Una sorprendente Geología: Geología Sagrada
Textos como el comentado provocaron un retraso en el avance de la Geología como ciencia
Julio Verne: de la ficción a la ciencia
¿Y si los marcianos fuésemos nosotros?

En los años que lleva la Asociación Nacional para la Defensa del Patrimonio de los Institutos Históricos se han dado a conocer patrimonios diversos, desde colecciones científicas, obras de arte, los propios edificios, algunos con refugio antiaéreo incluido. Sin embargo, en pocas ocasiones se han mostrado los fondos bibliográficos de sus bibliotecas. En ellas hay volúmenes de indudable interés que sobresalen no sólo por su rareza, sino porque de su lectura y estudio pueden derivarse actuaciones para el solaz del profesorado y de los alumnos. Así, de este apunte patrimonial quisiera darles a conocer y comentar el volumen titulado Geología Sagrada.
Su autor, el Abate Danielo, lo escribió en 1851, en principio “para usode los Seminarios y Colegios” y cuya traducción del francés, edición y distribución se realizó en 1854 en “Tudela de Navarra”, bajo los auspicios del obispo de Pamplona, Severo Leonardo de Andriani. Puede sorprender que a mediados del XIX se aborde a la Geología desde el punto de vista eclesiástico, pero como se suele decir: “No se da puntada sin hilo”. Consciente la Iglesia de los movimientos intelectuales que se avecinaban, y que como de costumbre ante una innovación científica la respuesta es impermeable, fuera que al contradecir a sus presupuestos mermara credibilidad o peor aún, poder, había que retomar lo concerniente al Diluvio y lo relativo con las incipientes ideas evolucionistas. Anotemos algunos datos biográficos del autor y del traductor.
Jean Paul Danielo (1808-1857), profesor de Matemáticas y Física en el Seminario menor de Santa Ana, diócesis de Vannes, además de cura militar fue representante de la derecha política en la Asamblea francesa. El traductor Severo Leonardo de Andriani, compatibilizó varios cargos eclesiásticos, obispo de Gerona, maestrescuela de Huesca y por tanto rector de la universidad de esta localidad, la Universidad Sertoriana, y obispo de Pamplona, al igual que senador del Reino. Fue exiliado en dos ocasiones, una de ellas por orden del general Espartero, y tras dos años en Pau, al regresar siendo conocedor de la obra de Danielo, abordó su traducción. No fueron los únicos religiosos en esta iniciativa, otros profesores en Oxford, relacionados con la Geología, también la adoptaron. Buckland, Conybear y Sedgwick, los tres clérigos, fueron fervientes defensores del Diluvio y su carácter universal, dando argumentos interesantísimos.
El Abate Danielo se decanta por la defensa del Diluvio y sus posibles apoyos científicos, aunque a las ideas evolucionistas no les dedica la misma atención. Su carácter de profesor de Matemáticas y Física se evidencia en algunos párrafos por su tendencia a cuantificar fenómenos naturales. El libro Geología Sagrada está distribuido en dos partes; una primera dedicada a la descripción y discusión de las Ciencias Geológicas en general, y una segunda concretando las incoherencias respecto al Génesis y a Moisés.
No debemos considerarlo como “inocuo” desde el punto de científico ya que si bien su lectura estaba dirigida preferentemente a los estudiantes de seminarios, el efecto multiplicador era indiscutible: estos a su vez impartían docencia en centros diversos, otros, no seminaristas, lo usarían como fuente de conocimientos, y si a lo anterior le añadimos la gran difusión que tuvo, unos 530 ejemplares de la primera edición sólo en España, el efecto fue el retraso evidente de la Geología en nuestro país. No se nos olvide que en bastantes libros de texto del siglo XX se llega a afirmar en qué periodo geológico tuvo lugar el Diluvio e incluso la Creación del Hombre. Existen dos recensiones de esta Geología Sagrada, una realizada por el profesor Sequeiros en la revista Comillas, y otra por Francisco Pelayo, del CSIC, en Ciencia y creencia en España durante el siglo XIX, aunque desde el punto de vista bibliográfico.
