana surgió de la vivencia amorosa de su prima hermana Clotilde · Era novia de su primo hermano Máximo Delgado García · El joven se fue a Tucumán y allí se caso con otra
Era hija de tío Frasquito (Francisco García Rodríguez), uno de los nueve hermanos del padre de Federico García Lorca. La prima Clotilde, cuando la conocimos, tenía más de ochenta años, pero ella eludía, con cierta coquetería, dar precisiones, lo cual nos llenaba de ternura. Y es que no debemos olvidar el contexto de la época, la suya era la de Doña Rosita y, no estaba bien visto indagar en algo tan sensible como la edad. Había nacido en Fuentevaqueros, la Fuente, decía ella. A pesar de llevar muchos años en la ciudad traslucía la mujer de campo: fuerte, franca, ocurrente, alegre, espontánea, cercana. Tenía una cabeza grande, orlada de un pelo blanquísimo, que enmarcaba una cara de rotundos rasgos. Sus ojos, bajo espesas cejas muy negras, habían perdido la alegría de que hablan los que la conocieron, pero adquirían viveza, sobre todo cuando hablaba de su primo Federico, su conversación se animada al calor del recuerdo y, un reír sonoro, no estridente, esmaltaba sus evocaciones. Era una mujer afectuosa con la que te encariñabas fácilmente, sus recuerdos eran inagotables, enriquecedores y divertidos. Todo ello avalaba el interés de su primo Federico, para quien fue su preferida o una de las más. Y esto se corrobora en las cartas del poeta a sus padres, en las que campea su recuerdo, al preguntarles por ella. Los dos primos estuvieron muy unidos. Nos contó que de su mano salió el niño Federico, por primera vez a un escenario a actuar de comparsa, en la zarzuela La alegría de la huerta, en unas funciones de aficionados que organizaban en un corralón de Fuente Vaqueros. Ella calculaba que tendría entonces ocho o diez años, y su primo tres o cuatro. Salían vestidos de gitanillos. Al niño le había hecho su madre un chalequillo lleno de remiendos y al parecer estaba muy gracioso. Doña Clotilde evocaba placentera las tardes pasadas con él en la Huerta del Tamarit, que luego heredó de su padre, donde todavía vivía una parte del año. Era un lugar paradisiaco, con esa luz de la vega, matizada a través de la frondosa glorieta, donde en el buen tiempo hacían la vida. Elemento representativo era el secadero de tabaco y una higuera monumental, alabada por Federico. La vivienda urbana estaba en la Acera de Darro, Puente de Castañeda. Una casa con el encanto estructural de últimos del XIX. En los dos lugares grabamos sus recuerdos, en junio de 1980. Oírla hablar era estar más cerca de Federico. La mujer se transformaba al conjuro de su recuerdo:
"Venía mucho a mi huerta -nos dijo-, porque le divertían mis ocurrencias y le gustaban estos parajes, de los que dejó constancia en un libro que tituló Diván del Tamarit".
La Huerta del Tamarit, palabra que significa en lengua árabe abundante en dátiles, tan ligada emocionalmente a la vida y a la obra de García Lorca, le dio nombre a uno de sus más importantes libros de poemas, Divan del Tamarit. Empezó a escribirlo en 1931, sin embargo sería su obra póstuma. Las dos huertas, la del tío Frasquito y la de San Vicente, pertenecían al término de Jaragüi o Fargüi. Los nombres de Tamarit y Faragüi le encantaban a Federico; a un amigo le escribió: "Mi tío tiene las señas más bonitas del mundo: "Huerta del Tamarit. Término de Fargüi. Granada". El Jaragüi fue un paraje poblado de huertas, que durante siglos vitalizaron la ciudad. Las huertas de la familia García se conectaban por una red de callejones. Desde el de Gracia, se descendía hasta la Cruz de los Carniceros, llamada así porque en sus inmediaciones vivían matarifes, se dejaba a la derecha el callejón del Viernes, y, a la izquierda, el callejón de la Acequia Gorda. Se bajaba por el callejón de los Nogales, hasta llegar a la Huerta del Tamarit. Me demoro en este itinerario para el recuerdo, hoy borrado de la faz de la Vega, ganado en triste duelo por el cemento. Cuando Federico pasaba el día en la Huerta del Tamarit, su prima Clotilde le guisaba un arroz arriero (arroz con pollo) porque, al decir del poeta, "no había nadie que lo guisara como ella".
