La fábrica de superbacterias

Cuanto más se usan los antibióticos, más rápido desarrollan las bacterias resistencia a ellos

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Las superbacterias son cada vez más fuertes. / María del Mar López Fernández
María del Mar López Fernández - Profesora de la Universidad de Huelva

08 de octubre 2024 - 05:17

Los antibióticos son medicamentos utilizados para tratar infecciones causadas por bacterias. Funcionan inhibiendo su crecimiento lo que ayuda al sistema inmunológico a combatir la infección. Estos no son eficaces contra virus, responsables de enfermedades como el resfriado común o la gripe. Alexander Fleming (1881-1955), médico y científico escocés que centraba sus investigaciones en bacterias, en 1928 observó que un hongo del género Penicillium había contaminado una de sus placas de cultivo, inhibiendo el crecimiento de las bacterias circundantes. Este hallazgo, suele calificarse como un caso de serendipia, condujo al desarrollo de la penicilina como el primer antibiótico utilizado en medicina. El descubrimiento de los antibióticos ha sido uno de los avances más significativos en la historia de la ciencia, ya que han salvado incontables vidas al combatir infecciones bacterianas que, de otro modo, podrían ser mortales. Sin embargo, también conllevan una gran responsabilidad.

En la década de los 30 del siglo pasado comenzó la producción masiva de antibióticos. Este hecho fue crucial en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), tratando infecciones en soldados heridos. En los años 40, entran en juego grandes laboratorios como Pfizer (nombre familiar debido a su papel en la pandemia de COVID-19), que desarrollaron aún más la industria de la penicilina, para producirla a gran escala. Fue en los 60 cuando se descubren otros antibióticos, como las sulfonamidas (el primer grupo de antibióticos sintéticos) y estreptomicina, descubierta en 1943 por Albert Schatz (1922-2005) y Selman Waksman (1888-1973), siendo el primer tratamiento efectivo contra la tuberculosis. Comentamos en Ciencia Abierta algunos debates sobre este descubrimiento (Schatz y Waksman, la controversia de la estreptomicina, marzo 2022; Elizabeth Bugie, la cara desconocida de la estreptomicina, abril 2022). Sin embargo, en la década de los 70, a medida que los antibióticos se usaban más ampliamente, las bacterias comenzaron a mostrar y desarrollar resistencia. La resistencia a los antibióticos es hoy una de las mayores amenazas para la salud mundial y la seguridad alimentaria.

Cuando se administra un antibiótico se ejerce una presión selectiva sobre las bacterias, sobreviviendo las resistentes al antibiótico. En Superbacterias o la segunda guerra de los Mundos (septiembre, 2016), explicábamos la causa de esta capacidad. Las bacterias han ido desarrollando esta resistencia a un ritmo más rápido que la aparición de nuevos antibióticos. Así, se generan 'superbacterias', cepas que han desarrollado resistencia a múltiples clases de antibióticos, lo que las hace extremadamente difíciles de tratar. Por tanto, a lo largo del tiempo las terapias con antibióticos han ido perdiendo efectividad y las infecciones ocurren con mayor virulencia. En este problema socio-científico participan una alta diversidad de agentes implicados. En el centro de la cuestión se sitúan los pacientes, personas que necesitan antibióticos para sobrevivir. Existen enfermedades causadas por infecciones bacterianas para las que es necesario tratar con antibióticos. Algunos ejemplos pueden ser las infecciones del tracto respiratorio superior causadas por Streptococcus pyogenes, infecciones del tracto urinario, o algunas Infecciones de transmisión sexual como la gonorrea o clamidia. Estas enfermedades pueden ser remediadas con un tratamiento puntual. En el día a día, todos estamos expuestos a esporas y bacterias y nuestro cuerpo las combate. Algunas enfermedades crónicas, como la fibrosis quística, pueden predisponer a los pacientes a infecciones respiratorias frecuentes. Otro ejemplo son las personas con inmunodeficiencias primarias (congénitas o hereditarias) o secundarias (adquiridas) que se encuentran en la misma situación. En estos casos, los pacientes pueden requerir ciclos repetidos de tratamiento antibiótico para controlar las infecciones y prevenir complicaciones. Sus vidas dependen de la eficacia de estos.