En su primera parte, el libro hace una discusión general de las Ciencias Geológicas. En ese momento predominaban las discusiones entre Neptunistas y Plutonistas, defensoreslos primeros del origen acuático de todo o casi todo, y los segundos defensores de un origen ígneo y uniformitarista. Danielo se adhiere al neptunismo por su evidente proximidad al Diluvio, yendo incluso más allá de Werner, cabeza visible de dicho pensamiento, y abrazando a los neptunistas más recalcitrantes o bien reinterpretándolos a su parecer. Si bien el eje de Werner era defender el origen sedimentario de granitos o basaltos y que eran precipitados químicos, en la Geología Sagrada el papel de las masa de agua se amplía al tectónico: el agua al filtrarse hasta grandes profundidades entra en contacto con el calor, se evapora y provoca por un lado levantamientos y volcanes, en suma diastrofismos, para dejar un vacío interno que será rellenado por nuevas filtraciones. Es una lectura oportunista de N. Boubée que brilló más como comerciante de minerales y esqueletos montados que como geólogo. Para abundar en la energía que se genera por este procedimiento, el agua infiltrada en contacto con el calor, refiere de forma más geográfica que geológica las violentas erupciones volcánicas o los grandes terremotos históricos. Parte de la premisa de que “el globo se hallaba en estado líquido cuando se formó la primera película sólida y que la inflamación interior debía perforarla por todas partes fácilmente renovando a cada instante las agitaciones del terreno y las conmociones y terremotos. Entonces es cuando debieron formarse en gran parte las rocas primitivas y esquistos, y todas esas ondulaciones tan notables y difíciles de esplicar”. Es evidente que ante inconvenientes se aleja del neptunismo.
El catastrofismo, al que tan próximos estaban los neptunistas, también está presente, y así justifica la existencia de grandes valles y un trasiego de masas de sólidas a líquidas y gaseosas, sin olvidar una creación cosmogónica que parte de una masa incandescente. Posteriormente hay divagaciones que lo aproximan al plutonismo, pero cita y defiende a Werner y no a Hutton, el plutonista por excelencia. Acorde con las consideraciones coetáneas, admite una clasificación de las rocas en plutónicas y volcánicas (cumplido al plutonismo) y rocas acuosas y metamórficas si han sufrido acción del fuego. Para las plutónicas se ilustra a partir de Lyell, lo que no deja de ser un alarde de actualización.
Dedica una serie de datos, muy curiosos, a la existencia de los fósiles y en especial sobre si eran marinos o de agua dulce. Rebatiendo, como era de esperar, cualquier razonamiento que lo aleje del Diluvio, todo lo contrario, acercándonos a él. Tras unas disquisiciones biogeográficas en las que conjuga fósiles animales y vegetales, en una redacción que no evidencia demasiado convencimiento, hace una sinopsis de las descripciones de Cuvier de Pterosaurios, Ictyosaurios y Plesiosaurios a las que sólo da validez como indicadores de la temperatura del entorno.
Con criterios variables, y no por ello no dignos de estudio, acepta la extinción de especies y previamente una variabilidad en las mismas, concretamente en moluscos, gusanos tubícolas y equinodermos a los que llama “esquinos”, probablemente fruto de la traducción. Interpreta equivocadamente a su favor las correlaciones estratigráficas de Cuvier y Alexander Brogniart fundamentadas en la cuenca de Paris (de Montmartre a los Vosgos), y que dieron la idea de materiales “diluvianistas” y de rango universal, lo que precisamente hizo que a la vista de las discordancias alpinas el neptunismo careciera de credibilidad.
La Geología Sagrada se nutre de datos muy parciales y sólo los favorables, existiendo precisamente en ese tiempo otros que dificultarían sus objetivos. Dignas de atención, por lo imaginativas, son las relaciones de la geodinámica interna y la petrología. Así se afirma que las “rocas primitivas” serían gneis, micasquisto y esquisto arcilloso, englobando a granito, sienita, diorita, dolomía, etcétera en el término “rocas dependientes”, añadiendo ideas como que “del granito es dedonde salen por lo común las aguas minerales más calientes”. Hay que reconocer, con benevolencia, que algunos procesos son descritos con relativo acierto como lo hace con los filones en los que llega a insinuar, sin nombrarlo, un metasomatismo. Prosigue con un relato sobre las diferentes petrologías y sus correspondientes fósiles de forma un tanto desconcertante, ya que si continua con la línea anterior, al llegar a “terrenos terciarios” se rige por los datos de Deshayes, colaborador directo de Lyell, bastante alejado de los criterios precedentes.