Las ocurrencias de su prima le divertían a Federico. La anécdota de Adela, la hija menor de Bernarda Alba, cuando estaba de luto por la muerte del padre y se pone un traje verde y se va al corral a que la vean las gallinas, como únicas espectadoras que la podían redimir del 'qué dirán', pertenece a una vivencia de la juventud de Doña Clotilde. A este respecto nos dijo: "La obra de mi primo Federico está cuajada de tipos, sucesos, anécdotas, nombres, apodos… de gentes conocidas de Fuentevaqueros, Valderrubio…".
Elementos de una realidad directa, constituyó la base del acto creador de García Lorca. El incentivo podía ser una imagen, una romería de tradición religiosa, aunque de origen pagano: Yerma. La noticia de un suceso aparecido en la prensa, la novia que abandona al novio el día de su boda y se fuga con el que ama, estimuló su potencial dramático y se convirtió en el drama Bodas de sangre. El conocimiento de un tratado de botánica, del siglo XVIII, la rosa mutábilis, sería el símbolo de la comedia Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores. El poeta vio en la rosa mutábilis, que primero era roja, rosa en su plenitud y blanca al marchitarse, el drama oscuro de la soltería de las muchachas andaluzas y españolas. Pero el nudo sentimental de la obra surgió de la vivencia amorosa de su prima hermana Clotilde García Picossi. Era novia de Máximo Delgado García, hijo de la hermana de su padre y por lo tanto primos hermanos, quien se fue a Tucumán (Argentina), y allí se casó con otra. En la obra, el novio-primo, a través de sus cartas, mantiene la ilusión a lo largo de su vida, de volver y casarse con ella. Con desplazamiento temático y datos dispersos de la realidad, Lorca lo transforma en materia dramática. Él se propuso hacer una comedia de la cursilería, de una ciudad como Granada, una sociedad atávica, alineante para la mujer, que la obligaba a aceptar pasivamente formas de vida, como dogmas inviolables, por el 'qué dirán', provocaba en Lorca detonante rebeldía. Con directo conocimiento de causa, escribió:
"Quien ha vivido como yo y en aquella época en una ciudad tan bárbara bajo el punto de vista social como Granada, cree que las mujeres o son imposibles o son tontas. Un miedo frenético a lo sexual y un terror al 'qué dirán' convertían a las muchachas en autómatas paseantes, bajo las miradas de esas mamás fondonas que llevaban zapatos de hombre y unos pelitos en el lado de la barba".
La galería de mujeres desvividas por la espera y la desesperanza de sus íntimos fracasos amorosos, desfilaron ya por su primer libro Impresiones y paisajes (1918). En la temprana poesía Elegía (Granada, 1918), aparece la "Venus del mantón de manila, incensario de deseos con la carne oscura de nardo marchito y el sexo potente sobre tu mirada". El Romancero gitano es ya una coral de voces femeninas que gritan, a veces en silencio, la injusta, desesperada y estéril soledad de su carne en flor. En el Romance sonámbulo, la niña sueña y espera en la verde varanda. La Monja gitana, que borda alelíes cuando ella quiere bordar "flores de su fantasía". Hay en el Romancero mujeres insatisfechas (La casada infiel), desasosegadas como Soledad Montoya del Romance de la pena negra, que confiesa estremecida: "¡Qué pena! Me estoy poniendo/ de azabache, carne y ropa/. ¡Ay mis camisas de hilo! / ¡Ay mis muslos de amapola!". Estas quejas de la tragedia soterrada de la mujer en acecho y espera del amor, son el preludio con el que el poeta va a orquestar sus dramas.
Con doña Clotilde hablamos de la punzante discriminación de la mujer. Del afán de la iglesia y la sociedad, por mantenerlos separados para evitar el pecado. En los velatorios hombres y mujeres permanecían separados dentro de la casa.