Por otro lado, tenemos algunos ejemplos en que se prescriben antibióticos sin contar con pruebas definitivas que verifiquen que la infección es de origen bacteriano. Estas decisiones pueden basarse en protocolos médicos, sospechas clínicas, riesgo de complicaciones graves o prevención de enfermedades. En estas situaciones, se tiende a recetar antibióticos de amplio espectro, que pueden atacar una alta variedad de bacterias, incluso si no se ha identificado la causa específica de la infección. Otro caso es la automedicación, en ocasiones, se consumen antibióticos sin recomendación médica o incluso se presiona al facultativo para que los receten, bajo la creencia de que tomar antibióticos para pequeñas dolencias, como sinusitis, dolor de garganta, etc., puede ayudarlos. Todo lo contrario, esto solo elimina a las bacterias que se encuentran dentro de nuestro cuerpo, las cuales tienen una importante función en procesos como la digestión de alimentos o la protección contra otros patógenos. Esta práctica puede desembocar en náuseas, diarrea, perforaciones intestinales o daño hepático y contribuye a la generación de resistencia bacteriana. Así potenciamos la aparición de superbacterias. 

No solo nosotros consumimos antibióticos. La agricultura, la ganadería, la industria maderera o la industria floral emplea antibióticos y fungicidas para aumentar el rendimiento de sus producciones y evitar pérdidas en las cosechas por infecciones de bacterias u hongos. Esto aumenta la presión sobre los microorganismos presentes en el medioambiente, generando cepas resistentes. Estas están por todas partes: la tierra, la materia vegetal en descomposición, los residuos, etc. En primer lugar, se desarrolla la resistencia en el medio. Después, millones de esporas invisibles se propagan, pudiendo llegar a nuestro cuerpo provocando una infección por superbacterias, la cual ya no podrá ser tratada con el antibiótico que las hizo resistente. En los sistemas ganaderos industrializados, con miles de animales hacinados y estresados, ocurre una gran proliferación de enfermedades. Los antibióticos se emplean como medida de prevención, acelerando su crecimiento y disminuyendo las infecciones. De esta manera, todos reciben antibióticos, durante toda su vida. Los microrganismos presentes en los animales, a través del entorno, por la transmisión de esporas o en la línea de consumo, llegan a las personas.

De esta forma, la carrera por la búsqueda de nuevos antibióticos para luchar contra las nuevas cepas resistentes se convierte en un juego del 'pilla pilla' donde la investigación comienza a agotarse, pero las superbacterias cada vez son más fuertes. Imaginemos que la instalación eléctrica de nuestra casa produce fallos y, cada vez que se rompe un electrodoméstico, compramos uno nuevo en lugar la renovar la instalación al completo. Esto es lo que ocurre con la investigación y el desarrollo de nuevos antibióticos. Siempre se necesitan antibióticos nuevos, porque cuanto más se usan, son menos efectivos. En esta carrera, entra en juego otra importante cuestión: la producción de nuevos antibióticos no siempre es rentable. Gran parte de la industria ha renunciado a esa búsqueda. Es una tarea difícil, costosa y, sobre todo, mucho menos rentable que invertir en otros campos como el cáncer o la diabetes. La lucha contra la resistencia bacteriana es un desafío global y complejo que requiere de un enfoque multidimensional. Abusamos colectivamente de los antibióticos, sin conciencia de que lo que consumimos nosotros afecta a otras personas. Completar los tratamientos antibióticos de forma íntegra, consumirlos en las dosis adecuadas solo cuando exista infección bacteriana o evitar la automedicación es el comienzo. El problema es responsabilidad de todos.

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