Al final de estos terciarios, aduce de forma casi poética el que aves y mamíferos, los que habían aparecido, “gozaron de la más hermosa y potente vegetación…ya que no han dado todavía señales de la presencia del hombre”. Lo anterior es un preámbulo del Diluvio que, ajustándose a las descripciones de Brogniart, no sólo lo universaliza, sino que allí donde se encuentran los terrenos “diluviales” se evidencia un trastorno extraordinario o una inundación general que ha dejado vestigios lo mismo sobre las montañas que sobre las llanuras. Se acerca a un catastrofismo, aunque lo suaviza parcialmente, en la descripción de sistemas montañosos y sus orígenes, conjugando la existencia de rocas aluviales y diluviales y los fósiles en relación a rocas primitivas. Los silogismos usados, que reconocen la ausencia de datos a los que se espera en un futuro, le llevan a afirmar que la existencia de los Andes confirma las tradiciones del diluvio universal. Completa la primera parte con una visión de la Geología Histórica en la que establece cinco épocas y a lo largo de la misma hace numerosas referencias a las creaciones sucesivas. No son infrecuentes razonamientos como que la perfección de la Creación se manifiesta en que primeros fueron animales herbívoros y después los carnívoros; ¿de qué iban a comer si nó?.
Coherentemente, la quinta época comienza con el Diluvio: “Ese cataclismo espantoso y desolador que dio a la superficie del globo su actual contestura”, y tras disquisiciones dignas de leer y con la benevolencia que debe hacerse, apoyándose en la existencia de cuevas con huesos en el interior, del caudal y profundidad de los ríos, de la desaparición de lagos y estanques, la aparición de cantos rodados en alturas, etcétera, da por supuesta la existencia del mismo, datando una inundación general unos cuatro o cinco mil años atrás. Añade unas curiosas reflexiones sobre el enfriamiento terrestre, geotermia, vaticina nuevas catástrofes y a la par que reitera la falta de “elementos positivos” para una completa historia de la tierra, con una redacción casi conformista (y algo contradictoria) concluye esta primera parte: “Se limitan a creer que el porvenir de la tierra y de todo el universo se halla enteramente entregado a los insondables secretos de Dios, que da vida y muerte en los eternos consejos de su sabiduría y su omnipotencia”.
Se evidencia que, tras la lectura de esta primera parte, está dedicada a instruir al sacerdocio como futuros profesores, dotándolos de los conocimientos geológicosadecuados y suficientes para proteger a las Sagradas Escrituras de las novedosas ideas científicas. Para la intención de estas líneas, es ocioso continuar con una lectura de la segunda parte de la Geología Sagrada, en la que directamente antepone a Moisés. Se puede suponer mucho más “teológica” frente a la anterior, pretendidamente más “científica”.
La difusión de este libro en España fue considerable, más de 500 ejemplares distribuidos, y aunque buena parte lo fueran en Seminarios, la Iglesia Católica mantenía unos privilegios educativos que, como es bien sabido, a pesar de los intentos secularizantes de las Leyes Pidal Gil de Zárate (1845) y Moyano (1857), mantuvo durante mucho tiempo, podríamos decir que hasta hoy día. De ahí que en muchos libros de texto del siglo XX, autores como Joaquín Rojas, o editoriales como SM, Edelvives o Bruño, reflejen en algunos párrafos ideas heredadas de esta Geología Sagrada. No sería nada raro que entre los volúmenes de nuestras bibliotecas históricas existiera algún ejemplar (lo hay incluso en la del Instituto Geominero) e invito a su rescate y uso, bien para el estudio por parte del profesorado, y especialmente aplicando el método de “Proyectos” con el alumnado. A manera orientativa y salvo mejor criterio sería útil para la comparación de la nomenclatura de minerales y rocas con las actuales, la discusión de los fenómenos geodinámicos defendidos, la discusión sobre la resistencia eclesiástica hacia los nuevos conocimientos el estudio del Marco Histórico (ampliable a Guerras Carlistas). Y todos aquellos que bajo una eficaz guía estime el profesorado. Valga esta propuesta de rebuscar en nuestro patrimonio bibliográfico para valorar y entender, al menos en parte, el retraso endémico que en materia científica nos caracteriza.
Temas relacionados
No hay comentarios