-"Eso era en realidad. La discriminación existía incluso en la propia iglesia, en donde permanecían los hombres a un lado y las mujeres al otro. Pero, fíjate, eso ha durado hasta hace poco, en algunos sitios continúa esta costumbre".
Su primo Francisco García Lorca escribió respecto a las criaturas dramáticas de su hermano:
-"De muchos de sus personajes, a mí me sería fácil dar su filiación histórica". Una de ellas ¿ podía ser usted?
-Sí. Aunque he de decirte que el desenlace de mi conflicto sentimental con el de doña Rosita se aparta de mi realidad, para adaptarse a la fantasía de Federico. Es decir, yo, a pesar de permanecer soltera, no esperé a mi novio toda la vida.
-¿Su novio y usted eran primos hermanos?
-Sí. Era hijo de mi tía Mercedes, hermana de mi padre.
-¿Y la familia aceptó ese noviazgo de buen grado?
-Sí, los García éramos una familia 'tribu' muy unida y afectuosa. Entre nosotros no existían rencillas y recelos. El patriarca era mi tío Federico, el padre de mi primo.
-¿Cómo fueron sus relaciones?
-Como se llevaban en aquella época en los pueblos. Yo vivía en Fuentevaqueros, en una hermosa casa del Paseo, que hacía esquina con la calle del Horno, y él en Valderrubio, que estaba a tres kilómetros. Era un hombre muy guapo y pinturero. Un real mozo. Buen caballista, venía a verme a mi reja en su jaca torda.
-Cuando usted oyera los cascos del caballo, el corazón le daría golpetazos, como dice un personaje dramático de su primo.
Doña Clotilde derramaba su fresca risa.
-¡Tú dirás!... Era un hombre de buena planta, que atraía a cualquier mujer. Estuve muy enamorada de él… Para la mujer, el novio, y luego el marido, era el motor de su vida. Hoy tienen otras libertades, pero entonces… Una mujer era un hombre, unos hijos y una casa.
-¿Y duraron mucho sus relaciones?
-¡Huy, sí, mucho. Entonces eran muy largas, había tiempo para arrepentirse.
-¿Cómo le ocurrió a usted?
-Sí, porque él se fue echando a perder.
-¿Dejó de quererla?
-No. Sus padres le entregaron las tierras que tenían para que nos casáramos y pudiéramos vivir bien. Ellos se fueron a Granada para darle carrera al hijo menor, que nació veinte años después que los demás. Mientras que mis padres estaban dispuestos a comprarme la casa de la calle de la Iglesia, que era de tío Federico, donde ellos vivieron muchos años [la casa donde nació el poeta, hoy museo]. Pero empezó a malgastar los bienes que había recibido. Muchas noches se las tiraba de juerga. Y yo entonces me pasaba a lo mejor un mes sin querer verlo. Porque, aunque se hubiera puesto de rodillas, no hubiera salido a hablar con él. Así estuvimos mucho tiempo, y nuestras relaciones se fueron enfriando. Yo no me hacía el ánimo de vivir con un hombre que lo que ganaba por la mañana lo tiraba por la noche…
-Entonces, ¿él se marchó a Tucumán, como el de Doña Rosita?
-Se fue a Argentina. Yo ya vivía en Granada, en una casa del Puente de Castañeda, cuando una mañana, se presentó de pronto y me dijo: "Clotilde me voy a Buenos Aires. Si quieres, nos casamos y nos vamos".
-¿Y a usted que le pareció la proposición?
-Una locura. Le dije: "Ni me caso ni me voy contigo. Puedes irte cuando quieras".
-¿Y de verdad no le esperó, como doña Rosita? ¡Usted permaneció soltera!
-No. Yo ya estaba muy curada. Además, de la manera que se fue supe que ya no volvería.
-¿Qué fue de él?
-Se casó en aquellas tierras. Mi primo Federico le vio en uno de sus viajes a Buenos Aires. Lo encontró destrozado, derrotado. Y lo arregló, lo vistió de pies a cabeza.
-¿Y usted no le volvió a ver nunca más?
-No. Porque no regresó a España. Fue un hombre que malgastó su vida totalmente. Ya hace muchos años que murió".
-La tarde se puso triste "por las arboledas del Tamarit".
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